A los ocho años de edad, cuando muchos niños sueñan con ser superhéroes o atletas profesionales, «Gustavo» tenía en mente una profesión muy diferente.
Él creció en el estado mexicano de Tlaxcala y ya había sido testigo de una lamentable pobreza. De hecho, la había vivido. Esa es la razón por la que no era difícil darse cuenta de que algunos de los hombres de su pueblo parecían tenerlo todo.
Estos hombres eran traficantes de personas y Gustavo, quien entonces tan solo era un niño de segundo de primaria, dice que ya sabía lo que eso significaba.
«Yo pasaba el rato con ellos», dice. «Todos eran proxenetas. Yo jugaba futbol con ellos, veía sus autos último modelo, sus casas, dinero y mujeres, muchas mujeres».
Gustavo dice que todos los proxenetas eran de Tlaxcala, justo al este de la Ciudad de México. Es el mundo donde creció.
Ahora, con 35 años de edad, Gustavo, que cumple una condena en una prisión mexicana de máxima seguridad, accedió a hablar con CNN con la condición de no usar su nombre real.
Él todavía tiene muchos enemigos y compartir detalles acerca del inframundo de la trata de personas puede poner en peligro la vida del antiguo proxeneta.
Su padre era un maestro de escuela. Su madre era ama de casa. Él no fue abusado, no fue abandonado, ni viene de un hogar disfuncional.
«Lo que ellos podían darme nunca fue suficiente», dice. «Ellos querían que yo fuera a la escuela y estudiara, pero mi ambición iba mucho más allá de sus sueños».
Al notar que él no iba a tener éxito en el área académica, su padre lo ayudó a abrir una pequeña fábrica textil. Gustavo dice que no le iba muy mal, pero que quería más.
Emigró ilegalmente a Estados Unidos y trabajó aproximadamente tres meses. Ganaba casi 700 dólares a la semana, lo que para cualquiera de su pueblo era una fortuna. Aun así, dice Gustavo, para él no era suficiente.
Las ‘reglas del negocio’
Para entonces, comenzó a desarrollar un plan: regresaría a México y volvería a estudiar. No estaba interesado en lo académico, sino en las chicas. Y su interés en las chicas era muy distinto al de los otros chicos que estaban en sus últimos años de adolescencia. Sus intenciones eran mucho más siniestras.
«Yo ya había conocido a algunos proxenetas y ellos me enseñaron los pormenores del negocio. Me enseñaron cómo hablarle a una chica, cómo excitarla, cómo hacer que se enamorara y cómo abordar a sus padres para que no hubiera ningún problema», dijo Gustavo.
Era solo cuestión de tiempo. Y poco después conoció a una chica en una feria del pueblo, la cual se convertiría en su primera víctima.
Gustavo, que entonces tenía 18 años, dice que le dijo casi de inmediato que se había enamorado profundamente de ella y que quería casarse con ella y tener una familia. Él la colmó de regalos y le prometió amor eterno.
Ella accedió a fugarse con él tan solo cuatro días después de conocerlo, y se mudó con él a Tenancingo en su estado natal. En un mes, la chica fue obligada a ejercer la prostitución.
A ella la siguieron muchas más. Su modus operandi era siempre el mismo: hacer que se enamoraran con falsas promesas, hacer que ellas se fueran con él y obligarlas a ejercer la prostitución por medio de amenazas, coacción y/o abuso físico y verbal.
Gustavo dice que otros proxenetas –hombres de Tenancingo, pueblo señalado por Estados Unidos como un lugar donde «predominan los traficantes»– le enseñaron que el negocio tenía reglas.
Para empezar, él no tenía que enamorarse de ninguna de las chicas. Y cuanto antes tomara el control de la voluntad de una chica, por cualquier medio necesario, más rápido generaba un ingreso.
«Cuanto más rápido se enamoran y se van contigo, más rápido empieza a generar dinero el negocio y menos efectivo necesitas gastar en regalos y en salidas. Para mí, las chicas significaban una fuente de ingresos, mercancía que se puede comprar, intercambiar o vender», dice Gustavo.
Cuando «cortejaba» a una chica, absorbía tanta información como podía sobre la familia. Por ejemplo, si una chica tenía un hermano pequeño que asistía a la escuela primaria, el proxeneta después podría amenazarla con matar al niño si la chica no cumplía con sus deseos.
Cómo colapsa el ‘imperio’
Gustavo dice que, en un momento, él tenía 10 chicas que trabajaban para él. Cada una tenía que ganar al menos 213 dólares (al tipo de cambio actual). Él llevaba a las más hermosas a un burdel donde los servicios se pagaban en dólares estadounidenses. Gustavo dice que sus chicas podían ganar hasta 4,000 dólares por noche.
Cuando se le preguntó si alguna vez se sintió mal por el daño que le estaba haciendo a las chicas, él dice que no fue más que un pensamiento ocasional: «Algunas veces me sentía mal por ello, pero mi ambición y mi sed de poder iba más allá y me cegaba».
Manejó este negocio entre los años 2000 y 2009. El estado de Tlaxcala fue su base de operaciones, pero él traficaba mujeres en la Ciudad de México y Tijuana.
Un viernes hace seis años, el 13 de marzo de 2009, el imperio violento que construyó finalmente se derrumbó. Fue capturado por la policía federal mexicana durante una redada en un hotel utilizado como un burdel en la Ciudad de México.
Finalmente, fue declarado culpable de tráfico de personas y condenado a 15 años de prisión. Él apeló y la sentencia fue reducida a nueve años. Saldrá libre en 2018 si continúa comportándose bien tras las rejas.
Perdió todo lo que tenía. Su familia –padres y hermanos– ahora viven en la clandestinidad, temerosos de ser el blanco de los anillos de trata de personas de los que Gustavo tomó a las mujeres y los beneficios.
Ahora Gustavo nos asegura que él es un hombre cambiado, un cristiano nacido de nuevo.
Recientemente se reunió con una de sus antiguas víctimas; la chica que estaba con él cuando fue capturado en una redada. Era la misma chica que testificó en su contra en el juicio.
Le pide perdón a su víctima
CNN fue testigo del encuentro dentro de la prisión. Gustavo fue trasladado a una oficina, vestido con los pantalones tradicionales caqui y una sudadera blanca con capucha que se le proporciona a los reclusos. Su antigua víctima ya lo estaba esperando. Fue un momento tenso.
No hubo saludo. El silencio inicial se rompió con una pregunta: «¿Por qué lo hiciste?», preguntó su víctima. La respuesta: «Estaba cegado por mi ambición, porque quería tener poder, sin importar los medios o la forma, sin importar el daño que te causaba a ti o a otras personas».
Le pidió perdón y ella lo perdonó y le dijo: «Te perdono, pero eso no significa que he olvidado todo lo que hiciste. Esto me permite estar en paz conmigo misma».
Gustavo le dijo: «Estoy consciente de todo el daño que te causé y sé que puedo repararlo o tratar de repararlo de alguna manera… no borrarlo, pero puedo evitar que muchas otras chicas caigan en la misma trampa y que no caigan en las manos de un traficante que las explotará como sucedió contigo».
Al final, no hubo un apretón de manos. Él regresa a su celda. Ella rompe a llorar después de que él se ha ido. Cuando ella es capaz de hablar de nuevo, dice que la reunión fue una de las cosas más difíciles en su vida.
«Creo que esta es una parte muy importante del proceso para decir que he superado el daño que él causó. Ya no me veo a mí misma como una víctima. Lo he superado», dijo.
Al hablar con CNN, Gustavo nos dijo que él tiene la esperanza de que su mensaje llegue a muchas personas en todo el mundo, las personas que necesitan saber que todavía hay muchos hombres haciendo lo que él solía hacer: cazar jovencitas inocentes y atraerlas a la prostitución.
Él dice que las niñas de hogares disfuncionales son especialmente vulnerables; aquellas que tienen poca o ninguna comunicación con sus padres son fáciles de convencer.
«Ellas no saben que detrás del príncipe azul hay un monstruo con una máscara. Un monstruo que va a conducirlas a un mundo de prostitución y explotación».
Fuente CNN