Como país, Turquía se describe a menudo como un puente entre Europa y Asia. Por primera vez, este martes, los dos continentes están oficialmente conectados por un túnel multimillonario submarino de ferrocarril.
El primer Ministro Turco Recep Tayyip Erdogan y el Presidente Abdullah Gul, el Primer Ministro japonés Shinzo Abe, el Primer Ministro rumano Victor Ponta y numerosos ministros de transporte y de comercio se reunieron para inaugurar el gigantesco sistema ferroviario el Día de la República de ese país.
El enlace Marmaray, cuyo nombre combina el Mar de Marmara con «ray», que significa tren en turco, es parte de un megaproyecto de 76 kilómetros (47 millas), con un coste de 4.500 millones de dólares que el gobierno emprendió en 2004.
Su escala, junto el diseño para un tercer aeropuerto, un canal paralelo para el río Bósforo y un tercer puente colgante, se ve como un plan demasiado ambicioso de Erdogan para construir su legado y recrear los días del Imperio Otomano.
El audaz plan nos trae a la mente el sueño del Sultán Abdul Medjid, que lo bosquejó hace más de un siglo, hecho realidad cuando la República de Turquía celebra su nonagésimo aniversario.
Está siendo finalmente completado por Erdogan, después de haberse enfrentado a intensas protestas por los planes de reurbanización de un parque central en Estambul con barracas militares de la era otomana y una mezquita. El túnel de 13,6 kilómetros (8,5 millas), el más profundo de su clase, pasa por debajo del estrecho del Bósforo, una de las vías de navegación más concurridas del mundo.
La capital financiera de Estambul, con una población de casi 15 millones de personas, a menudo está congestionada con el tráfico, con cerca de dos millones de residentes que pasan entre los continentes a diario.
Se espera que el sistema de ferrocarril, construido por un consorcio turco-japonés, tenga la capacidad de transportar a un millón y medio de personas al día, conectando los continentes en cerca de cuatro minutos.
El Marmaray se describe como un enlace vital de la Ruta de la Seda moderna, que proporcionará transporte ferroviario eficiente desde Turquía hasta China.
Bajo Erdogan, Turquía ha visto hacia el este para aprovechar los mercados emergentes y crecer. Más de la mitad de sus exportaciones van a la Unión Europea y su ralentización ha disminuido su crecimiento anual a la mitad después de haber alcanzado su nivel más alto por encima del 8% antes de la crisis financiera de 2008-2009.
Más allá de la magnitud de tal empresa, la excavación para el Marmaray descubrió unos 40.000 artefactos y ayudó a los arqueólogos a trazar la historia de Estambul unos 8.500 años atrás, 2.500 más de lo que se creía antes.
Sin embargo, los descubrimientos retrasaron el proyecto por cuatro años, lo cual frustró al primer ministro quien, según dicen los analistas y empresarios, desea dejar una huella permanente en la capital financiera de Turquía.
El proyecto también tuvo que tomar en cuenta la larga historia de terremotos violentos en Turquía, y la posición del túnel está paralela a una gran falla. El ministro de transportes Binali Yildirim ha descrito las precauciones, entre ellas que el túnel está diseñado para soportar un terremoto con una magnitud de 9,0 porque su construcción permite el movimiento.
Erdogan apunta alto con estos proyectos de infraestructura y se esfuerza para que Turquía tenga un mayor impacto conforme la república se dirige a su centésimo aniversario.
Erdogan cree que Turquía puede duplicar su producto interno bruto a 2 billones de dólares y, con esto, reivindicar su derecho internacionalmente como una de las diez primeras economías.
Pero obtener la financiación para esta actividad después de haberse encontrado con tan fuerte resistencia pública podría obstaculizar el plan maestro de este gobierno.
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