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Opinión

Política hacendaria y energética Por Jaime Fong Ríos.

El día de ayer martes durante la reunión plenaria de los diputados del partido revolucionario institucional el tema central fue la política hacendaria y energética. Los legisladores federales del PRI, sostuvieron un importante dialogo con el secretario de gobernación Miguel Ángel Osorio Chong responsable de la política interna del país y con el secretario de hacienda Dr. Luis Videgaray Caso.

Una de las principales inquietudes fue la de adherirse al “Pacto por México” con el objetivo de cumplir prioritariamente los acuerdos planteados en dicho documento.

México sin lugar a dudas requiere un ajuste en el cobro de los impuesto es decir que los que ganen más paguen más, esa fue la premisa que manejo Videgaray. De igual forma comentó que el tema del endeudamiento de los municipios y estados del país tendrá que ser regulado, poniendo un límite a la cantidad en que los municipios puedan solicitar deuda. Lo anterior derivado del tan elevado número de municipios endeudados al día de hoy.

En mi opinión, creo que la reforma hacendaria que se presentará en el próximo periodo de sesiones que inicia en septiembre, va encaminada a que todos aquellos que no pagan impuestos de una manera directa, los paguen. Es decir los que no están dados de alta en el servicio de administración tributaria (SAT) o bien la elusión fiscal. Que no nos extrañe que a finales del año, se empiece a manejar algún ajuste en los impuestos en artículos que no estamos acostumbrados a pagar IVA, esto por la reforma hacendaria que vendrá.

En materia de energéticos, el secretario de energía Pedro Joaquín Coldwell, comentó que Petróleos Mexicanos (PEMEX) tiene que modernizarse, no privatizarse, mediante la inyección de capital privado y la asociación en ciertas áreas con compañías extranjeras, como el caso de Petrobras de Brasil.

En una ocasión tuve la fortuna de conocer y platicar con el que fuera Director General de PEMEX al final del periodo del ex presidente Ernesto Zedillo, él me comentaba: “La paraestatal es la empresa con la que México sale adelante, de cada peso que gana, paga 85 centavos solo de impuestos; ¿dime qué empresa en el mundo puede subsistir así?”.

La gasolina actualmente tiene un subsidio de 20 mil millones de pesos mensuales, eso solo para que el precio no se eleve a lo que debería de costar. Ahí está desde mi perspectiva, el gran problema, si esos subsidios que tienen ciertos productos se los quitaran y solo aquellos que reciben un beneficio sobre el consumo de productos y servicios los pagáramos, podríamos ver que la igualdad en el país es posible. Si pagáramos todos, a todos nos iría mejor. ¿O no?

Al tiempo, tiempo.

Nos leemos la próxima semana.

Twitter: @jafong

Jaime Agustín Fong Ríos, es originario de Ciudad Cuauhtémoc, Chihuahua, egresado de la Licenciatura en Derecho por la Universidad Autónoma de Chihuahua, ha trabajado como asesor de comisiones legislativas en el Congreso del Estado de Chihuahua y actualmente labora en la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión

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Opinión

Los muros que lloran: las redadas y el alma chicana. Por Caleb Ordoñez Talavera

En el norte de nuestro continente, justo donde termina México y comienza Estados Unidos, hay una línea invisible que desde hace décadas divide más que territorios. Divide familias, sueños, culturas, idiomas, economías… y últimamente, divide también lo humano de lo inhumano.

Esta semana, Donald Trump —en una etapa crítica de su carrera política, con una caída notoria en las encuestas, escándalos judiciales y un sector republicano que empieza a verlo más como un riesgo que como un líder— ha regresado a una vieja y efectiva estrategia: la del miedo. El expresidente ha lanzado una ofensiva pública para prometer redadas masivas contra migrantes, deportaciones “como nunca antes vistas” y políticas de “cero tolerancia”.

La razón no es nueva ni sutil: apelar al votante blanco conservador que ve en el migrante un enemigo económico y cultural. Ese votante que, ante la inflación, la violencia armada o el desempleo, prefiere culpar al que habla español que exigirle cuentas al sistema. En medio del descontento generalizado, Trump no busca soluciones reales, busca culpables útiles. Y como en otras épocas oscuras de la historia, los migrantes —sobre todo los latinos, sobre todo los mexicanos— vuelven a ser carne de cañón.

Pero hay una realidad más profunda y más dolorosa. Quien ha vivido el cruce, legal o no, sabe que la frontera no es sólo un punto geográfico. Es una cicatriz. Las políticas migratorias —de Trump o de cualquier otro mandatario— convierten esa cicatriz en una herida abierta. Cada redada, cada niño separado de sus padres, cada deportación arbitraria, no es solo una estadística más. Es una tragedia personal. Y más allá de lo político, esto es profundamente humano.

En este escenario, cobra especial relevancia la figura del “chicano”. Este término, que nació como una forma despectiva de llamar a los estadounidenses de origen mexicano, fue resignificado con orgullo en los años 60 durante los movimientos por los derechos civiles. El chicano es el hijo de la diáspora, el nieto del bracero, el hermano del que se quedó en México. Es el mexicano que nació en Estados Unidos y que, aunque tiene papeles, no olvida de dónde vienen sus raíces ni a quién debe su historia.

Los chicanos son fundamentales para entender la cultura estadounidense moderna. Están en las universidades, en el arte, en la política, en la música, en los sindicatos. Y sin embargo, cada redada, cada discurso de odio, también los golpea. Porque no importa si tienen ciudadanía: su apellido, su acento o el color de su piel los expone. Ellos también son víctimas del racismo sistémico.

Hoy, más que nunca, México debe voltear a ver a su gente más allá del río Bravo. No como simples paisanos lejanos, sino como parte de nuestra nación extendida. Porque si algo une a los mexicanos, estén donde estén, es su espíritu de resistencia. Los migrantes no huyen por gusto, sino por necesidad. Y a cambio, han sostenido economías, levantado ciudades y mantenido viva la cultura mexicana en el extranjero.

Las remesas no son solo dinero: son prueba de amor, sacrificio y esperanza. Y ese compromiso merece algo más que silencio institucional. Merece defensa diplomática, apoyo consular real, y sobre todo, empatía nacional. Cada vez que un mexicano insulta o desprecia a un migrante —por su acento pocho, por su ropa, por sus papeles— se convierte en cómplice de la misma discriminación que dice condenar.

Las fronteras, como están planteadas hoy, no son lugares de paso. Son cárceles abiertas. Zonas donde reina la vigilancia, el miedo y la burocracia cruel. Para miles de niños, esas jaulas del ICE (Servicio de Inmigración y Control de Aduanas) son su primer recuerdo de Estados Unidos. ¿Ese es el país que dice defender los valores cristianos y la libertad?

Además, no podemos hablar de migración sin hablar del racismo. Porque este no es solo un tema migratorio, sino profundamente racial. Las políticas antiinmigrantes suelen tener rostro y acento. No se aplican con la misma fuerza para migrantes europeos o canadienses. El blanco pobre puede aspirar a mejorar; el latino pobre, a ser deportado.

Trump lo sabe, y por eso lo explota. En un año electoral donde su imagen se desmorona entre procesos judiciales, alianzas rotas y amenazas internas, necesita un enemigo claro. Y el migrante latino cumple con todos los requisitos: está lejos del poder, es fácil de estigmatizar y difícil de defender políticamente.

Pero aún hay esperanza. En cada marcha, en cada organización de ayuda, en cada abogado que ofrece servicios pro bono, en cada chicano que no olvida su origen, se enciende una luz. Y también en México. Porque un país que protege a sus hijos, donde sea que estén, es un país más digno.

No dejemos que los muros nos separen del corazón. Hoy más que nunca, México debe recordar que su gente no termina en sus fronteras. Y que el verdadero poder no está en las redadas ni en las amenazas, sino en la solidaridad. Esa que nos ha hecho sobrevivir guerras, pandemias, traiciones… y que ahora debe ayudarnos a defender lo más humano que tenemos: nuestra gente.

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