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Opinión

Toma el control de tu alimentación emocional. Por Dra. Luisa Ulibarri

Dra. Luisa Ulibarri

A veces, los antojos fuertes por comida, llegan cuando estás en tu punto emocional más débil. Probablemente estés recurriendo a la comida en busca de consuelo (consciente o inconscientemente) cuando estás encarando un problema difícil, sintiéndote estresado o incluso aburrido.

La alimentación emocional puede sabotear tus esfuerzos para bajar de peso. Frecuentemente te lleva a comer demasiado, en especial comidas altas en calorías, azúcares o comida procesada. La buena noticia es que, si eres propenso a las comidas emocionales, puedes tomar medidas para recuperar el control de tus hábitos alimenticios y volver a encaminarte hacia tus objetivos para la pérdida de peso.

La alimentación emocional es una manera de reprimir o calmar las emociones negativas, como el estrés, enojo, miedo, aburrimiento, tristeza o soledad. Los acontecimientos importantes de la vida, o más comúnmente, las molestias de la vida diaria pueden desencadenar emociones negativas, que conducen a una alimentación emocional e interrumpen tus esfuerzos por perder peso.

Aunque algunas personas comen menos frente a emociones fuertes, si se enfrentan alguna angustia emocional, pueden recurrir a la alimentación impulsiva o compulsiva, consumiendo lo que sea conveniente sin disfrutarlo.

En efecto, tus emociones pueden llegar a estar tan atadas a tus hábitos alimenticios, tanto que cuando estás enojado o estresado, automáticamente buscas alguna “recompensa” sin pensar lo que estás haciendo.

La comida incluso sirve como distractor. Si estás preocupado por un evento próximo o por un conflicto, puede ser que optes por comer comida reconfortante en lugar de lidiar con la situación dolorosa.

Independientemente de las emociones que te lleven a comer en exceso, el resultado final suele ser el mismo. El efecto es temporal, las emociones regresan y es probable que se genere una carga adicional y culpa por retrasar el objetivo de pérdida de peso. Esto incluso puede llevar a un ciclo no saludable, donde las emociones son el gatillo para comer en demasía, se desata la culpa por no poder perder peso y de nuevo te encuentras con el sentimiento negativo que te lleva a comer en exceso.

Cuando las emociones negativas amenazan con desencadenar una alimentación en exceso, se pueden tomar medidas para controlar los antojos.

Escribe lo que comes, cuánto comes y cómo te sientescuando comes y qué tanta hambre tienes, con el tiempo notarás los patrones que revelan la conexión entre el estado emocional y la comida.

Si el estrés contribuye a tu alimentación emocional, podrías intentar técnicas de manejo de estrés, como yoga, meditacióno respiraciones profundas.

Evalúa si tu hambre es física o emocional, si comiste unas horas antes y sientes saciedad, probablemente no tengas hambre, intenta darle tiempo a que pase el antojo.

Es más probable ceder ante la alimentación emocional, si no se cuenta con una buena red de apoyo. Apóyate en familia, amigos o únete a grupos de apoyo.

En lugar de comer algún bocadillo cuando no tienes hambre, sustitúyelo por un comportamiento más saludable como caminar, ver una película, jugar con tu mascota, escuchar música, leer o llamar a un amigo.

No guardes en tu hogar alimentos reconfortantes o difíciles de resistir. Si te sientes enojado o triste, pospón tu visita al supermercado hasta que tus emociones estén bajo control.

Cuando estés intentando bajar de peso, es posible que limitesdemasiado las calorías, intenta comer cantidades satisfactorias de alimentos más saludables, disfruta y mejora tu relación con los alimentos.

Si tienes un episodio de alimentación emocional, perdónatey empieza de nuevo el siguiente día. Trata de aprender de la experiencia y haz un plan para prevenir este tipo de crisis en el futuro. Enfócate en los cambios positivos que estás logrando y date crédito por estos cambios que te llevaran a ser más saludable.

Opinión

El cerebro mexicano que ganó el Mundial de Clubes. Por Caleb Ordoñez T.

Hay mexicanos que no salen en portadas. No firman autógrafos en estadios llenos ni celebran goles frente a miles de gargantas encendidas. Son aquellos que, silenciosos, se cuelan en la élite mundial, con una maleta repleta de sueños, talento, y algo más poderoso: el ADN del campeón mexicano.

Uno de ellos es Bernardo Cueva, un tapatío que jamás fue futbolista profesional, pero que hoy diseña jugadas para el Chelsea FC, el actual campeón del Mundial de Clubes, que este fin de semana aplastó 3-0 al PSG de Francia con autoridad y sin titubeos. Su historia podría parecer improbable, pero más bien es un recordatorio de que la grandeza mexicana no siempre grita… a veces susurra entre pizarras, análisis y esquemas tácticos.

Cueva comenzó en Chivas como analista. Fue clave para que el Rebaño ganara la Concachampions en 2018. Luego dio el salto a Europa, al Brentford inglés, donde transformó las jugadas a balón parado en goles quirúrgicos. Y cuando el Chelsea —un gigante europeo— buscaba a alguien que elevara su estrategia fija, pagó más de un millón de libras para llevárselo. ¿Un mexicano sin pasado de cancha, sin apellidos pesados? Sí. Pero con un talento que no se puede ignorar.

Y es que a veces, el campeón no está en la cancha. Está en el cerebro.

ADN de campeón

En un país obsesionado con los reflectores, solemos ignorar a los que van por la sombra. Pero el éxito no siempre viene vestido de short. Hay mexicanos escribiendo códigos en Silicon Valley, dirigiendo orquestas en Viena o diseñando jugadas que hacen campeón al Chelsea.

¿Qué tienen en común? Que comparten una esencia que no aparece en las estadísticas: la terquedad del mexicano que no se rinde. Que trabaja doble para que no lo llamen “suerte”, que estudia más para que no le digan “improvisado”, que se queda más tarde para no parecer “exótico”.

Como dijo alguna vez Julio César Chávez: “Yo no era el más talentoso… pero sí el que más huevos tenía”. Y eso, querido lector, es el mismo combustible que impulsa a los Cueva, a los Checo, a los Sor Juana modernos que dominan desde el backstage.

Mientras unos se conforman con el “no se puede”, otros agarran un boleto de avión, una computadora y un sueño. Cueva no tuvo padrinos, pero sí convicción. No tuvo prensa, pero sí método. Hoy, es parte fundamental del equipo que se coronó campeón mundial este fin de semana en Nueva York, tras derrotar sin piedad al Paris Saint-Germain con goles de Cole Palmer y una exhibición táctica impecable.

¿Te imaginas lo que podríamos lograr si México dejara de mirar solo al delantero y también al cerebro que diseñó el gol? Si en lugar de exportar solo piernas, exportáramos mentes. Si entendiéramos que el campeón mexicano no es solo el que levanta la copa, sino también el que la hace posible. Y ahí está Cueva con su bandera en los hombros, orgulloso; feliz.

El legado sí importa.

Tal vez no sepas quién es Bernardo Cueva. Pero la próxima vez que veas un gol del Chelsea tras un tiro de esquina quirúrgico, ahí estará su firma. Discreta, inteligente, eficaz.

Porque así son muchos mexicanos: campeones anónimos que llevan en las venas esa mezcla de talento, coraje y hambre que no se enseña, se hereda.

Y cuando el mundo los voltea a ver, no es por casualidad.

Es porque, en el fondo, nadie puede ignorar a un mexicano cuando decide soñar hasta lo más grande; viene en nuestra sangre.

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