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Opinión

Carmen Aristegui y el veneno histórico. Por Caleb Ordoñez

La mira del presidente ahora ha apuntado a una nueva rival, su nombre es bastante conocido. Una periodista aguerrida que ha sido incómoda para los gobiernos durante décadas: Carmen Aristegui. Señala Caleb Ordoñez.


 

Caleb Ordóñez T.

Caleb Ordóñez Talavera

El año 2022 arrancó con vientos huracanados en la esfera política. Específicamente, en la cúspide, allá en palacio nacional. El presidente Andrés Manuel López Obrador tenía que explicar el incremento histórico de la inflación; una desmedida violencia en el centro y sur del país a causa del narcotráfico; “ómicron” la nueva variante COVID. Entre otros espinosos temas habría causado una caída de más de siete puntos en su popularidad, en comparación de Diciembre del 2021.

El cierre de enero no le vendría nada bien, el ejecutivo pedía tranquilidad después de superar un segundo contagio de covid-19 y someterse a un cateterismo, un procedimiento cardíaco, que lo impulsó a dejar por escrito un “testamento político” en caso de fallecer o enfermar de gravedad en el cargo. Sobre este manifiesto, AMLO decía: “Tengo desde hace algún tiempo un testamento y ya siendo presidente, le agregué un texto que tiene, como lo dije en el video, el propósito de que en el caso de mi fallecimiento, se garantice la continuidad en el proceso de transformación, que las cosas se den sin sobresaltos y sin afectar el desarrollo del país”.

Y entonces, todo empezó a nublarse entre la polarizada y rijosa situación política mexicana. La oposición tomó dicho “testamento” como una provocación seria para perpetuar su régimen y un legado -según sus detractores- comparado al de Hugo Chávez en Venezuela.

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Opinión

León. Por Raúl Saucedo

La estrategia de la supervivencia

El pontificado de León XIII se desplegó en un tablero político europeo en ebullición. La unificación italiana, que culminó con la pérdida de los Estados Pontificios, dejó una herida abierta.

Lejos de replegarse, León XIII orquestó una diplomacia sutil y multifacética. Buscó alianzas —incluso improbables— para defender los intereses de la Iglesia. Su acercamiento a la Alemania de Bismarck, por ejemplo, fue un movimiento pragmático para contrarrestar la influencia de la Tercera República Francesa, percibida como hostil.

Rerum Novarum no fue solo un documento social, sino una intervención política estratégica. Al ofrecer una alternativa al socialismo marxista y al liberalismo salvaje, León XIII buscó ganar influencia entre la creciente clase obrera, producto de la Revolución Industrial. La Iglesia se posicionó como mediadora, un actor crucial en la resolución de la “cuestión social”. Su llamado a la justicia y la equidad resonó más allá de los círculos católicos, influyendo en la legislación laboral de varios países.

León XIII comprendió el poder de la prensa y de la opinión pública. Fomentó la creación de periódicos y revistas católicas, con el objetivo de influir en el debate público. Su apertura a la investigación histórica, al permitir el acceso a los archivos vaticanos, también fue un movimiento político, orientado a proyectar una imagen de la Iglesia como defensora de la verdad y del conocimiento.

Ahora, trasladémonos al siglo XXI. Un nuevo papa —León XIV— se enfrentaría a un panorama político global fragmentado y polarizado. La crisis de la democracia liberal, el auge de los populismos y el resurgimiento de los nacionalismos plantean desafíos inéditos.

El Vaticano, como actor global en un mundo multipolar, debería —bajo el liderazgo de León XIV— navegar las relaciones con potencias emergentes como China e India, sin descuidar el diálogo con Estados Unidos y Europa. La diplomacia vaticana podría desempeñar un papel crucial en la mediación de conflictos regionales, como la situación en Ucrania o las tensiones en Medio Oriente.

La nueva “cuestión social”: la desigualdad económica, exacerbada por la globalización y la automatización, exige una respuesta política. Un León XIV podría abogar por un nuevo pacto social que garantice derechos laborales, acceso a la educación y a la salud, y una distribución más justa de la riqueza. Su voz podría influir en el debate sobre la renta básica universal, la tributación de las grandes corporaciones y la regulación de la economía digital.

La ética en la era digital: la desinformación, la manipulación algorítmica y la vigilancia masiva representan serias amenazas para la democracia y los derechos humanos. León XIV podría liderar un debate global sobre la ética de la inteligencia artificial, la protección de la privacidad y el uso responsable de las redes sociales. Podría abogar por una gobernanza democrática de la tecnología, que priorice el bien común sobre los intereses privados.

El futuro de la Unión Europea: con la disminución de la fe en Europa, el papel del Vaticano se vuelve más complejo en la política continental. León XIV podría ser un actor clave en la promoción de los valores fundacionales de la Unión, y contribuir a dar forma a un futuro donde la fe y la razón trabajen juntas.

Un León XIV, por lo tanto, necesitaría ser un estratega político astuto, un líder moral visionario y un comunicador eficaz. Su misión sería conducir a la Iglesia —y al mundo— a través de un período de profunda incertidumbre, defendiendo la dignidad humana, la justicia social y la paz global.

Para algunos, el nombramiento de un nuevo papa puede significar la renovación de su fe; para otros, un evento geopolítico que suma un nuevo actor a la mesa de este mundo surrealista.

@Raul_Saucedo

rsaucedo.07@uach.mx

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