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Opinión

Mingo Mendoza, educador (1948-2013) por Victor Quintana S.

Para la sabiduría convencional, la que festeja a quienes se han levantado de la pobreza para convertirse en potentados, en campeones mundiales, o estrellas de la farándula, la historia de Mingo Mendoza podría ser un ejemplo de “anti éxito”. Mingo no tuvo ninguno de esos logros espectaculares; fue tan rico que nunca tuvo dinero, pero sí una enorme densidad ética, una profunda convicción religiosa y muchos y muy queridos amigos. Y esa riqueza la transmitió en su labor educativa. Como diría Paulo Freyre pasó de ser un educando educador a un educador educando.

Podré yo haber disentido de Mingo en muchos aspectos, como en el de la orientación política o en su enorme aguante ante una Iglesia católica cada vez más retardataria, pero lo que en todo momento reconoceré, son su entrega a su ideal educador como él lo concebía, su compromiso con quienes amaba y su tranquila alegría de vivir.

Entre el callejón Uranga, ya derruido, y la zona de la Libertad, Juárez y Doblado y las calles décima y doce, también ya por derruirse, pasó Mingo su infancia entre pobrezas, esfuerzos, oficios y camaradería de chavos. En este bario, de vecindades, viejas casonas y fondas fue alcanzado por el ímpetu pastoral que trajo a su Chihuahua Don Adalberto Almeida, a principios de los años 70. Esa mística encarnada de adaptar los avances del Concilio Vaticano II a la realidad de pobreza y exclusión de Latinoamérica. Así fue como Mingo se acercó al grupo de jóvenes de la Catedral. Eran tiempos en que la Iglesia de Chihuahua no le temía a la participación de los laicos, ni le sacaba al acercamiento sincero con los pobres.

Ahí conoció a Rodolfo, El Chapo Aguilar y a un grupo de inquietos seminaristas de teología que se formaban no en campanas de cristal, sino en el ajetreo del populoso barrio. Ahí fue donde Mingo se dio cuenta que podía ser sacerdote sin necesidad de romper con su origen, es más, para servir mejor a la gente de donde venía. Por eso ingresó, ya adulto, al seminario en aquellos descocados, idealistas, místicos y comprometidos años setenta. Mucho lo inspiró, mucho lo hizo reflexionar el asesinato del Padre Chapo el 21 de marzo de 1977.

Las casas de formación sacerdotal llevaban ya más de una década en ebullición. El aire fresco que Juan XXIII quiso que entrara a la Iglesia con el Concilio se había convertido en vendaval. Fue el máximo avance de conciencia de los seminarios. De pronto la institución creada por el Concilio de Trento en el siglo XVI se había convertido en un contexto de sólida formación teológica, filosófica y social. En un espacio de reflexión y de cuestionamiento y en muchos casos de vinculación a luchas populares, como aquel gesto de los alumnos de teología del seminario de Chihuahua que acudieron a solidarizarse con el ayuno que realizaba fuera de la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México, Doña Rosario Ibarra de Piedra. Gesto que valió la disolución del Seminario Regional del Norte y una digna renuncia a su puesto del entonces rector, Camilo Daniel.

La Iglesia, ya dirigida entonces de Juan Pablo I,I no pudo resistir esa corriente cuestionadora y se cerró en banda excluyendo a los seminaristas más inquietos y comprometidos. Perdió a muchos potenciales sacerdotes, pero la sociedad ganó a buenos periodistas, profesionistas, dirigentes sociales y educadores. Uno de éstos fue Mingo.

Comenzó como educador en la Fe. En buena parte por eso contrajo matrimonio con Eva Nevárez, catequista y formadora de catequistas, primero de San José de la Montaña y luego de toda la diócesis. No era un catecismo cualquier otro, sino el llamado “Del Buen Pastor”. Un acercamiento personal con Jesús de Nazaret, Dios y Hombre, empapado de la nueva teología conciliar y vehiculado en la pedagogía Montessori. Eva y Mingo dedicaron toda su vida a esa hermosa labor. La abnegación, la entrega y el amor que le inyectaron a esa nueva catequesis ya la quisieran muchos sacerdotes y obispos encumbrados.

No sólo en esa nueva catequesis Mingo fue educador. Fue uno de los puntales en los Centros de Educación Básica Intensiva, innovador proyecto de Gabriel Cámara para ofrecer en dos años educación de primera a muchachos de 11 a 14 años considerados de tercera: expulsados, excluidos de la educación primaria. La gran labor realizada aquí por Mingo se explica por su gran sentido pedagógico y por el cariño con niños muy semejantes a como él lo fue. Su experiencia lo fue llevando a ser luego formador de maestros en el Centro de Estudios Generales y luego continuó su labor educativa en la Fundación del Empresariado.

Nunca dejó, sin embargo, su labor de educación en la fe, de catequesis, junto a Eva su esposa. Callada, tenazmente, a veces con apoyo de la jerarquía, a veces sin él formaron a cientos de formadores. Pero no es fácil vivir de la labor pastoral cuando se es laico. Mingo y Eva, sin quejarse nunca se procuraban su subsistencia de muy diversas formas. El trabajó un tiempo dirigiendo una fábrica de muebles, incluso confeccionándolos el mismo, a costa de parte de sus dedos. Los fines de semana, antes de sus labores pastorales, cocinaban menudo y tamales para vender a los amigos.

Entre todos esos ires y venires Mingo fue amigo y convocante de amigos. La casa de él y Eva siempre estuvo abierta a todos, sobre todo en la gran reunión anual de ex seminaristas del tercer domingo de diciembre. Lugar de encuentro, de re-conocimiento, de celebración con el milagro de la multiplicación de los tamales y de los tragos por obra de la solidaridad.

victorquintanaEste diciembre no hubo convocatoria. Mingo se empezó a ver mal desde el verano. Cuando los visité en septiembre vi a Eva muy desgastada y casi inmóvil por su diabetes y a Mingo enflaquecido, avejentado, cenizo, pero sonrientes y optimistas uno y otro por el éxito de otro de sus cursos de formación de catequistas. Trabajando los dos para preparar sus talleres y sus materiales y para seguir ofreciendo sus tamales.

Fue la última vez que vi a Mingo. Todavía en noviembre hablé con él. Según él los médicos le decían que no le encontraban el mal, pero que no tenía cáncer. Tal vez era su último recurso pedagógico: educar en la aceptación sin aspavientos de la muerte, en la elección de dónde y con quiénes se quiere uno morir. . Se fue con su amada Eva a pasar Navidad en casa de sus hermanas al estado de Nevada y despuntando el año ahí fue su encuentro definitivo con el Pastor Bueno que a tantas y a tantos descubrió y enseñó a amar siempre; a temer, nunca.

Recordar a Mingo es renovar la fraternidad, la amistad, la fe que le de razón a la vida.

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Opinión

Fotografías. Por Raúl Saucedo

Las Políticas por hacer

El quehacer político moderno, a menudo toma en cuenta a los sectores de la sociedad que ostentan poder o influencia visible dentro de la comunidad:  Los adultos votan, las empresas influyen y los medios de comunicación amplifican sus voces. Sin embargo, en el complicado juego de poder, la niñez, un grupo vital pero silencioso, suelen quedarse en el margen.

La Niñez representa el futuro; es el cimiento sobre el que se construirán las próximas generaciones. Su bienestar, educación y salud son indicadores clave no solo de su calidad de vida individual, sino también del progreso y la salud de una sociedad en su conjunto. A pesar de esto, los gobiernos frecuentemente pasan por alto  la creación de políticas públicas enfocadas en este sector, principalmente porque esta parte de la sociedad no votan ni tienen voz directa en los procesos políticos.

Este “descuido” puede atribuirse a varios factores. Primero, la falta de representación política directa. La niñez depende completamente de los adultos para que sus intereses sean representados en el gobierno. Sin embargo, las agendas políticas suelen estar más influenciadas por las preocupaciones inmediatas de los votantes adultos —empleo, economía, seguridad— relegando a un segundo plano temas como la educación de calidad o la protección contra el abuso y la negligencia.

Además, la falta de datos específicos sobre los problemas que afectan a la niñez impide formular políticas bien informadas. A menudo, las estadísticas y estudios disponibles no desglosan la información por edad de manera que refleje las realidades específicas de este grupo. Esto conduce a un entendimiento incompleto de sus verdaderas necesidades y desafíos.

Es más, los problemas que afectan a la niñez suelen ser transversales y requieren una política integrada. Por ejemplo, la pobreza infantil no solo afecta la nutrición; impacta también en el acceso a la educación, la salud y las oportunidades de desarrollo social y emocional. Sin un enfoque especifico que contemple la complejidad de estos asuntos, las políticas resultantes pueden ser ineficaces o incluso contraproducentes.

La Convención sobre los Derechos del Niño, adoptada en 1989 por las Naciones Unidas (ONU), establece en teoría un marco internacional para la protección de los derechos de la niñez, incluyendo el derecho a la educación, la salud y la protección contra la explotación infantil. Sin embargo, la aplicación de estos derechos en políticas concretas sigue siendo un desafío global.

Por lo tanto, es fundamental que los gobiernos reconozcan la importancia de la niñez en el desarrollo social y económico de un país. Invertir en este sector no es solo una cuestión de cumplir con obligaciones morales o internacionales, sino una estrategia prudente para fomentar sociedades más educadas, saludables y equitativas. Los niños y niñas de hoy son los adultos del mañana; sus problemas y necesidades deben ser una prioridad, no una reflexión tardía.

Para abordar esta cuestión sistémica, es necesario promover una mayor participación de los expertos en infancia en los procesos de toma de decisiones y asegurar que las políticas públicas sean evaluadas también en función de su impacto en la población infantil. Las voces de los infantes, aunque no se expresen en las urnas, deben resonar en los corredores del poder a través de quienes aboguen por su bienestar y futuro.

Ignorar las necesidades de este sector en la formulación de políticas públicas no solo es un fracaso en proteger a los más vulnerables, sino también una miopía estratégica que compromete el desarrollo sostenible y la justicia social a largo plazo. Es hora de que los gobiernos ajusten sus lentes y enfoquen claramente en el bienestar y los derechos de los niños, garantizando así un futuro mejor para todos.

Este planteamiento personal y profesional surge en reflexión del pasado 30 de abril, donde la mayoría de mis amigos publicaron historias sobre festivales infantiles en compañía de sus hijos, mientras yo daba un clavado al baúl de los recuerdos encontrando fotografías olvidadas de una etapa fundamental de mi vida, todo esto con aquella canción de fondo del Maestro Sabina donde protestamos contra el misterio del mes de abril.

@Raul_Saucedo

rsaucedo@uach.mx

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