Conecta con nosotros

Slider Principal

El gran reto para enfrentar la crisis por la pandemia será equilibrar salud y economía: Pérez Cuéllar

“El gran reto de nuestras autoridades será definitivamente equilibrar salud con economía para evitar que crezca aún más la inseguridad, así como lograr una coordinación de los distintos sectores sociales para sacar adelante al estado de la crisis que ha generado la pandemia del Covid-19” manifestó el senador por Morena, Cruz Pérez Cuéllar al participar en los ‘Diálogos por Chihuahua’ que organizó la Confederación Patronal de la República Mexicana (COPARMEX).

Durante su participación, el senador chihuahuense expuso una serie de medidas para la recuperación del estado de Chihuahua en diversas vertientes, entre las que destacó la reactivación inmediata de actividades comerciales, el impulso del sector turismo, la generación de grandes proyectos para el estado, así como el impulsar una campaña para el consumo de productos locales.

Explicó el legislador morenista, que es de suma importancia que se vayan tomando una serie de reglas para retomar la normalidad en el sector comercial y de esta manera evitar que la economía se deteriore aún más y se agraven otros problemas como la inseguridad.

“Creo que debe haber una reactivación económica lo antes posible, pensando en toda esa gente que vive al día, pero esa reactivación tiene que tener normas estrictas y protocolos que se tienen que cumplir” comentó Cruz Pérez Cuéllar al reiterar que este punto es indispensable y a corto plazo.

Detalló que a nivel local se debe impulsar una campaña fuerte de consumo local, y ser solidarios con los productores chihuahuenses para tratar de ayudar a la economía ya que en este ámbito no ha habido una campaña agresiva por parte del gobierno del estado.

De la misma manera, Pérez Cuéllar resaltó que hay rubros como el turismo en el que el gobierno local ha quedado a deber, ya que Chihuahua es el único estado que no tiene una secretaría de turismo, a pesar del que potencial que tiene el estado en todas sus regiones.

En ese sentido, manifestó que será de suma importancia realizar proyectos para que juntos estado, sector empresarial y sociedad definan estrategias y objetivos de gran envergadura e impulsarlos ante la Cámara de Diputados y la Federación.

Como legislador, Cruz Pérez Cuéllar, manifestó que esta en toda la disposición de ser un conducto entre los distintos niveles y con la iniciativa privada para generar ese vinculo que se requiere para impulsar el cambio que Chihuahua y el país necesitan para la recuperación económica.

Señaló que prueba de ello, es que ya esta en puerta un periodo extraordinario en el Senado en donde se va a tratar el tema económico, destacando entre las propuestas la elaboración de un documento para presentárselo al Presidente de la República, que vendrá a mejorar el decreto fronterizo, además de buscar incentivos fiscales para empresas, incentivos para la apertura de nuevas empresas, así como buscar un programa de infraestructura en la que haya inversión privada.

Sin embargo, resaltó que será de gran importancia que todas las fuerzas políticas pongan de su parte en el afán de construir soluciones para el país, dejando de lado la confrontación, el golpeteo y el doble discurso.

Comentó que es complicada la situación que se esta viviendo en el estado y que para enfrentarla de la mejor manera, el gobernador también debe de dejar de lado el enfrentamiento para concentrarse en el trabajo y no en usar al estado como escalón político.

“El reto es muy grande y ahí vamos a necesitar que todos pongamos nuestro granito de arena” concluyó el senador Pérez Cuéllar, al agradecer la oportunidad a los líderes empresariales de COPARMEX por la invitación a los ‘Diálogos por Chihuahua’, ya que aseveró que la mejor manera de salir adelante es debatiendo ideas.

Opinión

Los muros que lloran: las redadas y el alma chicana. Por Caleb Ordoñez Talavera

En el norte de nuestro continente, justo donde termina México y comienza Estados Unidos, hay una línea invisible que desde hace décadas divide más que territorios. Divide familias, sueños, culturas, idiomas, economías… y últimamente, divide también lo humano de lo inhumano.

Esta semana, Donald Trump —en una etapa crítica de su carrera política, con una caída notoria en las encuestas, escándalos judiciales y un sector republicano que empieza a verlo más como un riesgo que como un líder— ha regresado a una vieja y efectiva estrategia: la del miedo. El expresidente ha lanzado una ofensiva pública para prometer redadas masivas contra migrantes, deportaciones “como nunca antes vistas” y políticas de “cero tolerancia”.

La razón no es nueva ni sutil: apelar al votante blanco conservador que ve en el migrante un enemigo económico y cultural. Ese votante que, ante la inflación, la violencia armada o el desempleo, prefiere culpar al que habla español que exigirle cuentas al sistema. En medio del descontento generalizado, Trump no busca soluciones reales, busca culpables útiles. Y como en otras épocas oscuras de la historia, los migrantes —sobre todo los latinos, sobre todo los mexicanos— vuelven a ser carne de cañón.

Pero hay una realidad más profunda y más dolorosa. Quien ha vivido el cruce, legal o no, sabe que la frontera no es sólo un punto geográfico. Es una cicatriz. Las políticas migratorias —de Trump o de cualquier otro mandatario— convierten esa cicatriz en una herida abierta. Cada redada, cada niño separado de sus padres, cada deportación arbitraria, no es solo una estadística más. Es una tragedia personal. Y más allá de lo político, esto es profundamente humano.

En este escenario, cobra especial relevancia la figura del “chicano”. Este término, que nació como una forma despectiva de llamar a los estadounidenses de origen mexicano, fue resignificado con orgullo en los años 60 durante los movimientos por los derechos civiles. El chicano es el hijo de la diáspora, el nieto del bracero, el hermano del que se quedó en México. Es el mexicano que nació en Estados Unidos y que, aunque tiene papeles, no olvida de dónde vienen sus raíces ni a quién debe su historia.

Los chicanos son fundamentales para entender la cultura estadounidense moderna. Están en las universidades, en el arte, en la política, en la música, en los sindicatos. Y sin embargo, cada redada, cada discurso de odio, también los golpea. Porque no importa si tienen ciudadanía: su apellido, su acento o el color de su piel los expone. Ellos también son víctimas del racismo sistémico.

Hoy, más que nunca, México debe voltear a ver a su gente más allá del río Bravo. No como simples paisanos lejanos, sino como parte de nuestra nación extendida. Porque si algo une a los mexicanos, estén donde estén, es su espíritu de resistencia. Los migrantes no huyen por gusto, sino por necesidad. Y a cambio, han sostenido economías, levantado ciudades y mantenido viva la cultura mexicana en el extranjero.

Las remesas no son solo dinero: son prueba de amor, sacrificio y esperanza. Y ese compromiso merece algo más que silencio institucional. Merece defensa diplomática, apoyo consular real, y sobre todo, empatía nacional. Cada vez que un mexicano insulta o desprecia a un migrante —por su acento pocho, por su ropa, por sus papeles— se convierte en cómplice de la misma discriminación que dice condenar.

Las fronteras, como están planteadas hoy, no son lugares de paso. Son cárceles abiertas. Zonas donde reina la vigilancia, el miedo y la burocracia cruel. Para miles de niños, esas jaulas del ICE (Servicio de Inmigración y Control de Aduanas) son su primer recuerdo de Estados Unidos. ¿Ese es el país que dice defender los valores cristianos y la libertad?

Además, no podemos hablar de migración sin hablar del racismo. Porque este no es solo un tema migratorio, sino profundamente racial. Las políticas antiinmigrantes suelen tener rostro y acento. No se aplican con la misma fuerza para migrantes europeos o canadienses. El blanco pobre puede aspirar a mejorar; el latino pobre, a ser deportado.

Trump lo sabe, y por eso lo explota. En un año electoral donde su imagen se desmorona entre procesos judiciales, alianzas rotas y amenazas internas, necesita un enemigo claro. Y el migrante latino cumple con todos los requisitos: está lejos del poder, es fácil de estigmatizar y difícil de defender políticamente.

Pero aún hay esperanza. En cada marcha, en cada organización de ayuda, en cada abogado que ofrece servicios pro bono, en cada chicano que no olvida su origen, se enciende una luz. Y también en México. Porque un país que protege a sus hijos, donde sea que estén, es un país más digno.

No dejemos que los muros nos separen del corazón. Hoy más que nunca, México debe recordar que su gente no termina en sus fronteras. Y que el verdadero poder no está en las redadas ni en las amenazas, sino en la solidaridad. Esa que nos ha hecho sobrevivir guerras, pandemias, traiciones… y que ahora debe ayudarnos a defender lo más humano que tenemos: nuestra gente.

Continuar Leyendo
Publicidad
Publicidad
Publicidad

Más visto