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¿Cuál es el cubrebocas más seguro contra COVID-19?

Según el titular del Centro para el Control y la Prevención de las Enfermedades de EEUU, si todo el mundo las usara la pandemia, «estaría bajo control en cuatro, seis u ocho semanas”. Un estudio comparó cubrebocas caseros, pañuelos plegados y otras protecciones

Cada vez hay más pruebas de la utilidad de las mascarillas o cubrebocas en la lucha contra la pandemia de la COVID-19: cualquier forma de barrera ayuda a prevenir la transmisión, aun si la persona infectada se halla cerca de otras. En principio, la gran protección que brindan es a los demás: impiden que las microgotas que contienen coronavirus se expandan demasiado lejos en el aire, y en demasiada cantidad. Pero también hay evidencia de que protegen a quienes la usan de la absorción de esas partículas de otros.

Debido a que en los Estados Unidos el contagio volvió a los niveles de los peores días del pico de la pandemia, en abril, el director del Centro para el Control y la Prevención de las Enfermedades (CDC por sus siglas en inglés), Robert Redfield, dijo en una videoconferencia la Asociación Nacional Médica (AMA): “Si pudiéramos lograr que todo el mundo usara una máscara ahora, realmente creo que podríamos tener esta epidemia bajo control en cuatro, seis u ocho semanas”.

Esta infografía lo explica muy bien:

El hallazgo principal es que elementos tan accesibles como un pañuelo de algodón plegado y una mascarilla de algodón cosida en casa son eficaces para reducir el viaje de las partículas potencialmente infecciosas de 200 a 6 o 7,5 centímetros. Eso, sumado a la distancia social, le recorta al coronavirus la posibilidad de seguir contagiando a nuevos huéspedes.

“Nos sorprendió, de manera positiva, ver que una máscara casera podía hacerlo tan bien, que no hace falta conseguir una máscara muy elegante”, dijo Siddharta Verma, uno de los autores de la investigación, al WSJ. “Una máscara de algodón se puede lavar y secar en casa. La reutilización se vuelve más importante a medida que nos adentramos en esto por largo tiempo”.

Los investigadores emplearon la técnica de visualización del flujos por microscopía láser (una combinación del microscopio de fluorescencia con imágenes electrónicas y puntos de luz, para obtener imágenes en 3D) para captar la trayectoria de la tos de un maniquí, fingida con una mezcla de agua destilada y glicerina y expulsada por un compresor de aire y generador de humo. “Al colocar las diversas máscaras en el maniquí, lograron trazar el recorrido de las microgotas y así demostrar las diferencias en su desempeño”, dijo el comunicado de FAU sobre el trabajo de Verma, Manhar Dhanak y John Frankenfield.

El estudio empleó microscopía láser para captar la trayectoria de la tos de un maniquí, fingida con una mezcla de agua destilada y glicerina y expulsada por un compresor de aire y un generador de humo (FAU)

“Los resultados mostraron que las mascarillas dobladas sin mayor ajuste y las coberturas estilo bandana detenían en algún grado las microgotas respiratorias aerosolizadas”, siguió FAU. “Sin embargo, las máscaras caseras bien ajustadas hechas con varias capas de algodón y las máscaras de tipo cono de uso corriente demostraron ser las más eficaces para reducir la dispersión de las gotas. Estas máscaras lograron disminuir de manera significativa la velocidad y el alcance de la emisión respiratoria, aunque con algunas fugas a través del material de la máscara y de los pequeños huecos que existen a lo largo de sus bordes”.

Otro estudio, realizado en 2012 para comparar las mascarillas quirúrgicas y las N95, que se emplean en el ámbito de un hospital, también comprobó la importancia de una barrera de protección. El trabajo de David S. Hui, Benny K. Chow y Leo Chu, de la Universidad China de Hong Kong (CUHK), empleó un método similar para simular la tos de un maniquí, que se registró en imágenes obtenidas por microscopía láser también. Encontró que tanto la dispersión de partículas hacia el frente, como la lateral, por la presión del aire al chocar con el barbijo, variaba. Hacia el frente, con una mascarilla quirúrgica, las microgotas de la tos viajaban 3,4 centímetros, y con una N95, 2,7 centímetros; hacia los costados y atrás, respectivamente, 2,6 y 1,7centímetros.

“Si pudiéramos lograr que todo el mundo usara una máscara ahora, realmente creo que podríamos tener esta epidemia bajo control en cuatro, seis u ocho semanas”, dijo el director del CDC de EEUU (Reuters/ Simon Dawson)“Si pudiéramos lograr que todo el mundo usara una máscara ahora, realmente creo que podríamos tener esta epidemia bajo control en cuatro, seis u ocho semanas”, dijo el director del CDC de EEUU (Reuters/ Simon Dawson)

En todo caso, interpretó Verma para FAU, además de comprobar una vez más el sentido del equipo de protección personal en las actividades que presentan riesgos biológicos, que debido al coronavirus han salido más allá del ámbito laboral, las imágenes que él y sus colegas captaron para el estudio “pueden ayudar a transmitir al público general la lógica que sostiene las pautas del distanciamiento social y la recomendación del uso de mascarillas”. En su opinión, hoy como en abril “es crucial promover la concientización amplia de las medidas preventivas eficaces”, porque están observando aumentos significativos de las infecciones de COVID-19 en muchos estados.

Actualmente, Verma, Dhanak y Frankenfield trabajan en la medición de la protección que las distintas mascarillas ofrecen a la persona que las lleva puestas. Eso tiene importancia, porque la cantidad de SARS-CoV-2 a la que se expone una persona influye en el grado de la enfermedad, según un análisis epidemiológico de Monica Gandhi, profesora de medicina en la Universidad de California en San Francisco (UCSF), que todavía no se ha publicado, pero que la autora facilitó al WSJ antes de que salga en la Revista de Medicina General Interna (JGIM, por sus siglas en inglés).

Elementos tan sencillos como un pañuelo de algodón plegado y una mascarilla de algodón cosida en casa son eficaces para reducir el viaje de las partículas potencialmente infecciosas de 200 a 6 o 7,5 centímetros (Reuters/ Ajeng Dinar Ulfiana)Elementos tan sencillos como un pañuelo de algodón plegado y una mascarilla de algodón cosida en casa son eficaces para reducir el viaje de las partículas potencialmente infecciosas de 200 a 6 o 7,5 centímetros (Reuters/ Ajeng Dinar Ulfiana)

“En la investigación, ella y sus coautores postularon que las máscaras proporcionan una barrera importante y podrían conducir a una infección más leve o incluso prevenirla por completo”, citó McCabe. “Aunque hay una gran variación entre las máscaras de tela y las quirúrgicas, ella cree que algunas pueden probablemente filtrar la mayoría de las gotas virales más grandes”.

En su preocupación por el uso de mascarillas en público, el CDC midió que durante lo peor de la pandemia en los Estados Unidos, la gente había comprendido la importancia: en abril se usaban en un 61,9%, y hacia mediados de mayo, en un 76,4 por ciento. Esperan que el pico de julio esté causando un efecto de claridad similar y que durante las próximas semanas se vea un aumento de las mascarillas en público, aun en lugares que no lo ordenan o que, como el estado de Georgia, han demandado en los tribunales a las jurisdicciones inferiores que lo hicieron, como la ciudad de Atlanta.

Sin tratamiento ni vacuna contra la COVID-19, medidas como el uso de máscaras, la distancia social y el lavado frecuente de manos son centrales para frenar la propagación (Reuters/ Bruno Kelly)Sin tratamiento ni vacuna contra la COVID-19, medidas como el uso de máscaras, la distancia social y el lavado frecuente de manos son centrales para frenar la propagación (Reuters/ Bruno Kelly)

Debido a la resistencia de muchas personas a los cubrebocas, el 16 de julio un comunicado conjunto del Colegio Nacional de Médicos del Tórax, la Asociación Nacional del Pulmón, la Sociedad Nacional del Tórax y la Fundación para la Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica explicó que no hay razones de salud para que una persona sana le tema a este sencillo recurso para reducir la propagación del COVID-19. “Los individuos con pulmones normales e incluso muchos con enfermedades pulmonares crónicas subyacentesdeberían poder usar una cobertura facial que no sea N95 sin que se afecten sus niveles de oxígeno o dióxido de carbono”, escribieron. “Las excepciones deberían ser establecidas por un médico”.

Según una proyección del Instituto de Métricas Sanitarias de la Universidad de Washington, las muertes por el coronavirus en los Estados Unidos superarían las 224.000 el 1 de noviembre; pero si el 95% de la población usara cubrebocas, se salvarían más de 40.000 vidas: los muertos totales a esa fecha serían alrededor de 183.000. Al 22 de julio, casi 143.000 personas habían muerto en ese país, y los contagios estaban en cerca de los 4 millones.

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Acapulco lucha por sobrevivir. Por Itali Heide

Imágenes: Manuel Villavicencio

Antes incluso de verlo, Acapulco se huele. El olor de la basura acumulada durante semanas en las calles, la humedad de toneladas de lodo, árboles y hojas cubriendo portones, e incluso el olor a muerte persiste en el aire. Sobre el SEMEFO, buitres vuelan en una coreografía coordinada que señala que la muerte es mucho más frecuente que las cifras oficiales.

Itali Heide

Itali Heide

Al adentrarse en las devastadas calles de Acapulco, uno podría pensar que ha sido transportado a una zona de guerra. Ni una sola casa o edificio ha quedado indemne, con cristales esparcidos por todos los patios y líneas de agua de dos metros de altura en hogares que sirven de recordatorio del horror por el que pasaron los guerrerenses.

Aunque la pérdida material es devastadoramente triste, la angustia llega cuando se escuchan las historias de los sobrevivientes. Doña Francisca ha vivido en el poblado de Yetla toda su vida. De pie en la puerta de su casa, mirando hacia atrás, hacia el lugar que una vez conoció como un hogar seguro, recuerda la noche que la vio pedir por su vida. «No pude hacer nada», dice con las mejillas llenas de lágrimas, «el viento era tan fuerte que me agarré a la cama rezando que no me llevara el viento».

¿Quién iba a pensar que de un día para otro toda una región podía desaparecer del mapa? Es como si alguien hubiera hubiera arrastrado su dedo pulgar por el paisaje, sin dejar ni una sola palmera recta, mientras la mayoría yacía en el suelo como el destino le había deparado. La gente sufrió enormemente, y algunos pasaron 20 horas en sus casas con el agua hasta el pecho, sosteniendo a sus hijos y suplicando por una salida.

Nos gusta pensar que lo peor ya ha pasado. ¿Qué puede haber peor que vientos de 300 km/h? Por desgracia, el verdadero peligro está aún por llegar. Medical IMPACT llevó una brigada médica a Acapulco esta semana, apoyando a los supervivientes con consultas médicas gratuitas, medicación y apoyo emocional. Tras atender a más de 300 pacientes, salieron a la luz los verdaderos riesgos: habrá más muertes tras el huracán que por la tormenta en sí.

En las colonias Alborada Cardenista, Yetla y Ejido Viejo, cientos de guerrerenses se presentaron con lesiones, enfermedades y riesgos que ponen en peligro su vida y su salud. Viviendo sin agua potable, comida, electricidad o incluso higiene básica, no es de extrañar que la enfermedad esté por todas partes. Bebés con la cara llena de granos debido al agua sucia, niños con heridas infectadas con riesgo de septicemia, estómagos doloridos y resfriados por las horas pasadas en el agua están por todas partes.

Quienes ya lidiaban con alguna enfermedad, ahora sufren más. Decenas de pacientes diabéticos a los que Medical IMPACT atendió se han quedado sin insulina ni medicación vital, mientras yacían en sus casas esperando a que llegara la ayuda o a que les sobreviniera un coma diabético. Incluso si pudieran encontrar insulina, no hay forma de almacenarla: debe conservarse a baja temperatura, y sin electricidad, guardarla en el refrigerador no es posible.

Es devastador pasear por calles que antes estaban llenas de vida y ver a la gente limpiar minuciosamente sus casas mientras intentan recordar cómo era tener una vida normal. Sin embargo, sirve como testimonio de la voluntad que tienen los guerrerenses para seguir adelante. En los poblados olvidados y abandonados por el gobierno y otros grupos de apoyo, las comunidades se reúnen en zonas comunes y se ayudan mutuamente.

Las doñas montan mesas para hacer taquitos de requesón y frijol, los hombres llevan palas de casa en casa sacando el barro y la basura, los niños ríen y juegan, perros amistosos buscan caricias y se juntan recursos para apoyarse mutuamente. Incluso en las ruinas, la tragedia parece sacar lo mejor de la gente (aunque en algunos casos, también lo peor).

Acapulco está lejos de recuperarse. Llevará años reconstruir la ciudad y los pueblos circundantes, pero la verdadera prueba es mantener a la gente segura, alimentada, hidratada y sana. Mientras nos adentramos en aguas desconocidas, es responsabilidad del gobierno, la sociedad civil y la comunidad mundial seguir apoyando a quienes lo perdieron todo y pueden perder más, incluso su vida.

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