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Opinión

Democracia, haz lo tuyo. Por Itali Heide

Itali Heide

Voto por voto, Donald Trump y Joe Biden disputan una de las elecciones más importantes en la historia de la democracia americana. A medida que se siguen contando las votaciones por correo, rompiendo el récord de participación ciudadana, la posibilidad de que Trump reine sobre Estados Unidos por otros cuatro años comienza a disminuir.

La institución de la democracia ahora enfrenta un reto que en cualquier otra elección sería más que evidente: cumplir su función. Más allá del resultado final, la unidad de la sociedad estadounidense y su democracia están en juego. En esta elección, la polarización que amenaza a Estados Unidos no la causó una interferencia extranjera de Rusia, ni China, ni Turquía, ni Irán. La tensión latente que se ha sentido a lo largo de este clima político en el país es causada por la narrativa que ha sido impulsada abrumadoramente por el actual presidente, con total desprecio por la verdad.

La participación de los votantes es la más significativa en 120 años, agregando a esta ya histórica elección. (Imagen: Tiffany Tertipes)

Tras meses de ensayar el guión que busca proteger su ego, Trump empezó a cuestionar la validez del recuento tan pronto como Biden mostró una ventaja en algunos estados clave. Como un gato acorralado por una pantera, ha comenzado a hacer lo que siempre hace cuando se siente amenazado: demandar. En la Casa Blanca, el presidente y su equipo de abogados buscan denunciar a los estados con la esperanza de limitar el voto y extender el proceso electoral.

Al tiempo que Trump planea su próxima estrategia para privar de sus derechos a los votantes y difunde desinformación electoral en Twitter, los estados individuales se muestran orgullosos de la transparencia mostrada durante el proceso de votación, todo mientras enfrentan la pandemia y manteniéndose dentro de las especificaciones del gobierno para mantener seguros a los ciudadanos. La cooperación civil rebasa expectativas: mientras que un número récord de votantes ejercen su derecho, los voluntarios se aseguran de que cada voto legal sea contado y registrado, dedicados a la implementación de medidas de sanidad, desinfectando cabinas de votación y guardando distancia social.

El próximo líder de Estados Unidos será anunciado en los próximos días, a medida que terminen los conteos en estados clave. (Imagen: Element 5)

El camino para ocupar la Oficina Oval no ha terminado. Trump se mantiene fiel a su paranoia, sugiriendo un fraude en el conteo de votos y cuestionando la validez del sistema de voto por correo. Expertos frustrados repiten una verdad sobria: todo esto es normal. La posibilidad de empezar con una ventaja para Trump debido a la votación en persona el día de las elecciones, seguido de una «ola azul» una vez que los votos por correo son procesados y contados, fue predecido por expertos semanas antes del día de elección.

Aunque la nación se prepara para lo que podría ser un sinuoso proceso de conteo, recuentos e impugnaciones legales, Estados Unidos merece sentirse con un peso menos en el pecho. Después de una campaña tormentosa, una pandemia que ha cobrado casi un cuarto de un millón de personas, recesiones económicas, tensión racial, división política y ansiedad colectiva, los ciudadanos han votado. Ahora, esperamos a ver la democracia en acción.

Opinión

Francisco: el futbolista que soñaba con ayudar a los pobres. Por Caleb Ordoñez Talavera

En un mundo donde los líderes suelen subir al poder sobre pedestales dorados, Jorge Mario Bergoglio eligió las sandalias del pescador. Aquel argentino que un día fue arquero de fútbol, amante del tango y de los libros de Dostoyevski, se convirtió en Papa y jamás olvidó de dónde venía. Francisco no fue un pontífice cualquiera; fue un Papa de carne y hueso. De esos que uno siente que podría toparse en la fila de las tortillas, con una sonrisa serena y una mirada que, sin mucho ruido, te abraza el alma.

Francisco ha sido, sin lugar a dudas, el Papa más disruptivo en siglos. No porque haya roto dogmas —la estructura doctrinal sigue firme—, sino porque le dio un rostro distinto a la Iglesia Católica. Dejó de lado la solemnidad acartonada y abrazó la humildad. Cambió el papamóvil blindado por un Fiat, rechazó vivir en los lujosos aposentos vaticanos y optó por una residencia sencilla. El “Vicario de Cristo” en la tierra eligió la austeridad, no por estrategia, sino por convicción.

Pero su verdadera revolución fue moral y emocional. Francisco no gritaba desde el púlpito: escuchaba desde las banquetas. Su papado se volcó en los márgenes, allí donde duele el hambre, la exclusión y el olvido. Su voz fue trinchera para los migrantes, los pobres, los ancianos, los refugiados.

Muchos lo criticaron por “idealista”, como si eso fuera pecado. Pero Francisco no era ingenuo, era valiente. Sabía que sus llamados a la justicia social incomodaban a muchos en las cúpulas de poder, tanto eclesiásticas como políticas. Sin embargo, nunca dio marcha atrás. “Quiero una Iglesia pobre para los pobres”, dijo al iniciar su pontificado. Y no era una frase para los titulares: era su hoja de ruta.

En tiempos donde la migración se convirtió en moneda electoral, el Papa Francisco insistía en recordar lo esencial: los migrantes no son cifras, son personas. Los visitó en las fronteras de Europa, lloró con ellos, oró con ellos, los abrazó. Nunca usó una cruz de oro; la suya era de hierro, sencilla, como el corazón que la portaba.

No fue un teólogo de escritorio. Fue un pastor que olía a oveja. Supo enfrentarse al clericalismo con una sonrisa y un gesto firme. Habló de ecología cuando el mundo prefería mirar al petróleo, habló de inclusión cuando otros aún discutían si las puertas de la Iglesia debían estar abiertas. Fue reformador no porque cambiara leyes, sino porque cambió la conversación.

Y entre todas sus aficiones —el cine italiano, la literatura rusa, la cocina porteña— hay una que siempre lo delató como el más humano de los líderes: el fútbol. Fan acérrimo del equipo San Lorenzo, seguía los resultados con la emoción de un niño. Para Francisco, el fútbol era una metáfora del Evangelio: todos juntos, diferentes, pero con un solo objetivo. “Lo importante no es meter goles, sino jugar en equipo”, decía.

El balón lo extrañará. La pelota, esa esfera rebelde que tantas veces desafía la gravedad, ha perdido a uno de sus poetas silenciosos. No se sabe si en el Vaticano habrá canchas, pero estoy seguro de que Francisco supo lo que es gritar un gol desde el alma.

Su legado es más que palabras. Está en los corazones de quienes alguna vez se sintieron excluidos. Está en cada migrante al que se le extendió la mano, en cada comunidad indígena que se sintió escuchada, en cada creyente que volvió a mirar a la Iglesia con esperanza y no con miedo.

El Papa Francisco nos recordó que la fe sin amor es un cascarón vacío. Que la Iglesia, si no camina con el pueblo, se convierte en museo. Que el Evangelio no es para adornar discursos, sino para incomodar a los cómodos y consolar a los que duelen.

Francisco será recordado como el Papa de los gestos pequeños, de las palabras enormes, del corazón abierto. No hizo milagros, pero hizo lo más difícil: cambiar el alma de una institución milenaria con solo mirar a los ojos de los pobres y decirles: “ustedes son el centro”. Y en tiempos donde el cinismo dentro de la política y en todos los medios cotiza alto, eso es ya un milagro.

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