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LA ADICCIÓN MAS PERNICIOSA POR LUIS OCHOA MINJARES

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LA ADICCIÓN MÁS PERNICIOSA

 

Luis Ochoa Minjares

 

   La ludopatía, entendida como una de los vicios y adicciones del ser humano más perniciosas y destructivas a los juegos de azar se expanden como las algas marinas, mientras la actualización de la vieja Ley de Juegos y Sorteos que data desde 1947, camina a paso más lento que una tortuga, lo que ha dado lugar a que los “desplumaderos” proliferen a lo largo y lo ancho del país, la lotería nacional haya olvidado los fines que inspiraron su fundación.

 

   Las únicas palabras que escuchan en las ventanillas de apuestas los ludópatas en fase terminal de la terrible enfermedad cuando preguntan con billete en manos si tiene premio son: “no tiene nada”, “no tiene nada”, “no tiene nada”. La mayoría mueren de viejos sin escuchar la ansiada palabra, “tiene premio”. Las poblaciones fronterizas del norte del país como Ciudad Juárez son las más aporreadas por los desplumaderos y loterías, esto sin considerar los otros vicios como la drogadicción, el alcoholismo.

 

   Recientemente se informó que la dirección General de Juegos y Sorteos del gobierno federal tiene en proyecto una reforma a la ley del ramo, con la finalidad de regular esa industria de los juegos de azar empezando por nuestra lotería nacional, cuyos fines iniciales fueron abandonados hace muchos años.

 

   Los chihuahuenses, especialmente los fronterizos saludamos con optimismo la política del presidente Peña Nieto de actualizar todas las leyes obsoletas que, como la referida, no corresponden a la época en que vivimos.

 

LA “PARRALIZACION”

DEL ESTADO GRANDE

 

   Con este encabezado el Diario publicó el 30 de agosto de 2009, un comentario editorial en el que se pronosticaba que “si al                                    ex presidente Vicente Fox no se le hizo el propósito de “guanajuatizar” México, en cambio al puntero de los once aspirantes a la gubernatura del Estado Grande parece resultarle fácil la meta de “parralizar” de norte a sur y de oriente a poniente el anchuroso terruño chihuahuense. Todo se confabula a favor de ese propósito de depurado futurismo y discreto quehacer político. Por todas partes aparecen expresiones de las excelencias y las virtudes de San José de Hidalgo del Parral, su gente y su candidato César Duarte”.

 

   Hoy nueve años después, los acuciosos Reporteros de el Diario confirman en su columna de la semana pasada que no hay fecha que no se llegue ni plazo que no se cumpla:

 

   “La sesión solemne del Congreso del Estado que tuvo verificativo ayer (21-III-2014) en esta frontera fue denominada por algunos de los asistentes como “La toma de Juárez por Parral” debido a que los representantes de los tres poderes del estado, el Gobernador César Duarte Jáquez (Ejecutivo), Pedro Adalberto Villalobos Fragoso, presidente del Congreso (Legislativo), y José Miguel Salcido Romero, presidente del Supremo Tribunal de Justicia (Judicial), todos originarios de la “capital del mundo”.

 

   Algún día los que tenemos profunda raigambre en “el ombligo del universo” (San Pablo Meoqui) les arrebataremos el cetro a los orgullosos hijos de “la capital del mundo”. Y, como ya se dijo, “no hay fecha que no se llegue ni plazo que no se cumpla”.

 

 LA MENTECATEZ

DE LOS HUMANOS

 

    Una anécdota aleccionadora. Corrían los años cuarentas y la nave municipal de Juárez estaba en manos de un mozalbete apenas veinteañero, pero lleno de  talento político, sentido común y ganas de agarrar el toro de la vida por los cuernos, por cuyas circunstancias la voz popular lo bautizó como “el tempranillo”.

 

   La capital de ese municipio, como siempre, llena de problemas entre los que destacaba el creciente alcoholismo del pobrerío. La entonces poderosa Alianza de comerciantes y Vinos y licores defendía sus intereses y en una ocasión el líder de se organismo se entrevistó con el tempranillo en plan de exigencias desmedidas. Al no ver satisfechos exigencias, la mentecatez humana le nubló la vista y además de insultos lanzó un manazo al carismático alcalde que esquivó sin perder la compostura y el aplomo.

 

   Ninguna represalia. El perdedor fue el organismo cuyo membrete vino en declive con los años y el nombre de su temperamental dirigente se perdió en el olvido. Mientras el alcalde veinteañero fue coleccionando sobrenombres que lo enaltecieron: el ciclón de Chihuahua, el gobernante educador. Hoy su nombre perdura en vistosos monumentos, pero sobre todo, en el corazón de los chihuahuenses.

 

   La firme y serena actitud con la que el actual alcalde juarenses Enrique Serrano enfrentó un acto semejante de mentecatez humana, nos trajo a la memoria esta aleccionadora anécdota.

 

HASTA QUE VIMOS

UNA CON ZAPATOS

 

   De las múltiples, vistosas e imaginativas campañas emprendidas por el sector público a nivel estatal para movilizar a los chihuahuenses, destaca y llama la atención la emprendida por la Junta Municipal de Aguas y saneamiento del Estado de Chihuahua titulada “La mejor llave es la que no tiene fugas”, protagonizada un el “Capitán H2O”, un viejo y afamado capeón de lucha libre.

 

   Llamó mi atención el sencillo comentario que formuló un lector al referirse a la atinada campaña: “hasta que le vimos una bachicha completa” en materia de educación popular para el uso de los servicios públicos. Y es que el cuidado y buen uso del agua es una urgente necesidad que debemos adoptar todos y cada uno de los consumidores frente el gris panorama que se avisora en el futuro mediano.

 

   La dilapidación de los dineros del erario en el uso de los costosos servicios de los diferentes medios de comunicación a la trompa talega o al troche y moche, se puede evitar si, como parece haberlo previsto la JAMAS, se diferencia entre propaganda, información y difusión y se adecuan los mensajes a los diferentes medios y sus sectores de influencia.

 

   Ojalá y el Capitán H2O pueda entrar con sus enseñanzas y mensajes a todos y cada uno de los hogares y lugares consumidores del imprescindible y vital líquido. ¿Quién puede negar que la mejor llave no es la que aplica un buen luchador a su rival, sino la que no tiene fugas?  ¿Quién?

 

LADRAN,  ES SEÑAL

QUE CABALGAMOS

 

   Las amenazas, siempre anónimas, son el pan de cada día tanto al más humilde policía como hasta la cúspide de la presidencia de la república. Siempre son producto de reacciones por la aplicación de las leyes y la justicia plena a quienes están fuera de unas y otras.

 

   El tema viene a cuento por las amenazas que el gobernador del Estado grande César Duarte confirma que ha recibido, y a las que, con todo valor civil ha dicho que no le harán cambiar de rumbo ni aflojar en la tarea que es de todos los mexicanos, de poner en su lugar a los malandros, principalmente a los dedicados al secuestro de personas y a la extorsión de negocios.

   Días pasados se difundió por el mundo entero que “en sólo tres estados (Chihuahua, Nuevo León y Puebla) hay unidades anti secuestro con una estructura operativa eficiente, admitió Renato Sales Heredia, coordinador nacional para el combate a este delito”.

   Esto quiere decir que los gobernadores de Chihuahua, Nuevo León y Puebla van a la cabeza en la patriótica, delicada y costosa tarea de poner coto en forma definitiva a esos delitos y sus autores que tanto han trastocado la vida nacional.

   Es pues, explicable la reacción de los residuos de la delincuencia organizada. Lo inexplicable es que no todos los mexicanos nos solidaricemos con nuestros gobernantes y los apoyemos de manera más amplia en sus propósitos.

   Por lo demás, como dejó dicho Don Quijote, si los perros ladran, es señal que cabalgamos.

 

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La corona que derribó al fiscal. Por Caleb Ordóñez T.

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Alejandro Gertz Manero no se fue por un solo escándalo. Su salida de la Fiscalía General es el cierre natural —y casi inevitable— de una historia acumulada durante décadas: un expediente no judicial, sino político, construido a fuerza de polémicas, enojos y decisiones que siempre parecían estar un milímetro antes (o después) del momento correcto. Una vida pública larga, tensa y llena de episodios que México nunca logró procesar del todo y que terminaron de golpe cuando la luz inesperada lo alumbró demasiado.

Para entender su renuncia, hay que regresar al principio. A 2001. A Puente Grande. A Joaquín “El Chapo” Guzmán desapareciendo como si el penal fuera un teatro mal montado. A un gabinete recién estrenado y a un secretario de Seguridad Pública —Gertz— que quedó tocado desde ese instante, aun cuando defendió hasta el cansancio que los penales no estaban bajo su control directo. Tenía razón en la letra, pero la política no se escribe con artículos constitucionales; se escribe con percepciones. Y la percepción quedó marcada: primera fuga, primer señalamiento.

Luego vendría “el caso familiar”, quizá el capítulo más corrosivo de su trayectoria. La denuncia por homicidio en contra de su excuñada Laura Morán y de su sobrina política, Alejandra Cuevas, terminó por convertirse en un espejo que devolvía una imagen poco favorecedora del fiscal. La figura jurídica de “garante accesoria”, que nadie encontraba en ningún código, la prisión de Cuevas, la reapertura del expediente cuando él ya era fiscal, y después los audios filtrados donde se quejaba del proyecto de sentencia de la Suprema Cort Ese episodio enterró la narrativa de imparcialidad y lo colocó en el centro del debate sobre el uso personal de la justicia. No su mejor capítulo.

Y sin embargo, tampoco ahí cayó.

Su paso por la FGR tuvo escenas memorables —algunas para bien, otras para museo del absurdo. Anunció con firmeza una cruzada contra la impunidad heredada: Odebrecht, Estafa Maestra, Pemex, la élite política del sexenio pasado. Era un fiscal que llegaba con autoridad intelectual: décadas de docencia, formación sólida en derecho penal, experiencia en seguridad y una convicción genuina de que el Ministerio Público tenía que recuperar su dignidad institucional. Ese punto —el positivo— hay que concedérselo: Gertz siempre habló de la Fiscalía como una institución que debía fortalecerse y, al menos en discurso, entendía la necesidad de autonomía y rigor técnico.

Pero entre lo que se quiere y lo que se logra suele haber un océano.

El caso Lozoya terminó convertido en una tragicomedia: el testigo estrella que prometía derribar a medio gabinete peñista terminó fotografiado en un restaurante, con un guion de colaboración que se desmoronó y un expediente repleto de promesas incumplidas. El famoso cheque de 2,000 millones de pesos, presentado en Palacio Nacional como “reparación del daño”, resultó más simbólico que real. Y mientras tanto, Rosario Robles vivió en prisión preventiva prolongada, exhibiendo el rostro más duro de la Fiscalía, mientras Lozoya parecía disfrutarse el fuero moral de la cooperación.

Su sello más polémico fue la justicia diferenciada. La exoneración exprés del general Salvador Cienfuegos tensó la relación con Estados Unidos; el intento de procesar a 31 científicos del Conacyt por delincuencia organizada levantó incluso carcajadas en los tribunales; los expedientes contra gobernadores y candidatos en temporada electoral alimentaron la narrativa de que la FGR olía más a estrategia que a proceso penal.

Y después llegó la guerra interna. El pleito con Julio Scherer, la batalla por el control de ciertos expedientes, las acusaciones cruzadas de extorsiones, venganzas y “operaciones sucias” mostraron una Fiscalía atrapada en el mismo laberinto político que juró superar.

Con todo, había una cualidad que incluso sus críticos reconocen: Gertz era persistente. Y conocía el aparato penal como pocos. Tenía método, obsesión por el detalle y una idea fija de orden institucional. No siempre funcionó, no siempre fue justa ni eficiente, pero era innegable que se trataba de un hombre que llevaba décadas pensando —de verdad pensando— en el sistema penal mexicano.

¿Entonces por qué renunció?

Porque la política no solo se derrumba por grandes actos de corrupción o colapsos institucionales. A veces cae por la presión inesperada del lugar menos imaginado. En este caso, una corona.

Todo estalló cuando México celebraba con júbilo el triunfo de Fátima Bosch como Miss Universo. Una mexicana ganando el certamen después de tantos años era un regalo para la narrativa nacional: orgullo, identidad, representación, el país hablando de algo luminoso por primera vez en semanas. Pero justo ahí, en plena celebración, comenzaron a circular los expedientes —sellados y empolvados en la FGR— relacionados con Raúl Rocha, presidente de la franquicia Miss Universo y vinculado en investigaciones mediáticas con presuntos contratos irregulares con Pemex.

La pregunta no era si existía una investigación. La pregunta era: ¿por qué se filtró justo ahora?

La respuesta implícita fue unánime: porque la FGR había perdido control interno. Porque intereses cruzados querían lastimar a la 4T. Porque la filtración no solo embarraba a un empresario, sino también a Bosch, la nueva joya mediática del país. Porque el triunfo, tan necesario en una nación saturada de malas noticias, se convirtió en combustible político en cuestión de horas. Porque México estaba celebrando una coronación, y alguien sacó un expediente que olía a guerra interna.

Eso, en Palacio Nacional, fue dinamita.

No se podía permitir que una victoria global, limpia y emocional, se convirtiera en pleito burocrático. Mucho menos cuando la Presidencia buscaba proyectar una nueva etapa institucional y evitar conflictos con la industria cultural y de entretenimiento que ya estaba devolviendo atención internacional al país. Gertz había sobrevivido a todo: a expedientes fallidos, a presiones, a audios filtrados, a críticas internacionales. Pero tocar un símbolo recién coronado fue otra cosa. Transformó un problema jurídico en un problema político. Y en México, los problemas políticos se resuelven de una sola forma: pidiendo renuncias.

El 27 de noviembre de 2025, presentó la suya.

Salió con un extraño nombramiento diplomático y un comunicado sin dramatismos, pero cargado de silencios. Fue la despedida de un fiscal que quiso ser reformador, que terminó siendo símbolo de poder concentrado y que cayó no por un caso penal, sino por una coronación que puso demasiados reflectores sobre sus polémicas.

Y así, la corona de Fátima Bosch terminó abollando algo más que el ego de los críticos: terminó abollando, también, el trono del fiscal más poderoso del México reciente.

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