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Opinión

LOS PENDIENTES DE EPN. 1ª DE DOS PARTES Por Luis Villegas

Yo digo que Enrique Peña Nieto lo tiene fácil. Es decir, tanto criticaron los priístas a los últimos dos presidentes, el anterior y el actual, que yo digo que Enrique Peña Nieto lo tiene fácil. Basta con que se ponga a hacer lo que -se dice- los otros dos no hicieron y deje intacto lo que sí hicieron bien, para que el país salga adelante.

Hagamos lo que cualquier pollo (que honradamente se precie de serlo) haría: Ir al grano. Hace unos pocos días, con motivo de su Sexto Informe de Gobierno, en la autorizada voz de la flamante Diputada Paulina Alejandra del Moral, el PRI cuestionó los resultados de la política económica de Felipe Calderón, preguntándose: “¿Quién podría sentirse orgulloso, satisfecho o triunfalista de dejar un país de pobres?”. Me imagino en primer lugar que, al decirlo, doña Paulina tenía en mente el país de ricos que dejaron Ernesto Zedillo, Carlos Salinas, Miguel De la Madrid, José López Portillo o Luis Echeverría. Ironías aparte, es claro que el de la pobreza es una de las grandes cuestiones de este país. Sin ánimo de repartir culpas -pues con toda honestidad creo que este problema atañe a los 75 años de PRI y a los 12 años de PAN-, lo cierto es que es preciso hacer un balance, a partir de este punto y de esta hora, para determinar qué es lo que falta por hacer y qué es lo que debe continuar haciéndose.

Partamos de que solamente los ignorantes o malintencionados no ven lo evidente: Felipe Calderón realizó una excelente gestión financiera. Precisamente a unos días del citado VI Informe de Gobierno, el sector empresarial de nuestro país calificó la administración calderonista como de “claroscuros”. El saldo negativo, en opinión de la cúpula empresarial mexicana, es que el PAN no logró una ruptura definitiva con “la cultura de la corrupción e impunidad” ni logró superar la tendencia política de “parálisis, confrontación y dispersión del poder, no siempre acompañada de responsabilidad de las partes entre los distintos poderes y niveles de gobierno”; los logros los resume diciendo que, sin embargo, se reconoce la lucha contra la delincuencia organizada y “la fortaleza de la macroeconomía mexicana”.2

Aunque se diga por ahí -y con razón- que esas finanzas macroeconómicas no se reflejan en “los bolsillos de la gente”, lo cierto es que esa expresión es hasta cierto punto tendenciosa por corta, por mocha, porque prescinde de dos datos fundamentales relativos al entorno financiero: El ámbito internacional y la situación previa del país (los últimos cuatro sexenios).

Respecto del entorno supranacional, tenemos que Banco Mundial elaboró un reporte que contiene algunos indicadores útiles para centrar el tema; es válido afirmar que en 2009 la economía mexicana entró en recesión, lo que sumió en la pobreza a por lo menos 4.2 millones de personas (adicionales a los 5.9 millones que cayeron en esa condición entre 2006 y 2008), lo que arroja un total de 54.8 millones de mexicanos en esa condición. Sin embargo, el mismo organismo “indicó que la crisis de este año, que interrumpió un lustro de crecimiento económico en Latinoamérica y el Caribe, provocó un aumento de 8.3 millones de pobres en la región”.3 Es decir, para este organismo, los índices de pobreza en México (y Latinoamérica) son producto de la crisis económica mundial que inició en la última parte de la década pasada. En ese sentido, la gestión del Presidente Felipe Calderón es admirable pues, inmersos en una de las peores crisis mundiales, la economía mexicana no se desplomó como ocurrió, por ejemplo, en 1994.

Lo que nos lleva directamente a lo afirmado en párrafos de antelación: La situación previa del país: 2008 nos encontró con una pobreza patrimonial de 47.7%; y el 2010, con una de 51.3%, cierto; pero 1996 (exactamente dos años después del fatídico 1994) nos halló con una pobreza patrimonial del 69.0%; y 1998 con una del 63.7%;4 y conste que no hablamos de una crisis de proporciones mundiales; esa fue la secuela del célebre “error de diciembre” o, dicho de otro modo, de las mentiras, corrupción y estupidez del Presidente Carlos Salinas de Gortari.5 En cuanto a la pobreza de capacidades y la pobreza alimentaria las cifras no solo no mejoran, empeoran. En 2008 la pobreza alimentaria alcanzó una cifra equivalente al 18.4% y el 2010, una de 18.8%; empero en 1994 este porcentaje fue de 37.4%; ¡en 1996, de 37.4! y para 1998 había descendido apenas 4 puntos: 33.3%. Es decir, dos años después de 1994 el índice de pobreza alimentaria era de casi el doble que en la actualidad.

En ese entorno mundial -y nacional-, entonces, la brecha entre ricos y pobres alcanzó el nivel más alto de los últimos 30 años en los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), entre los que México se sitúa como uno de los más desiguales con ingresos 26 veces superiores para 10% de la población más rica respecto a 10% de la población más pobre.6

Vamos, pero lo anterior lo escribí solamente con el propósito de ser justo con Enrique Peña Nieto. Para que no se piense ni se diga luego que ando de hablador. Le recuerdo a mi apreciable lector, a mi querida lectora, por si fuera el caso de que se les hubiera “pelado el gallo”, que empecé estas líneas afirmando que ese mismo don Enrique lo tiene fácil. Quiere decir que con finanzas sanas (o como quien dice, los cimientos de la construcción), puede ya empezar a construir ese edificio de prosperidad y de bonanza que nos prometió en campaña.

De manera expresa, aunque sin decir el cómo, en materia de pobreza Enrique Peña Nieto hizo 15 compromisos: Erradicar la pobreza alimentaria, para que todo mexicano tenga lo suficiente para comer (1); el programa «Oportunidades» continuará y crecerá (2); incrementar la producción agropecuaria nacional (3); seguro de vida para jefas de familia (4); seguro de desempleo temporal (5); pensión alimentaria para los mexicanos de 65 años en adelante (6); establecer los vales de medicinas en el IMSS, ISSSTE y Seguro Popular (7); armonizar las normativas mexicanas relativas personas con discapacidad (8); adecuar instalaciones de escuelas públicas para integrar a los niños con discapacidad al proceso de enseñanza aprendizaje (9); incrementar el Fondo para la Accesibilidad en el Transporte Público para las personas con discapacidad y vigilar su correcta aplicación (10); apoyar la adquisición de equipos para niños con discapacidad (11); fortalecer y difundir los beneficios e incentivos con los que cuentan las empresas al contratar personas con discapacidad (12); laptops con Internet adaptadas para alumnos con discapacidad, de escuelas públicas que cursen 5° y 6° año de primaria (13); promover el respeto y la inclusión (14) y compromiso con la economía familiar (15).7

Continuará…
Luis Villegas Montes.
luvimo6608@gmail.com, luvimo66_@hotmail.com

Nota suscrita por Roberto Garduño y Enrique Méndez, publicada el 7 de septiembre de 2012, por el periódico La Jornada con el título: “Quién puede sentirse orgulloso de dejar un país de pobres, cuestiona el PRI”.
2 Nota suscrita por Lilia González, publicada el 28 de agosto de 2012, por el periódico El Economista con el título: “CCE ve claroscuros en el sexenio”.
3 Nota suscrita por Roberto González Amador, publicada el jueves 20 de agosto de 2009, por el periódico La Jornada con el título: “Existen en México 54.8 millones de pobres, 51% de la población”.

4 Con información del Banco Mundial y del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social.

5 Ibidem.

6 Nota suscrita por Ixel Yutzil González, publicada el martes 6 de diciembre de 2011, por el periódico El Universal con el título: “Crece en México la desigualdad social: OCDE”.
7 Visible en el sitio: http://www.enriquepenanieto.com/compromisos-nacionales/compromiso/un-mexico-incluyente-y-sin-pobreza

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Opinión

El costo del odio en la política. Por Caleb Ordóñez T.

En estos días el mundo nos muestra escenas que, más que noticias, parecen espejos rotos en los que nadie quiere mirarse. Historias de violencia política, de polarización sin freno y de sociedades que de pronto despiertan en medio del caos. Y aunque los vemos como problemas lejanos —Nepal, Ucrania, Estados Unidos o Argentina— lo cierto es que en México estamos más cerca de ese precipicio de lo que creemos.

Hace unos días, el asesinato del activista conservador norteamericano Charlie Kirk en Estados Unidos sacudió la política de ese país. Un crimen político y religioso con todas sus letras, resultado de un ambiente en el que la palabra se convirtió en bala, y el adversario en enemigo a exterminar. Lo mató no un ejército extranjero, sino el odio sembrado en casa. Murió por su forma de pensar la solución a problemas sociales y por ser orgullosamente cristiano, en una sociedad gringa cada día más confundía.

En Nepal, la generación Z se cansó de la corrupción y salió a las calles. Al principio fueron protestas, luego incendios de edificios públicos, 19 muertos, más de 700 heridos y un primer ministro que no tuvo más remedio que renunciar. Lo que comenzó como reclamo legítimo se transformó en rabia desbordada.

En Argentina, la polarización económica y política ha convertido cada marcha en un campo de batalla. Oficialistas y opositores parecen hablar en idiomas distintos, incapaces de acordar incluso lo básico: cómo contener una inflación que devora bolsillos y esperanzas. La democracia sufre cuando el diálogo es imposible y las calles se llenan de banderas opuestas.

Y en Estados Unidos ocurrió algo que duele en lo más humano: Iryna Zarutska, una joven refugiada ucraniana que había huido de la guerra buscando paz, fue asesinada brutalmente en un tren. El agresor, un exconvicto, la atacó sin razón aparente. Lo más terrible no fue solo la violencia, sino la indiferencia: pasaron segundos eternos en los que nadie se acercó a ayudarla. Murió sola, degollada, en medio de la multitud. Su historia recuerda que la deshumanización empieza cuando decidimos voltear la mirada.

¿Qué tienen en común estos episodios? Que todos son hijos de la polarización y de la incapacidad de las instituciones y de los ciudadanos para contenerla. Y aquí es donde México debe mirarse al espejo.

México y sus propias alarmas

Nuestro país ha vivido ya las primeras alarmas: decenas de candidatos asesinados en procesos electorales, presidentes municipales gobernando bajo amenazas, discursos oficiales que dividen entre “buenos” y “malos”, entre “conservadores” y “transformadores”. En redes sociales no hay debate, hay trincheras. Y en las calles, la violencia del crimen organizado se mezcla con la política como un veneno que corroe la confianza ciudadana.

Y para colmo, los propios legisladores, que deberían ser ejemplo de civilidad, se convierten en espectáculo de vergüenza nacional: escupiéndose, empujándose, gritándose insultos y mentándose la madre en el Congreso. ¿Cómo pedirle a la ciudadanía que debata con altura cuando quienes hacen las leyes se comportan como si la política fuera una pelea de barrio?

El riesgo es claro: si seguimos alimentando la lógica del odio, si dejamos que el adversario se convierta en enemigo, si nos acostumbramos a ver la violencia como parte del paisaje, un día la tragedia que hoy vemos en Nepal, en Argentina o en Estados Unidos será nuestra.

No se trata de sembrar miedo, sino de encender alarmas. La violencia política no llega de golpe: se construye poco a poco con cada insulto desde un atril, con cada mentira que se viraliza, con cada ciudadano que decide que “no es su problema” cuando alguien sufre.

¿Qué hacer entonces? Primero, exigir a nuestros líderes políticos que bajen el tono. La palabra importa: una frase incendiaria en boca de un presidente, de un gobernador o de un legislador puede ser la chispa que encienda la pólvora. Segundo, fortalecer las instituciones de justicia y seguridad, porque sin árbitros confiables la cancha se convierte en selva. Y tercero, asumir como ciudadanos que la democracia no se defiende desde la comodidad del sofá: se defiende participando, informándose, dialogando incluso con quien piensa distinto.

La lección está ahí, en cada noticia internacional que leemos con horror. México todavía está a tiempo de elegir un camino distinto, de evitar que nuestras diferencias políticas se conviertan en trincheras de sangre. Pero para lograrlo, debemos dejar de ver la violencia como un espectáculo ajeno y reconocerla como una amenaza propia.

Y aquí está el reto: o empezamos a tratarnos como adversarios democráticos capaces de dialogar, o terminaremos viéndonos como enemigos a destruir. La historia reciente del mundo nos advierte lo que pasa cuando gana el odio. La pregunta es simple y brutal: ¿queremos que México sea recordado como una nación que aprendió de los espejos ajenos… o como un país que prefirió romperse en mil pedazos frente a ellos?

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