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Opinión

No face. Por Raúl Saucedo

LA PROPUESTA

Dentro de la turbulencia mediática y jurídica de los últimos días dentro del sistema político mexicano, el pasado lunes se planteó en la propuesta de reforma judicial la figura de los jueces sin rostro. Esta medida busca proteger la integridad de los jueces que manejan casos de alta peligrosidad, especialmente aquellos relacionados con el narcotráfico y el crimen organizado, al mantener su identidad en secreto.

Los orígenes de los jueces sin rostro son en Europa, específicamente en Italia durante la década de los 80´s, en medio del combate contra la mafia de ese país.Posteriormente, esta práctica se extendió a países de América como Colombia y Perú en las décadas de los 90´s, donde los jueces enfrentaban amenazas y atentados por parte de grupos terroristas y narcotraficantes. La idea general detrás de esta figura es relativamente sencilla: proteger a los jueces de represalias al ocultar su identidad. No obstante, la implementación de esta medida es controvertida, ya que puede comprometer los derechos al debido proceso y a un juicio justo, al dificultar la identificación de posibles conflictos de interés o prejuicios por parte de los juzgadores.

En México, la propuesta de integrar jueces sin rostro surge en un contexto donde el planteamiento de reforma al Poder Judicial está relacionado con el contexto político actual, donde la reforma judicial ha sido vista por propios y extraños como parte de un proceso más amplio de reacomodo sistémico de México. A esto se suman las protestas de trabajadores del sector judicial, quienes temen que la reforma no solo afecte la estabilidad de los jueces, sino que también pueda comprometer los derechos laborales y la operatividad de los tribunales.

Las experiencias internacionales han demostrado que la implementación de jueces sin rostro puede conllevar en algunos casos desafíos legales y éticos. En Colombia, por ejemplo, los jueces sin rostro fueron eliminados después de varias décadas debido a los abusos y la falta de garantías procesales que conllevaban. En Italia, aunque esta práctica fue efectiva inicialmente, también fue objeto de críticas por violar principios fundamentales del derecho a un juicio justo. En todos los casos, la opacidad judicial y la falta de supervisión fueron los principales puntos de discordia.

La incorporación de jueces sin rostro en México plantea un dilema complejo: ¿cómo equilibrar la necesidad de proteger a los jueces en un contexto de violencia nacional, con la obligación de mantener un sistema judicial transparente y justo? La historia ha demostrado que, aunque los jueces sin rostro pueden ser una herramienta útil en la lucha contra el crimen organizado, su implementación debe ir acompañada de salvaguardas robustas para evitar abusos y proteger los derechos de los acusados.

Para que esta figura funcione en México, sería crucial establecer mecanismos de supervisión independientes y garantizar que la identidad oculta de los jueces no se convierta en una barrera para la justicia. Asimismo, es indispensable que la sociedad civil, los expertos legales y los organismos internacionales participen en el debate sobre cómo implementar esta medida sin sacrificar los principios democráticos que rigen al Poder Judicial.

A partir del primero de septiembre el Poder Legislativo en este país tendrá nuevos inquilinos y por lo tanto nuevas dinámicas políticas, el planteamiento de la incorporación de esta figura legal en la eventual reforma jurídica en la próxima legislatura estará en la mesa de aquellos que la quieran ver, aunque al parecer es evidente que el centro mediático y político está en la participación ciudadana solamente.

Me despido apreciable lector que la información política está a la orden del día y para algunos la verdadera casa de los famosos inicia este domingo y no queremos perder detalle…

@Raul_Saucedo

rsaucedo@uach.mx

Opinión

Día de Muertos, un abrazo eterno al recuerdo. Por: Sigrid Moctezuma

El Día de Muertos es más que una tradición en México; es una celebración profundamente arraigada en la identidad cultural del país. En esta fecha, el 1 y 2 de noviembre, las familias se reúnen para honrar y recordar a sus seres queridos que han partido. A través de altares decorados, ofrendas con alimentos y bebidas, y la presencia de flores de cempasúchil, la sociedad mexicana ha idealizado esta celebración como una forma de mantener viva la memoria de aquellos que ya no están, convirtiendo el luto en una manifestación de amor y respeto.

En un mundo que a menudo se siente apresurado y desconectado, el Día de Muertos actúa como un ancla emocional, recordándonos la fragilidad de la vida y la importancia de las relaciones humanas. Los mexicanos hemos transformado el duelo en un acto de celebración. Pasamos de temer a la muerte, a recibirla con los brazos abiertos, como a un amigo que regresa por un breve instante; haciéndonos reflexionar y valorar lo efímera que es la vida.

Las celebraciones cobran vida con especial intensidad en lugares emblemáticos como la Ciudad de México, Oaxaca, Pátzcuaro, San Andrés Mixquic y Guadalajara. En la capital, el Zócalo se convierte en un punto focal de festividades con su famoso Desfile de Día de Muertos, mientras que en Oaxaca las tradiciones se manifiestan a través de mercados llenos de productos típicos y altares en los panteones. Pátzcuaro destaca por sus rituales ancestrales en el Lago, y San Andrés Mixquic es conocido por su auténtica celebración llena de velas y misticismo.

El 82% de los mexicanos considera que esta festividad es una tradición que debe preservarse, y más de 5 millones de turistas visitan diferentes destinos en México para participar en las celebraciones cada año. Lo anterior refleja la conexión emocional que se tiene con la fecha y el creciente interés internacional.

La idealización de esta fecha también refleja un profundo sentido de comunidad. Las calles se llenan de vida, música y color, mientras las familias se reúnen en los panteones y en sus hogares. La elaboración de altares se convierte en un acto de amor colectivo, donde cada elemento tiene un significado especial. Las fotografías de los difuntos, las comidas favoritas y los objetos personales cuentan historias y reviven memorias, reforzando la idea de que quienes han partido siguen siendo parte integral de nuestras vidas.

Además, la difusión internacional ha permitido que otros países reconozcan y celebren esta tradición, lo que ha fortalecido el sentido de orgullo nacional. La UNESCO declaró esta festividad como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad en 2008, un reconocimiento que nos recuerda la riqueza de nuestras tradiciones y la importancia de preservarlas.

Sin embargo, también es fundamental reflexionar sobre cómo puede ser una oportunidad para abordar temas más profundos como el duelo y la pérdida. En un contexto global en el que la muerte a menudo se evita, el Día de Muertos se erige como un espacio para dialogar sobre el sufrimiento, la memoria y la esperanza. Nos invita a ser más empáticos y comprensivos con el dolor ajeno, al reconocer que todos llevamos consigo la carga de la pérdida.

En conclusión, el Día de Muertos en México es una celebración que trasciende el tiempo y el espacio, creando un puente entre lo terrenal y lo espiritual; y nos enseña que la muerte no es un final, sino una continuidad del amor y el legado que dejamos en aquellos que nos rodean. Cada altar, cada ofrenda y cada recuerdo compartido se convierten en un abrazo eterno que trasciende las barreras de la vida y la muerte. Es un momento sagrado donde, por un instante, las almas regresan a casa, y nos recordamos mutuamente que el amor es el hilo que nunca se rompe, y que en cada celebración, los muertos nunca están realmente ausentes; siempre vivirán en nuestras memorias y en la esencia misma de nuestra cultura.

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