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Opinión

Duarte: de los bares de Chihuahua al Altiplano. Por Karen Torres

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En México y en la política, lo que parece pasado, siempre regresa para explicar el presente. Hay nombres que regresan una y otra vez como si fueran espectros empeñados en recordarnos las fracturas del sistema. Uno de ellos es César Horacio Duarte Jáquez, exgobernador de Chihuahua (2010-2016), figura central de uno de los expedientes de corrupción más voluminosos en la historia reciente del país.

Karen Torres A.

Y ahora, tras años de idas y venidas judiciales, vuelve a los titulares: la Fiscalía General de la República ordenó su recaptura y lo trasladó al penal de máxima seguridad del Altiplano.

Este episodio no ocurre en el vacío. Es parte de una historia que lleva casi una década escribiéndose entre detenciones, extradiciones, procesos fragmentados y una libertad condicional que muchos chihuahuenses vieron como una burla abierta.

Pero también es un movimiento político que envía un mensaje contundente: la nueva administración federal quiere que se entienda que, al menos en la Fiscalía, el viejo pacto de impunidad ya no opera “para algunos”. Y Duarte es la vívida señal, ojalá esto no se trate únicamente de justicia selectiva.

Duarte huyó de México en 2017, cuando la entonces Fiscalía de Chihuahua, bajo el gobierno de Javier Corral, integró al menos 21 órdenes de aprehensión en su contra. Los cargos eran amplios y concretos:

  • Peculado agravado por más de 1,200 millones de pesos,
  • Desvío de recursos públicos hacia campañas priistas,
  • Enriquecimiento ilícito,
  • Uso indebido de atribuciones y facultades
  • Y una red de empresas fantasma operadas desde su círculo íntimo.

Fue detenido en Miami el 8 de julio de 2020 en Estados Unidos. Ahí pasó 2 años mientras se resolvía un proceso de extradición. Finalmente, en junio de 2022, el gobierno estadounidense lo entregó a México bajo cargos de peculado agravado y asociación delictuosa.

Su llegada al país fue presentada por la Fiscalía como un triunfo institucional. Pero para Chihuahua comenzaba un capítulo distinto: la prisión preventiva en el Cereso de Aquiles Serdán, donde Duarte permaneció alrededor de 2 años más, entre audiencias diferidas, cambios de jueces y tácticas legales el caso se fue transformando en un rompecabezas jurídico que pocos lograron seguir con claridad.

Llegó la cuestionada libertad condicional de 2024: 

En agosto de 2024, en una audiencia sorpresiva, Duarte obtuvo libertad condicional bajo el argumento de que llevaba tiempo suficiente privado de la libertad y que su conducta había sido “adecuada”, sin haber recibido sentencia alguna.

La imagen era insólita: un político acusado de desviar más de mil millones de pesos, señalado de haber quebrado fondos públicos y endeudado al estado por generaciones…

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Opinión

Ernestina Godoy: ¿Renacimiento de la FGR? Por Caleb Ordóñez T.

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Hay figuras políticas que nacen del poder; otras, en cambio, se convierten en símbolo de un proyecto porque encarnan su narrativa, sus tensiones y sus aspiraciones. Ernestina Godoy pertenece a esta segunda categoría. No es solo la nueva fiscal general de la República: es, para bien o para mal, el punto de inflexión con el que Claudia Sheinbaum pretende diferenciar su movimiento del lopezobradorismo original. Si Gertz Manero representó la era de la confrontación y los expedientes cruzados, Godoy es presentada como el relevo institucional que promete un rostro más técnico, más austero, más femenino y más cercano al discurso de gobernabilidad que Sheinbaum intenta consolidar.

Godoy se ha convertido en la pieza clave para explicar qué significa hoy el “movimiento sheinbaumista”: un reacomodo, no una ruptura; una continuidad, pero con nuevas reglas. Y aunque la narrativa es seductora, la transición no será sencilla.

Los positivos: técnica, autonomía discursiva y una visión de derechos. Y negativos desde la oposición.

Durante su paso por la Fiscalía de la Ciudad de México, Ernestina Godoy logró algo que muy pocos fiscales capitalinos pueden presumir: mantener una línea estratégica clara. Apostó por fortalecer la investigación de delitos de alto impacto, integró unidades especializadas contra feminicidios y trató —con resultados razonables— de profesionalizar procesos que históricamente habían dependido de “jefes de grupo” más que de criterios técnicos.

Uno de los mayores méritos, mencionado incluso por adversarios, fue su impulso a modelos de investigación con perspectiva de género. En una Ciudad de México donde las cifras de violencia contra mujeres son siempre tema de escrutinio, el trabajo de la fiscalía local avanzó en homologar protocolos y fortalecer equipos periciales. No fue perfecto, pero sí un paso tangible.

Además, Godoy ha sido descrita como una funcionaria metódica, con capacidad de escucha y, sobre todo, sin los rasgos de protagonismo que caracterizaron a su antecesor. Ella representa, para el círculo cercano de Sheinbaum, la oportunidad de que la FGR deje de ser un actor político reactivo y se convierta en un órgano de Estado que genere estabilidad, en lugar de tormentas.

Sin embargo, los cuestionamientos también están ahí. Críticos —incluidos algunos dentro de Morena— señalan que Godoy no logró despejar las dudas sobre el uso político de la fiscalía capitalina, donde casos como el del Cártel Inmobiliario fueron interpretados por la oposición como expedientes construidos a conveniencia. Aunque la fiscalía presentó pruebas y defendió procedimientos, la percepción quedó instalada.

Esa percepción la acompañará ahora a nivel nacional. Será imposible evitar que cada decisión de la FGR sea evaluada no solo por su mérito jurídico, sino por el lugar que ocupa dentro del tablero político del nuevo gobierno.

Hay otro punto clave: su cercanía con Sheinbaum. Para unos es una fortaleza —“habrá coordinación institucional”—; para otros, un riesgo —“será una fiscalía alineada al Ejecutivo”—. Godoy deberá demostrar, con hechos y expedientes bien armados, que su lealtad principal es hacia el Estado, no hacia el movimiento que la respalda.

Godoy recibe una FGR con fracturas internas, rezago, pugnas sindicales y una reputación erosionada por la figura dominante y a veces errática de Alejandro Gertz Manero. Tres retos son ineludibles:

1. Reestructurar la institución: las áreas técnicas y periciales requieren inversión, capacitación y procesos estandarizados. No basta con cambiar el discurso; hay que cambiar la maquinaria.

2. Despresurizar los expedientes pendientes: desde casos de alto impacto político hasta las investigaciones que Gertz dejó abiertas o detenidas. Godoy deberá demostrar que no habrá “venganzas heredadas”, pero tampoco carpetazos.

3. Recuperar credibilidad pública: esto implica comunicar mejor, transparentar procesos y explicar decisiones. La FGR no puede seguir siendo un búnker hermético.

¿Por qué será diferente a Gertz Manero?

La diferencia principal no será jurídica sino de estilo. Gertz construyó una fiscalía personalista, vertical, dependiente de su voluntad. Godoy, por el contrario, opera desde la lógica del método, no del temperamento. No busca el reflector, sino el procedimiento. No habla para agitar, sino para justificar.

Además, Sheinbaum la necesita como símbolo de moderación y profesionalismo, no como arma política. Si Gertz incomodaba al régimen con sus pleitos, Godoy está llamada a darle al gobierno un rostro institucional que genere menos fuego cruzado y más estabilidad.

Claro: ser “diferente” no garantiza ser mejor. Dependerá de su capacidad de tomar distancia, incluso del poder que la nombró.

Ernestina Godoy llega con el beneficio de una segunda oportunidad para la FGR. México ya probó lo que ocurre cuando una institución tan poderosa se encierra en sí misma y responde a impulsos personales. Ahora se abre la posibilidad de un modelo más profesional, más predecible y más orientado al Estado que al individuo.

El reto es monumental, pero también inevitable: si la fiscalía fracasa, lo hará el proyecto de justicia de todo el país. Pero si Godoy logra reconstruirla con rigor y autonomía, no solo será distinta a Gertz Manero; será la primera fiscal en décadas que transforme la institución desde la inteligencia, no desde el miedo.

Y quizá entonces, por primera vez, la FGR pueda dejar de ser un campo de batalla y convertirse en lo que México lleva años esperando: un verdadero instrumento de justicia. Una nueva dinámica está por comenzar, y esta vez, el país no está para desperdiciarla.

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