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Opinión

Algo en la primavera. Por Itali Heide

Itali Heide

Hay algo en la primavera. Puede que no todo el mundo se identifique con esto, pero el invierno no es lo mío. Cuando los árboles empiezan a perder sus hojas y las flores dejan de mostrar sus colores, algo en mí cambia. Me vuelvo menos consciente, menos agradecida, menos feliz.

Será porque el huerto de manzanas que hay detrás de mi casa pasa de ser un faro de paz a un huerto de esqueletos en pocos días, pero no hay nada que alegre el ánimo como el momento en que la primavera nos hace saber que ha brotado. Cuando las flores empiezan a florecer, los árboles comienzan a mostrar su follaje y la tierra seca se vuelve húmeda.

¿Se han dado cuenta de que la gente también se alinea con las estaciones? No es una ciencia al 100%, pero que me cuelguen si no he visto a gente más feliz bajo el sol radiante que bajo la fría luna de invierno.

Quizá sea sólo yo, pero la primavera, el verano y el otoño están llenos de sorpresas, experiencias y aventuras. Hay más cosas que hacer, mejor clima para hacerlo y más gente dispuesta a hacerlo contigo.

Una vez que el verde comienza a aparecer en el árbol favorito de la calle, la vida comienza a mejorar. Quizás podrán culpar a la deficiencia de vitamina D, pero es un hecho. Estamos más vivos cuando la naturaleza está viva, porque nosotros mismos somos la naturaleza consciente.

Al fin y al cabo, somos un reflejo de la naturaleza. Cuando la naturaleza empieza a despertar y a darse a conocer en primavera, nosotros también. Cuando llega el verano para mostrar nuestro mejor y más evolucionado yo, lo logramos. Cuando el otoño nos recuerda que no todo dura para siempre, nos sentimos humildes. Y, por último, el invierno nos reconforta tanto como nos molesta, recordándonos los oscuros túneles que atravesamos como seres humanos experimentando la vida.

Ahora, como criaturas inteligentes, podemos empezar a aprovechar la intuición que nos rodea. Cuando la primavera comienza a recordarnos el cambio a mejor, nuestra mejor apuesta es seguirla. Cuando el verano nos muestra nuestro yo más verdadero, deberíamos inspirarnos en él. Cuando el otoño nos hace ver que nada es eterno, debemos aprender de él. Por último, el invierno nos enseña que los momentos bajos son también lecciones de los altibajos de la vida.

Puede que esto no sea cierto para todo el mundo, pero sí en suficientes personas como para que merezca la pena escribir sobre ello. Así como la naturaleza sigue su curso, nosotros también lo buscamos. Si queremos recurrir a la ciencia, hay mucho que decir: en enero muere más gente que en cualquier otro mes. Aquí es importante señalar que la correlación no siempre es causal, pero sigue siendo un hecho importante.

Como seres humanos conectados a la naturaleza, la acompañamos. Nos despertamos cuando amanece la primavera, corremos como niños locos cuando el verano nos pide que juguemos, bajamos el ritmo cuando el otoño nos da un toque de realidad y frenamos cuando el invierno nos recuerda que la vida no es todo rosas.  

 

Opinión

Legalizar el espionaje: La nueva tentación de MORENA

Lic. Jacques A. Jacquez

La reforma a la Ley del Sistema de Inteligencia —es decir, la llamada “ley espía”—, junto con la reciente propuesta del gobierno federal para crear una curva biométrica, no pueden entenderse como hechos aislados. ¿Casualidad? Por supuesto que no. Se trata de una estrategia cuidadosamente diseñada como parte de una política pública orientada a recolectar datos sensibles de la población.

¿Y por qué podemos suponer que estos datos podrían utilizarse de forma indebida? Porque ya ha ocurrido. Porque ha sido una práctica constante de este gobierno emplear información personal para exhibir, ridiculizar o amedrentar a quienes disienten. Desde la conferencia mañanera, hemos visto al expresidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, mostrar estados de cuenta bancarios, declaraciones fiscales y otros datos sensibles de personas que él mismo ha etiquetado como adversarios o enemigos políticos.

Los casos de espionaje y uso indebido de información personal por parte de gobiernos emanados de Morena son cada vez más evidentes. En la Ciudad de México, la Fiscalía encabezada por Ernestina Godoy solicitó, sin orden judicial, registros telefónicos de políticos de oposición como Santiago Taboada y Lilly Téllez, en lo que diversos medios calificaron como espionaje ilegal. En Campeche, la gobernadora Layda Sansores difundió audios editados de figuras políticas en su programa oficial, sin esclarecer el origen de esas grabaciones. A nivel federal, el propio presidente López Obrador ha revelado públicamente datos fiscales y bancarios de adversarios políticos como Xóchitl Gálvez, violando su derecho a la privacidad. Además, investigaciones de organizaciones como Citizen Lab y Amnistía Internacional han documentado el uso del software Pegasus por parte del Ejército mexicano durante este sexenio para espiar a periodistas y defensores de derechos humanos. Todos estos hechos reflejan un patrón preocupante: el uso del aparato del Estado para vigilar, intimidar y exhibir a quienes piensan distinto.

Esas personas, que deberían estar protegidas por el Estado, hoy son objetivos institucionalizados. Se han convertido en blancos prioritarios en un intento por silenciar voces críticas e inhibir el disenso. Lo que antes era una práctica excepcional —el espionaje selectivo, el uso encubierto de información— hoy amenaza con convertirse en norma. Se pretende legalizar la posibilidad de que el Estado mexicano espíe a sus ciudadanos.

Y eso es lo verdaderamente grave: ya no se trata de prácticas oscuras que debían ocultarse, sino de disposiciones que se buscan justificar con argumentos de seguridad o eficiencia gubernamental, mientras se normaliza la violación a la privacidad. Se institucionaliza el espionaje como si fuera parte natural de la vida democrática.

Es cierto: ningún país está exento del uso de la inteligencia estatal. No ocurre solo en México; es una realidad global. Pero aquí estamos yendo más lejos: estamos permitiendo que se convierta en ley. Le estamos abriendo la puerta a la vigilancia permanente, a la intervención de nuestras comunicaciones, a la recopilación masiva de datos biométricos. Y todo esto, sin las garantías adecuadas, sin controles, sin transparencia.

Nos enfrentamos a un punto de quiebre. No es un tema técnico ni menor. Es una clara violación a los derechos humanos. Y lo más peligroso: lo estamos normalizando.

Frente a ello, es nuestra responsabilidad seguir alzando la voz. No es lo correcto. No es lo legal. Y, sobre todo, no es lo que un Estado democrático debe permitir.

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