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Opinión

El turno de los estudiantes por VICTOR OROZCO

El turno de los estudiantes
Víctor Orozco
Por qué están los estudiantes contra Peña Nieto? ¿Cómo es que a Felipe Calderón no lo están atacando, según se ufana? Las respuestas están asociadas a una previsión: el candidato priísta representa hoy la amenaza real de la prolongación de un régimen durante el cual se han exacerbado la violencia, la pobreza, el desempleo. En sus programas económicos, laborales, de privilegios a las élites, relaciones con las mafias sindicales, con los acaparadores de los medios, entre otros temas, el PRI y el PAN se parecen tanto como dos gotas de agua, sin embargo, la candidata del último no se encuentra en la mira de la protesta social. Ello, a pesar de que se ubica en la línea directa de sucesión del gobierno actual y por tanto, le heredaría políticas, funcionarios, ideologías y desastres. Pero, está fuera de la jugada. Los estrategas panistas han sido incapaces de construir una candidatura creíble, con viabilidad. En su lugar han puesto en el ring a una personalidad débil y repetidora de lugares comunes, que actúa como ejecutiva de ventas, antes que como futura estadista. (¿La formación foxista?). Conforme se acerca el día de las elecciones su campaña desluce más y se empequeñece su figura, así que ¿tendría sentido un movimiento de oposición ciudadana dirigido a evitar que asumiera el poder el próximo 1 de diciembre?. No sería lógico.
Peña Nieto guarda por otra parte, otros dos poderosos distintivos para atraer la repulsa juvenil: Primero, es un personaje confeccionado a la medida de los medios de comunicación, acaparados por unos cuantos dueños, convertidos por arte y gracia de las concesiones estatales, en los grandes electores del país. Pocos están de acuerdo con esta usurpación de la voluntad ciudadana. Segundo, en un gobierno por él encabezado, es imposible no pensar en la restauración de la antidemocracia que caracterizó al priismo. El episodio detonador de esta protesta social protagonizada por los jóvenes, – la visita de Peña Nieto a la Universidad Iberoamericana y el repudio estudiantil-, develó la vieja cara del sistema aguantado durante décadas. De una parte, su presidente reaccionó a la manera de un político diazordacista: hay que buscar y castigar a los responsables del alboroto, apuntó. Luego, la TV y la prensa adicta (a los cochupos y canonjías) ocultaron o tergiversaron los hechos. El rostro que vimos millones de mexicanos no nos gustó: de pronto estaba allí, parado, contemplándonos, el añejo dinosaurio que regresaba por sus fueros, por su reinado pleno. Y los estudiantes, a quienes ya extrañábamos en la arena de la protesta social, le colocaron el cascabel al gato.
Su movimiento, reviste particularidades claves si lo comparamos con otros del pasado. Uno, se despliega en la era del internet y dos, en tiempos de elecciones. Veamos la primera, machacada hasta la saciedad, pero por novedosa, siempre con aristas desconocidas. Cuando los periódicos de Mario Vázquez Raña cabecearon a ocho columnas informando sobre “el éxito” de la visita de Peña Nieto a la Ibero, o cuando Joaquín Coldwell atribuyó la repulsa a unos cuantos manipulados, todo mundo pudo contrastar estas versiones con los videos difundidos a la velocidad de la luz. Comparo estos hechos con acontecimientos del ya remoto pretérito. El 4 de octubre de 1968, nos encontrábamos los estudiantes de Chihuahua realizando un mitin frente al cine donde tomaría posesión el gobernador electo, cuya primera disposición fue pedir un aplauso de pie al presidente de la República por haber detenido la conjura. La entonces Cadena -en rigor, un grillete- García Valseca había informado de un ataque estudiantil contra efectivos del ejército y la aprehensión de un gran número de delincuentes y motineros en Tlatelolco ocurridos el día 2. Sabíamos de la mentira e increpábamos enrojecidos por el coraje: ¡Gobierno asesino! ¡Prensa vendida!. ¿Pero cómo podíamos contrarrestar la tosca manipulación de los hechos?. Recibíamos apresuradas llamadas telefónicas del D.F., leíamos entre líneas, acudíamos a los pocos periodistas disonantes con el coro de alabanzas, poníamos a funcionar los mimeógrafos, repartíamos volantes, hablábamos en los camiones, pintábamos paredes por las noches… y no podíamos hacer más. Frente a los estudiantes rebeldes, se alineaban en una trinchera sin fisuras: las organizaciones empresariales, la CTM, la CNC, la CNOP, los colegios de profesionistas, periódicos, radiodifusoras, noticieros televisivos, clubes sociales, cabildos municipales, asociaciones de padres de familia y sígale, todos comandados por el jefe supremo residente en Los Pinos.
Ahora, “El desarrollo tecnológico vertiginoso en el mundo actual de la comunicación ha originado cambios profundos en la sociedad mundial contemporánea. La creación de las redes sociales, twitter y facebook, lograron generar formas de comunicación instantánea, individual y colectiva, que han contribuido a la transformación de la actividad política”, como lo expresa el documento semanal del Centro de Reflexión para la Elaboración de Alternativas de la UANL, (http://crea.sds.uanl.mx/). En efecto, la protesta estudiantil dispuso de instrumentos que en un par de días hicieron retroceder a los “informadores” y pusieron de rodillas al presidente del PRI. No es poca cosa.
La otra peculiaridad de las luchas estudiantiles de hoy, es que no pueden disociarse del proceso electoral. Nacieron en medio del mismo y por el mismo. Están conectadas a una pugna por el poder político y a visiones sobre el uso del mismo. El párrafo inicial del documento leído el pasado jueves en la Estela de Luz, contiene una afirmación: “Creemos que la situación actual de miseria, desigualdad, pobreza y violencia sea resuelta”. Y se continúa con la que parece ser la demanda central: la apertura de los medios de comunicación, sobre todo de la TV. Ambas reivindicaciones son complementarias, pero reducirse a la segunda no da para calar hondo en las aspiraciones e intereses de las mayorías. “Yo Soy 132’’, puede detenerse un breve tiempo exigiendo a los medios información veraz, imparcial y objetiva, pero so pena de disolverse sin pena ni gloria, ha de tomar el toro por los cuernos, aprovechar con inteligencia la coyuntura electoral, para generar un amplio movimiento de masas con un proyecto igualitario, democrático, libertario, exigente de un cambio en el modelo económico, de un freno a los halcones que están convirtiendo al mexicano en un estado policiaco, de un alto a la corrupción. Puesto un programa de este corte frente a los candidatos, con cientos de miles de estudiantes en pié, estarían obligados a endosarlo, modificando la agenda electoral drásticamente. Se conformaría al mismo tiempo un garante para extender este compromiso a la próxima administración federal, así como al congreso.
De esta suerte, las tareas de este movimiento en gestación son enormes, si pensamos en el descrédito de partidos e instituciones, en contraposición con su fuerza moral y en la simpatía generalizada que concitan sus integrantes. El punto está en la definición de los propósitos. Las experiencias enseñan que luchas o protestas sin objetivos definidos, acaba por ser fuegos de artificio, llamaradas de petate. Las próximas semanas sabremos si los estudiantes poseen la entereza y el talento necesarios para recoger los anhelos de transformación a la que aspiramos millones de mexicanos e inscribirlos en sus banderas.

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Francisco: el futbolista que soñaba con ayudar a los pobres. Por Caleb Ordoñez Talavera

En un mundo donde los líderes suelen subir al poder sobre pedestales dorados, Jorge Mario Bergoglio eligió las sandalias del pescador. Aquel argentino que un día fue arquero de fútbol, amante del tango y de los libros de Dostoyevski, se convirtió en Papa y jamás olvidó de dónde venía. Francisco no fue un pontífice cualquiera; fue un Papa de carne y hueso. De esos que uno siente que podría toparse en la fila de las tortillas, con una sonrisa serena y una mirada que, sin mucho ruido, te abraza el alma.

Francisco ha sido, sin lugar a dudas, el Papa más disruptivo en siglos. No porque haya roto dogmas —la estructura doctrinal sigue firme—, sino porque le dio un rostro distinto a la Iglesia Católica. Dejó de lado la solemnidad acartonada y abrazó la humildad. Cambió el papamóvil blindado por un Fiat, rechazó vivir en los lujosos aposentos vaticanos y optó por una residencia sencilla. El “Vicario de Cristo” en la tierra eligió la austeridad, no por estrategia, sino por convicción.

Pero su verdadera revolución fue moral y emocional. Francisco no gritaba desde el púlpito: escuchaba desde las banquetas. Su papado se volcó en los márgenes, allí donde duele el hambre, la exclusión y el olvido. Su voz fue trinchera para los migrantes, los pobres, los ancianos, los refugiados.

Muchos lo criticaron por “idealista”, como si eso fuera pecado. Pero Francisco no era ingenuo, era valiente. Sabía que sus llamados a la justicia social incomodaban a muchos en las cúpulas de poder, tanto eclesiásticas como políticas. Sin embargo, nunca dio marcha atrás. “Quiero una Iglesia pobre para los pobres”, dijo al iniciar su pontificado. Y no era una frase para los titulares: era su hoja de ruta.

En tiempos donde la migración se convirtió en moneda electoral, el Papa Francisco insistía en recordar lo esencial: los migrantes no son cifras, son personas. Los visitó en las fronteras de Europa, lloró con ellos, oró con ellos, los abrazó. Nunca usó una cruz de oro; la suya era de hierro, sencilla, como el corazón que la portaba.

No fue un teólogo de escritorio. Fue un pastor que olía a oveja. Supo enfrentarse al clericalismo con una sonrisa y un gesto firme. Habló de ecología cuando el mundo prefería mirar al petróleo, habló de inclusión cuando otros aún discutían si las puertas de la Iglesia debían estar abiertas. Fue reformador no porque cambiara leyes, sino porque cambió la conversación.

Y entre todas sus aficiones —el cine italiano, la literatura rusa, la cocina porteña— hay una que siempre lo delató como el más humano de los líderes: el fútbol. Fan acérrimo del equipo San Lorenzo, seguía los resultados con la emoción de un niño. Para Francisco, el fútbol era una metáfora del Evangelio: todos juntos, diferentes, pero con un solo objetivo. “Lo importante no es meter goles, sino jugar en equipo”, decía.

El balón lo extrañará. La pelota, esa esfera rebelde que tantas veces desafía la gravedad, ha perdido a uno de sus poetas silenciosos. No se sabe si en el Vaticano habrá canchas, pero estoy seguro de que Francisco supo lo que es gritar un gol desde el alma.

Su legado es más que palabras. Está en los corazones de quienes alguna vez se sintieron excluidos. Está en cada migrante al que se le extendió la mano, en cada comunidad indígena que se sintió escuchada, en cada creyente que volvió a mirar a la Iglesia con esperanza y no con miedo.

El Papa Francisco nos recordó que la fe sin amor es un cascarón vacío. Que la Iglesia, si no camina con el pueblo, se convierte en museo. Que el Evangelio no es para adornar discursos, sino para incomodar a los cómodos y consolar a los que duelen.

Francisco será recordado como el Papa de los gestos pequeños, de las palabras enormes, del corazón abierto. No hizo milagros, pero hizo lo más difícil: cambiar el alma de una institución milenaria con solo mirar a los ojos de los pobres y decirles: “ustedes son el centro”. Y en tiempos donde el cinismo dentro de la política y en todos los medios cotiza alto, eso es ya un milagro.

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