Seis años le tomó a Barack Obama cumplir la promesa de «superar el pasado» en las relaciones con América Latina que hizo en Trinidad y Tobago, cuando el flamante presidente estadounidense era la rutilante novedad de la política internacional.
Dos encuentros continentales después, en la 7ª Cumbre de las Américas en Panamá, Obama presenta el deshielo con Cuba anunciado en diciembre como la evidencia de que busca cambiar una dinámica que para muchos quedó anclada en la Guerra Fría.
Es la primera vez que Cuba asiste a uno de estos encuentros hemisféricos, que se estrenaron el 1994 en Miami -la capital del exilio cubano- promovido por el entonces presidente Bill Clinton con la expresa exclusión del vecino comunista del Caribe.
En el papel, el acercamiento entre Washington y La Habana va en línea con la diplomacia practicada por Obama desde que llegó al poder en 2009, en la que la negociación ha reemplazado la confrontación que caracterizó la de su predecesor George W. Bush.
Eso que algunos llaman la «doctrina Obama» -ensayada con resultados disparejos con Rusia, Siria, Irán o China- llega tarde a tierras americanas y aunque hasta ahora en el caso cubano se ha limitado a la retórica de las buenas intenciones, puede ayudar a desmontar décadas de desconfianza.
Sin embargo, un creciente foco de tensión se está gestando en el Caribe, ahora en Venezuela, y podría convertirse en piedra de tranca en las relaciones hemisféricas, al punto que algunos temen que pueda terminar dominando el encuentro panameño.
Las contradicciones
Para la Casa Blanca no hay una «doctrina Obama», sino un estilo diplomático.
Dentro de ese estilo todo cabe, incluso aparentes contradicciones, como profundizar roces con Venezuela mientras busca que la distensión con Cuba permita a Washington acercarse más a la región.
La reciente decisión de imponer sanciones contra funcionarios del gobierno de Nicolás Maduro y de paso calificar al país sudamericano de «amenaza para la seguridad nacional» causó desagrado en cancillerías latinoamericanas, incluso en algunas que no pueden considerarse como amigas de Caracas.
Lo que para algunos es un exceso de retórica burocrática ha resultado contraproducente para Washington, que quedó aislado en lo describe como un esfuerzo de promover el respeto a los derechos humanos en Venezuela.
Maduro ha advertido que el lenguaje evidencia la intención de derrocar al gobierno, incluso mediante una «inminente» invasión militar, y ha usado la coyuntura para movilizar con éxito apoyos dentro y fuera del país.
La subsecretaria de Estado para el hemisferio occidental, Roberta Jacobson, lamentó que los gobiernos del continente no secunden a su gobierno y que reparen en cuestiones de una redacción que la misma funcionaria reconoció como «infeliz».
Cálculos internos
Pero en diplomacia las palabras tienen mucho peso.
Tras intentar explicar al calificativo, en las últimas semanas el gobierno estadounidense ha asegurado que, aunque el término busca satisfacer algún requisito legal, en realidad «no significa mucho».
O al menos no significa lo que la gente cree que quiere decir.
El presidente Barack Obama le dijo a la agencia EFE este jueves que no creía que «Venezuela sea una amenaza para Estados Unidos, ni Estados Unidos para Venezuela».
Si Caracas no es una amenaza, ¿entonces se cometió un desliz de lenguaje?
«Es un lenguaje muy fuerte que no tenían por qué usar, pero hay que recordar que toda política es doméstica», dijo a BBC Mundo Erick Langer, director del centro de Estudios Latinoamericanos de la escuela de Servicio Exterior de la Universidad de Georgetown en Washington.
Langer estima que la coincidencia cronológica entre las sanciones venezolanas y del deshielo cubano indican que la Casa Blanca está tratando de apaciguar a los factores dentro de EE.UU. molestos con el acercamiento con el gobierno de Raúl Castro.
«Es una contradicción aparente (con la «doctrina Obama»), pero abrirse con Cuba le permite a Obama apretar las cosas con Venezuela».
Cuando hablar no funciona
La vieja alianza entre Venezuela y Cuba ha hecho que desde hace muchos años algunos sectores estadounidenses pidan mano más dura con el «amigo del enemigo».
Michael Shifter, presidente de Diálogo Interamericano, un centro de estudios hemisféricos de Washington, aseguró a BBC Mundo que «hubo mucha presión del Congreso» y que «la diplomacia del entendimiento no estaba funcionando» con Caracas.
Pese a episodios tensos con expulsión de embajadores y explosiones retóricas, en términos prácticos las relaciones entre ambos países siguen funcionando.
Venezuela sigue destinando casi 800.000 barriles diarios de petróleo al mercado estadounidense y EE.UU se mantiene como su primer socio comercial.
La baja del precio del crudo y el debilitamiento del mercado interno venezolano por la escasez de divisas ha hecho que las cifras del intercambio bajaran en los últimos años de US$ 55.000 millones en 2012 a US$ 41.000 en 2014.
Esa importancia de Venezuela como proveedor y como mercado atractivo para las empresas estadounidenses hace menos comprensible para muchos la renovada dinámica de enfrentamiento.
Esta semana, el canciller de Ecuador, Ricardo Patiño, advirtió a Washington que debe recordar todo el daño que causó a las relaciones continentales la política hostil hacia Cuba.
«Ahora parece como que quisieran cometer el mismo error con Venezuela. Semejante problema no debería repetirse».
Campos de detención: el terrible plan de Trump contra los migrantes
El presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, volvió a encender las alarmas en el ámbito migratorio al adelantar un plan que, de concretarse, marcaría un giro radical en la política de deportaciones de Estados Unidos. Sus recientes declaraciones apuntan a la creación de un sistema masivo de detención y expulsión, respaldado por el ejército, lo que ya ha generado controversia entre expertos, activistas y políticos de todas las esferas.
Una emergencia nacional para deportaciones masivas
Trump, quien regresará a la Casa Blanca en 2025, reafirmó en la plataforma Truth Socialque su administración estaría preparada para declarar un estado de emergencia nacionalcon el objetivo de enfrentar lo que ha llamado «una invasión permitida por Joe Biden».
Esta declaración se suma a los comentarios de Tom Fitton, director de la organización conservadora Judicial Watch, quien sugirió que se utilizarían recursos militares para implementar un programa de expulsiones masivas. El expresidente respondió tajantemente: «¡Es verdad!».
El alcance de este plan incluye el despliegue de la Guardia Nacional y, si es necesario, tropas federales. «La Guardia Nacional debería ser capaz de encargarse de las deportaciones; si no, usaría el ejército», afirmó Trump en una entrevista con Time en abril.
Durante su presidencia, Trump endureció significativamente las políticas migratorias, pero sus nuevas propuestas revelan un nivel de agresividad sin precedentes. A esto se suma, la idea de establecer «campos de detención» en Texas, en donde se albergaría a los migrantes antes de ser deportados.
Texas ofrece tierras para la construcción de campos de detención masiva
La comisionada de la Oficina General de Tierras de Texas, Dawn Buckingham, ha propuesto una medida que podría convertirse en el primer paso hacia la creación de campos de detención en la frontera sur de Estados Unidos.
En una carta dirigida al presidente electo Donald Trump, Buckingham ofreció al gobierno 567 hectáreas de tierra ubicadas en el condado de Starr, cerca de Rio Grande City, para la construcción de instalacionesdestinadas a procesar, detener y deportar a migrantes de manera masiva.
Este terreno, que actualmente se utiliza para cultivos agrícolas como cebollas, canola y maíz, sería destinado a albergar campos de detención, una propuesta que ha generado gran controversia en medio del debate migratorio.
Buckingham destacó que la Oficina General de Tierras de Texas está lista para colaborar con el Departamento de Seguridad Nacional y otras agencias federales para hacer realidad este proyecto, el cual se alinea con los planes de Trump para reforzar las políticas de deportación y control fronterizo.
Sheinbaum reacciona a deportaciones masivas y campos de detención
La presidenta de México, Claudia Sheinbaum, expresó su desacuerdo con laspolíticas migratorias propuestas por Donald Trump, especialmente en relación con la posible deportación masiva de migrantes y la construcción de campos de detención en la frontera sur de Estados Unidos.
Durante su conferencia de prensa mañanera, Sheinbaum destacó que su gobierno no acepta que los migrantes sean tratados como criminales, subrayando que existen instituciones de justicia para abordar estos temas de manera adecuada.
«Primero, evidentemente no estamos de acuerdo en que se trate a los migrantes como criminales, para eso existen las instituciones de justicia en cualquier lugar del mundo», afirmó la mandataria, quien también enfatizó la relevancia de la contribución de los trabajadores mexicanos en Estados Unidos.
En este sentido, Sheinbaum detalló que su administración tiene cuantificados los beneficios que estos migrantes aportan al país vecino, tanto a nivel laboral como en términos de impuestos.
Como parte de las preparaciones para un posible cambio de administración en Estados Unidos, Sheinbaum informó que su gobierno trabaja en un plan para enfrentar la eventualidad de deportaciones, asegurando que, en caso de que se den, México está listo para recibir a los connacionales deportados.
«En caso de que hubiera deportaciones nosotros vamos a recibir a las y los mexicanos, tenemos un plan para ello, pero vamos a trabajar previo a ello que no tienen por qué deportarse a nuestros connacionales, que al contrario, benefician incluso la economía de Estados Unidos», añadió.
Además, la mandataria anunció que, en los próximos días, se celebrará una reunión con su gabinete para definir los temas clave que se tratarán con el equipo de Trump una vez que este asuma la presidencia, entre los que se incluyen la seguridad, el Tratado Comercial entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), así como cuestiones culturales y de amistad bilateral.