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Opinión

Desde San Lázaro por Jaime Fong

En esta ocasión me voy a referir a una iniciativa presentada al inicio del presente periodo ordinario en San Lázaro, la cual modifica la fecha de toma de protesta del presidente de la republica, cambiándola del 1 de diciembre al 1 de octubre. Pero ¿Qué beneficios se derivan de esta decisión?

La cuestión más relevante radica en que del día de la elección, que por lo regular es durante la primera semana de Julio, al día de la toma de protesta, pasan 5 largos meses, donde se tiene a un Presidente constitucional saliente y uno electo, esto durante el llamado periodo de transición.

Durante las elecciones presidenciales de 2012, dos meses fueron suficientes para que los órganos jurisdiccionales en materia electoral, confirmaran al triunfador. Si a esto sumamos un mes para los tramites que conlleva la entrega – recepción de la administración pública federal, bastarían tres meses para que el presidente pudiera tomar protesta. Por ello la relevancia de la iniciativa y la fecha planteada de entrada en funciones del nuevo titular del ejecutivo fuera el 1 de octubre.

Si a esto sumamos el corto e insuficiente tiempo en el que se debe presentar, discutir, analizar y aprobar tanto la Ley de ingresos como el Presupuesto de Egresos, no representa la importancia de dicho procedimiento en el que se deciden solo unos cuantos miles de millones de pesos, para ser exactos, 3,900 millones de millones de pesos que se ejercerán durante el presente año 2013.

Por ello, son muchos los efectos positivos derivados de la posible aprobación de esta reforma; reducir la incertidumbre de las elecciones, hacer eficiente la transición entre los gobiernos, presentar el último informe del presidente saliente y que el presidente electo tenga el tiempo necesario para discutir un tema tan importante como es el presupuesto y los ingresos del país.

Estaremos desde San Lázaro muy al pendiente de esta iniciativa que ya se encuentra en la comisión de puntos constitucionales.

Al tiempo, tiempo.

Hasta la próxima semana

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Opinión

El G20: ¿Progreso real o más promesas vacías? Por Sigrid Moctezuma

Hablar del G20 es hablar de una oportunidad única: una reunión que pone sobre la mesa problemas que afectan directamente nuestras vidas, como la pobreza y el cambio climático. Pero, ¿Estamos realmente avanzando o seguimos atrapados en las buenas intenciones?

En pleno 2024, más de 700 millones de personas en el mundo viven con menos de 2 dólares al día, y el cambio climático sigue empujando a millones al borde de la desesperación. Según la FAO, en 2023 hubo un aumento alarmante de 122 millones de personas que enfrentan inseguridad alimentaria debido a conflictos y fenómenos climáticos extremos. Estas cifras no son abstractas; son vidas humanas, historias de lucha diaria que rara vez llegan a los titulares.

Erradicar la pobreza no es simplemente “dar más dinero”. Se trata de atacar la raíz del problema: desigualdades históricas y estructuras económicas que privilegian a unos pocos. Por ejemplo, los países del G20 representan el 85% del PIB mundial, pero también son responsables del 75% de las emisiones de gases de efecto invernadero. Es una contradicción enorme: quienes tienen más recursos para ayudar son también quienes más contribuyen al problema.

También es fácil hablar de «transición energética» y «economía verde», pero ¿Qué significa esto para alguien que perdió su casa por un huracán? En México, por ejemplo, los desastres naturales generaron pérdidas económicas por más de 45 mil millones de pesos en 2023. Y mientras tanto, los países más contaminantes siguen retrasando acciones contundentes, como reducir su dependencia de los combustibles fósiles. ¿Por qué? Porque aún les resulta más barato contaminar que invertir en soluciones sostenibles?.

¿Qué se debería hacer?

Las soluciones están claras, pero falta voluntad política. El G20 propone algunas ideas interesantes: redistribuir recursos, apoyar economías locales y fomentar la innovación tecnológica para reducir desigualdades. Pero todo esto suena a más promesas, a menos que veamos medidas concretas. ¿Dónde están los fondos para las comunidades más vulnerables? ¿Por qué no se prioriza la educación y la formación laboral en zonas desfavorecidas?

Como sociedad, necesitamos exigir que las grandes cumbres dejen de ser solo escenarios de fotos grupales. Los líderes globales deben recordar que detrás de cada estadística hay una persona que sufre, pero también que sueña con un futuro mejor. Si no empezamos a construir ese futuro ahora, ¿cuándo lo haremos?

El G20 no es la solución mágica, pero puede ser un catalizador. Si los compromisos se traducen en acciones reales, estaremos un paso más cerca de un mundo más justo. Si no, solo estaremos alimentando un ciclo de discursos vacíos que poco tienen que ver con las necesidades reales de la gente.

¿Qué opinas tú? ¿Crees que estas cumbres realmente cambian algo o son puro espectáculo?

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