Hoy quiero reflexionar acerca de los afanes de la vida. Es la esencia de la filosofía, al menos desde los puntos de vista de la sabiduría griega, de Sócrates. La filosofía de uno mismo, de la vida misma, para conocernos y reconocernos en ella.
Es una enseñanza sencilla, pero profunda. Entendible para el creyente cuando el autor es Jesús, el Maestro, el Hijo de Dios, sabiduría y autoridad; y también lo es para el “dudante”, para quien la filosofía de la vida diaria es también inevitable, ineludible, imprescindible…
De eso que trata la vida, sobresalen los afanes, las preocupaciones u ocupaciones. Tan simple, que es algo que quizá no lo podemos entender, pero experimentamos a diario.
¿Quién puede decir que no tiene problemas… económicos, familiares, emocionales o de cualquier otro tipo? Es allí, donde puede marcarse la diferencia con el mundo…
Nuestra sociedad vive las consecuencias del afán, eso que se conoce como estrés. Ese problema, causado por las tensiones del “día a día”, tiene mucha fuerza. En ese trajinar de la existencia, muchas veces descuidamos los aspectos espirituales de nuestra vida.
Y nos arrastra la inercia, nos envuelven las exigencias masivas; esto desencadena en la pérdida del gozo, la paz y la tranquilidad; en la pérdida del disfrute de las bendiciones que son, por citar ejemplos, la familia, la pareja, los hijos, los nietos, los amigos, los vecinos, los compañeros de trabajo…
Uno puede proceder, como lo hace Nicolás Dulor, en estos años, en una brillante reflexión, cuando cita y desmenuza el Evangelio de San Mateo 6:25-34, del que destaca: “Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?”
También podemos entender la situación desde una visión más terrenal, menos mística y religiosa, incluso más científica, humanista y voluntariosa, pero, sin duda, la expresión religiosa guarda un énfasis especial: Tras el Sermón de la Montaña, Jesús recomienda “No os afanéis”.
En el original uso del término, cuando se habla de “afán”, éste significa preocuparse ansiosamente; el término denota ansiedad, temor ansioso, preocupación, etc. Afanarse es lo mismo acosar, pelear, cansar, sudar , bregar, trabajar, forcejear, despachar, que pena, pesadez, ingratitud, diligencia, esfuerzo, ansia, deseo, agilidad o voluntad…
Lo que se condena, en todo caso, es ese afán como preocupación que parece nacer de la incredulidad y la desconfianza. Entre los judíos, los grandes rabinos aconsejaban y aconsejan que “la actitud de todo creyente hacia la vida, está constituida principalmente por una combinación de prudencia y serenidad… El que tiene pan en su canasta y dice: ¿Qué comeré mañana? Es un hombre de poca fe”.
Desde su explicación, Dulor identifica “siete argumentos en contra de la ansiedad”. Veamos algunos extractos:
1. Dios nos ha dado la vida y un complejo cuerpo cuya perfección, no deja de asombrar a los científicos de hoy. Entonces ¿Cómo no nos dará aquellas cosas más pequeñas que son necesarias para el cuidado de la vida?
Si alguien nos da un don que no tiene precio, podemos confiar que su generosidad será siempre magnífica, que no será sordo ni mezquino a nuestra necesidad.
2. “Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?”
En el Evangelio según San Mateo, Jesús prosigue hablando de las aves; su vida está desprovista de preocupación, Nunca almacenan lo que pueden llegar a necesitar en un futuro imprevisible; y sin embargo siguen viviendo. Se usan sencillos ejemplos para enseñarnos.
3. “¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo?”
Así intenta demostrarse lo inútil que resulta la preocupación o ansiedad.
La expresión puede interpretarse de dos maneras distintas. Puede significar que nadie, por más que se afane, puede aumentar de estatura.
Otro posible significado es: “Nadie soñaría con añadir un codo, como 40 centímetros, a su estatura… pero si tomamos la palabra en un sentido primario de ‘edad’ (porque ‘estatura’ es sólo un sentido secundario), la idea será ésta: ¿Cuál de vosotros, aunque ansiosamente os congojéis por ello, podrá agregar tanto como un paso a lo largo del camino de la vida?”.
Como sea, el afán es tan inútil como pretender aumentar de estatura o días de vida, indica la reflexión.
4. “Y por el vestido. ¿Por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan; pero os digo que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe? No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos?”
Los lirios del campo son probablemente las amapolas y anémonas. Se dice que su belleza sobrepasa la de los mantos reales. Esas flores vivían un solo día, y después sólo servían para ser quemadas y ayudaban a las mujeres que querían hornear.
Esas flores son vestidas de una belleza que el hombre, en sus mejores intentos ni siquiera puede imitar. Si se otorga tanta belleza a una flor, que solamente vivirá unas pocas horas ¿cuánto más se hará a favor del hombre?
5. “Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas.”
Cuando dominaba el imperio romano, llevaba consigo la cultura griega y por ende su mitología, en la que había dioses egoístas, caprichosos e impredecibles…
La gente de entonces, como la de hoy, vivía atemorizada, preocupada, por si esos, sus dioses, se enojaban. No podían concebir otra posibilidad que no sea lo terrenal.
Los cristianos evocaron al “Padre Nuestro”, Padre celestial que siempre les daría las cosas que le pidieran.
6. “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.”
La demanda es un gran deber, el cual es suma y compendio de todos los deberes de los creyentes: La aceptación de la voluntad divina, y el propósito de ponerla por obra en sus vidas, es la primera manera de derrotar la preocupación. Un gran amor elimina cualquier otro interés y preocupación; con ello desaparece toda ansiedad.
7. “Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal”.
La preocupación, entonces, puede derrotarse aprendiendo el arte de vivir un día a la vez. La recomendación es enfrentar cada día según sus propias exigencias, sin preocuparse por un futuro imprevisible y por cosas que probablemente ni siquiera sucedan. La mayoría de los problemas que deben enfrentarse son los que jamás se presentan.
Dulor concluye que lo que realmente se prohíbe no es la prudencia que prevé el futuro a fin de tomar las medidas necesarias para responder, oportunamente, a sus demandas.
Lo malo es el afán, angustiarse por el mañana; temor ansioso, enfermizo que es capaz de eliminar toda posibilidad de gozo en la vida del creyente.
Entonces, la ansiedad es peor que inútil, es, incluso, directamente dañina para la salud. Dos enfermedades típicas de la vida moderna, la úlcera en el estómago y la trombosis coronaria, en muchos casos resultan de la excesiva preocupación.
Por el contrario, es un hecho médicamente comprobado que quienes más ríen, más viven. La ansiedad desgasta la mente y el cuerpo; afecta la capacidad de juicio; disminuye el poder de decisión y lo hace progresivamente; con ella, la persona es incapaz de enfrentarse a la vida.
Ante esa realidad, que nos atrapa y nos subyuga, hasta aprisionarnos, a veces, en las preocupaciones y las angustias, podemos recordar el “cheque por cien mil afanes” de Rudyard Kipling:
Si quieres amarme, bien puedes hacerlo / Tu cariño es oro, que nunca desdeño. Más quiero comprendas que nada me debes / Soy ahora el padre y tengo los deberes. Nunca en las angustias por verte contento / He trazado signos de tanto por ciento. Ahora pequeño quiero orientarte / Mi agente viajero llegará a cobrarte. Será un hijo tuyo gota de tu sangre / Presentará un cheque por cien mil afanes. Llegará a cobrarte y entonces mi niño /Como hombre honrado a tu propio hijo deberás pagarle.
Y adoptar la frase del gran poeta Salvador Díaz Mirón: “El ave canta, aunque la rama cruja: como que sabe lo que son sus alas”. ¡Hasta siempre!
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