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Ahora toca turno a Tamaulipas Por Aquiles Córdova Morán

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Este martes, 29 de mayo, el antorchismo tamaulipeco inició un plantón indefinido ante el palacio de gobierno en Ciudad Victoria, Tamaulipas, con el propósito de desatorar viejas demandas que la gente de más bajos ingresos, agrupada en el Movimiento Antorchista del estado, presentó y viene gestionando incansablemente, sin ningún resultado apreciable, desde el inicio mismo de la administración de Egidio Torre Cantú. En forma resumida, ya que el espacio no permite entrar en detalles, la lista de las peticiones es la siguiente.

1.- Con SEDESOL: mejoramiento de vivienda, pisos firmes, letrinas, tinacos, láminas para techo, empleo temporal, un albergue estudiantil entre las más necesarias.

2.- Con Desarrollo Rural: diversos proyectos productivos cuya viabilidad y justificación social están debidamente acreditadas ante la dependencia respectiva.

3.- Con la SEDUMA: salón de usos múltiples, reparación de una iglesia, remodelación de pequeñas plazas públicas, guarniciones y banquetas, pavimento, puente vehicular.

4.- Con CEAT: rehabilitación de sistemas de agua potable, red de distribución del líquido, bombas hidráulicas, planta tratadora de aguas negras, perforación de un pozo para dotar de agua a la comunidad.

5.- Caminos: pavimentación de varios ramales intransitables en tiempo de lluvias.

6.- Medio Ambiente: desazolve y descontaminación de río y canal.

7.- Secretaría de Salud: centro de salud y ambulancia para el traslado de enfermos graves.

8.- Educación: espacios educativos, reconocimiento oficial de planteles que carecen de él, equipo de cómputo, contratación de personal.

9.- ITAVU: crédito para vivienda, electrificación, lotes de interés social, regularización de colonias populares.

Como puede juzgar cualquier ciudadano sin prejuicios políticos y con sensibilidad social, no hay aquí ninguna demanda superflua, desmesurada o indefendible. El antorchismo tamaulipeco ha depurado una y otra vez su pliego de demandas hasta no dejar en él nada que no sea de estricta y urgente necesidad, apenas lo básico para que la gente deje de vivir como los brutos y comience a vivir como ser humano y con alguna esperanza de futuro. Ahora bien, como dije antes, estas necesidades fueron hechas del conocimiento del actual gobernador el día mismo de su toma de posesión, y la respuesta entonces fue que “pronto” habría una reunión de trabajo encabezada por él para dar respuesta puntual al documento. Desde entonces (han pasado ya 16 meses) se ha buscado ese encuentro por diversos medios: recordatorios escritos, abordaje personal, a través del Secretario de Gobernación, mediante desplegados de prensa, etc., en 12 ocasiones, sin ningún resultado. Han tenido lugar, además, 6 entrevistas con el Secretario General de Gobierno, 11 “reuniones resolutivas” con las distintas dependencias involucradas, 9 mítines, 2 marchas, y varias comisiones representativas con el mismo nulo resultado. Nadie podrá decir, entonces, que el plantón de los antorchistas es sólo una muestra de intransigencia, de su incapacidad y falta de racionalidad para entender los argumentos y las limitaciones del gobierno, o, peor aún, que se trata de “un chantaje” (el caballito de batalla contra la legítima protesta social) de los líderes, en busca de dinero o de posiciones políticas.

Y esta explicación y la difusión nacional de la misma resultan indispensables porque, 38 años de lucha contra la pobreza y contra la arrogancia y el desprecio a los intereses populares de muchos hombres de poder, nos han enseñado a prever lo que vendrá. Ya sabemos que allí donde faltan soluciones para los necesitados, allí donde sus demandas y su insistencia de solución se toman como un insulto y una “falta de respeto”, la culpa por la reacción de las víctimas de tal conducta jamás recae sobre quienes cierran puertas y oídos a los menesterosos, jamás son admitidas como suyas por quienes ejercen el poder y el presupuesto públicos de manera facciosa y desequilibrada. Los responsables son siempre los desamparados y sus líderes, sobre los cuales cae todo el enojo oficial en forma de una feroz guerra mediática, basada en la total distorsión de las demandas, de calumnias sobre los motivos y propósito de la lucha y de los dirigentes, de descarado maquillaje del comportamiento y del trato despótico de los funcionarios, y de amenazas, abiertas o disimuladas, en contra de los dirigentes. Y el gobierno sabe que, en esta guerra de lodo e intimidación, contará siempre con la ayuda eficaz, por convicción o por interés, de la gran mayoría de los medios informativos. Es por eso que la denuncia anticipada de tal maniobra es, apenas, un intento de legítima defensa.

Hace poco hubo cambio de dirigencia en el Consejo Coordinador Empresarial (CCE), el poderoso organismo cúpula de los inversionistas más influyentes del país. Llamó mi atención que el dirigente recién ungido, frente a un discurso presidencial triunfalista y nada autocrítico, dijera a su turno, en tono asaz mesurado y reflexivo, que México sigue siendo uno de los países más desiguales de la tierra y que urge atacar este problema para tranquilidad de todos (la cita no es literal). A su vez, el candidato presidencial del PRI (partido que, por cierto, es el que llevó al poder al gobernador Egidio Torre), Lic. Enrique Peña Nieto, repite en cuanta acción se le presenta que los mexicanos estamos agraviados y lastimados por la enorme pobreza que padece la mayoría de la nación, que su gobierno se propone enfrentar este reto tomando medidas efectivas para un reparto más equitativo de la renta nacional y que quien no esté de acuerdo con esto no tendrá cabida en el proyecto de país que él encabeza. Y nadie podrá negar que una medida infaltable en una política de verdadero combate a la desigualdad social de que hablan el líder del CCE y el Lic. Peña Nieto, es la reorientación del gasto público en favor de los que menos tienen, sin desatender, obviamente, los problemas y los derechos del resto de la población. Pero en Tamaulipas, por lo aquí dicho, se ve que marchan viento en popa, a todo trapo como dicen los marineros, sólo que exactamente en sentido contrario. ¿Habrá alguien con la capacidad para verlo y el valor para decírselo a Egidio Torre Cantú? Los antorchistas, por lo pronto, harán su parte; y ojalá que el gobernador lo vea y lo entienda de esa manera y responda en consecuencia.

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La corona que derribó al fiscal. Por Caleb Ordóñez T.

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Alejandro Gertz Manero no se fue por un solo escándalo. Su salida de la Fiscalía General es el cierre natural —y casi inevitable— de una historia acumulada durante décadas: un expediente no judicial, sino político, construido a fuerza de polémicas, enojos y decisiones que siempre parecían estar un milímetro antes (o después) del momento correcto. Una vida pública larga, tensa y llena de episodios que México nunca logró procesar del todo y que terminaron de golpe cuando la luz inesperada lo alumbró demasiado.

Para entender su renuncia, hay que regresar al principio. A 2001. A Puente Grande. A Joaquín “El Chapo” Guzmán desapareciendo como si el penal fuera un teatro mal montado. A un gabinete recién estrenado y a un secretario de Seguridad Pública —Gertz— que quedó tocado desde ese instante, aun cuando defendió hasta el cansancio que los penales no estaban bajo su control directo. Tenía razón en la letra, pero la política no se escribe con artículos constitucionales; se escribe con percepciones. Y la percepción quedó marcada: primera fuga, primer señalamiento.

Luego vendría “el caso familiar”, quizá el capítulo más corrosivo de su trayectoria. La denuncia por homicidio en contra de su excuñada Laura Morán y de su sobrina política, Alejandra Cuevas, terminó por convertirse en un espejo que devolvía una imagen poco favorecedora del fiscal. La figura jurídica de “garante accesoria”, que nadie encontraba en ningún código, la prisión de Cuevas, la reapertura del expediente cuando él ya era fiscal, y después los audios filtrados donde se quejaba del proyecto de sentencia de la Suprema Cort Ese episodio enterró la narrativa de imparcialidad y lo colocó en el centro del debate sobre el uso personal de la justicia. No su mejor capítulo.

Y sin embargo, tampoco ahí cayó.

Su paso por la FGR tuvo escenas memorables —algunas para bien, otras para museo del absurdo. Anunció con firmeza una cruzada contra la impunidad heredada: Odebrecht, Estafa Maestra, Pemex, la élite política del sexenio pasado. Era un fiscal que llegaba con autoridad intelectual: décadas de docencia, formación sólida en derecho penal, experiencia en seguridad y una convicción genuina de que el Ministerio Público tenía que recuperar su dignidad institucional. Ese punto —el positivo— hay que concedérselo: Gertz siempre habló de la Fiscalía como una institución que debía fortalecerse y, al menos en discurso, entendía la necesidad de autonomía y rigor técnico.

Pero entre lo que se quiere y lo que se logra suele haber un océano.

El caso Lozoya terminó convertido en una tragicomedia: el testigo estrella que prometía derribar a medio gabinete peñista terminó fotografiado en un restaurante, con un guion de colaboración que se desmoronó y un expediente repleto de promesas incumplidas. El famoso cheque de 2,000 millones de pesos, presentado en Palacio Nacional como “reparación del daño”, resultó más simbólico que real. Y mientras tanto, Rosario Robles vivió en prisión preventiva prolongada, exhibiendo el rostro más duro de la Fiscalía, mientras Lozoya parecía disfrutarse el fuero moral de la cooperación.

Su sello más polémico fue la justicia diferenciada. La exoneración exprés del general Salvador Cienfuegos tensó la relación con Estados Unidos; el intento de procesar a 31 científicos del Conacyt por delincuencia organizada levantó incluso carcajadas en los tribunales; los expedientes contra gobernadores y candidatos en temporada electoral alimentaron la narrativa de que la FGR olía más a estrategia que a proceso penal.

Y después llegó la guerra interna. El pleito con Julio Scherer, la batalla por el control de ciertos expedientes, las acusaciones cruzadas de extorsiones, venganzas y “operaciones sucias” mostraron una Fiscalía atrapada en el mismo laberinto político que juró superar.

Con todo, había una cualidad que incluso sus críticos reconocen: Gertz era persistente. Y conocía el aparato penal como pocos. Tenía método, obsesión por el detalle y una idea fija de orden institucional. No siempre funcionó, no siempre fue justa ni eficiente, pero era innegable que se trataba de un hombre que llevaba décadas pensando —de verdad pensando— en el sistema penal mexicano.

¿Entonces por qué renunció?

Porque la política no solo se derrumba por grandes actos de corrupción o colapsos institucionales. A veces cae por la presión inesperada del lugar menos imaginado. En este caso, una corona.

Todo estalló cuando México celebraba con júbilo el triunfo de Fátima Bosch como Miss Universo. Una mexicana ganando el certamen después de tantos años era un regalo para la narrativa nacional: orgullo, identidad, representación, el país hablando de algo luminoso por primera vez en semanas. Pero justo ahí, en plena celebración, comenzaron a circular los expedientes —sellados y empolvados en la FGR— relacionados con Raúl Rocha, presidente de la franquicia Miss Universo y vinculado en investigaciones mediáticas con presuntos contratos irregulares con Pemex.

La pregunta no era si existía una investigación. La pregunta era: ¿por qué se filtró justo ahora?

La respuesta implícita fue unánime: porque la FGR había perdido control interno. Porque intereses cruzados querían lastimar a la 4T. Porque la filtración no solo embarraba a un empresario, sino también a Bosch, la nueva joya mediática del país. Porque el triunfo, tan necesario en una nación saturada de malas noticias, se convirtió en combustible político en cuestión de horas. Porque México estaba celebrando una coronación, y alguien sacó un expediente que olía a guerra interna.

Eso, en Palacio Nacional, fue dinamita.

No se podía permitir que una victoria global, limpia y emocional, se convirtiera en pleito burocrático. Mucho menos cuando la Presidencia buscaba proyectar una nueva etapa institucional y evitar conflictos con la industria cultural y de entretenimiento que ya estaba devolviendo atención internacional al país. Gertz había sobrevivido a todo: a expedientes fallidos, a presiones, a audios filtrados, a críticas internacionales. Pero tocar un símbolo recién coronado fue otra cosa. Transformó un problema jurídico en un problema político. Y en México, los problemas políticos se resuelven de una sola forma: pidiendo renuncias.

El 27 de noviembre de 2025, presentó la suya.

Salió con un extraño nombramiento diplomático y un comunicado sin dramatismos, pero cargado de silencios. Fue la despedida de un fiscal que quiso ser reformador, que terminó siendo símbolo de poder concentrado y que cayó no por un caso penal, sino por una coronación que puso demasiados reflectores sobre sus polémicas.

Y así, la corona de Fátima Bosch terminó abollando algo más que el ego de los críticos: terminó abollando, también, el trono del fiscal más poderoso del México reciente.

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