Los mexicanos aseguran que ni el diablo quiere vivir allí. La violencia, el narcotráfico y la corrupción han transformado a Ciudad Juárez en un infierno. Considerada la localidad más peligrosa del mundo, cada año se producen, en promedio, 2 mil 500 homicidios. Y la mayoría de las víctimas son mujeres.
Estos crímenes inspiraron 2666, la monstruosa (y extraordinaria) novela inconclusa de Roberto Bolaño. Y esos crímenes llevaron también al dramaturgo español José Manuel Mora (1978) a México, en 2007. Becado por el programa Iberescena, conoció de cerca el horror de Ciudad Juárez.
Tras dos meses de trabajo y basándose en hechos reales, Mora escribió la obra Los cuerpos perdidos, que se estrenó como lectura dramatizada en la X Muestra de Dramaturgia Europea (2010). “En esa ocasión viajé a Chile y conocí a Marco Espinoza. Quedé encantado con su trabajo: plástico, honesto y sutil. Tuve la sensación de que había entendido el texto a un nivel profundo”, afirma, quien considera 2666 un verdadero “monumento”.
A dos años de ese primer encuentro, Los cuerpos perdidos vuelve a escena como un montaje completo. Protagonizada por Eduardo Paxeco, Marcela Salinas, Félix Venegas, Eduardo Herrera, Santiago Meneghello y Alejandra Díaz, la obra se estrena el jueves en Matucana 100 y presenta la historia de un académico español que enseña física en la Universidad de Ciudad Juárez. Allí no sólo descubre una realidad brutal sino que, al poco andar, se involucra directamente con los culpables. “En Ciudad Juárez se esconde uno de los mayores secretos del mundo. Pero nadie que conozca la verdad podrá pronunciarla en voz alta y salir indemne. Lo peor de todo es que cuando uno entra y ve todo lo que no se puede ver, se calienta, y cuando uno se ha calentado ya no puede volver atrás”, afirma uno de los personajes. Y agrega: “Para que unos cuerpos disfruten, otros han de desaparecer”.
A pesar de la violencia y la tragedia que retrata, la obra mantiene un tono de frialdad alejada del melodrama. “Mora utilizó como fuente una crónica del periodista mexicano Sergio González, titulada Huesos en el desierto. Por eso tiene una estructura brechtiana, es decir, se exponen los sucesos de una manera científica. Esto impide que el espectador se vincule con la emoción, para que se relacione directamente con la razón. De ahí que los actores representen varios roles, sin encarnarlos”, dice Espinoza.
La puesta en escena se completa con una escenografía simple, pero eficaz. El suelo de la sala, por ejemplo, está cubierto con pelets de plástico que recrean el desierto mexicano. Atrás, un gran telón se utiliza para la proyección de diversas imágenes y videos, desde denigrantes chistes machistas -relatados a la cámara por gente común- hasta clips de una clásica ranchera mexicana titulada, sencillamente, Mátalas (“si quieres disfrutar de sus placeres, consigue una pistola si es que quieres, o cómprate una daga si prefieres, y vuélvete asesino de mujeres”). Ambientada en México, la obra no parece tan lejana. “Ciudad Juárez está aquí, en el norte de Chile. Basta con recordar los crímenes de Alto Hospicio o los asesinatos cometidos durante la dictadura militar. La historia reciente de Chile está marcada por cuerpos perdidos”, afirma el director.
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