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Opinión

El valor de mañana. Por Itali Heide

Itali Heide

El año 2020 llega a su fin, depositando unos últimos recuerdos antes de lanzarnos a la incertidumbre del 2021. El año se acaba, pero nos deja mucho en qué pensar. Sin duda alguna, esta Navidad no se sentirá igual que en otros años, en ningún hogar. Habrá menos regalos debajo del árbol, más preocupaciones en la mente y sillas huecas cargando el vacío en los hogares donde llegó un adiós.

Vienen buenas cosas en el próximo año: los programas de vacunación contra el COVID están en marcha, esquinas del mundo vuelven a cobrar vida poco a poco, y un nuevo año es un gran lugar para decidir empezar de nuevo. Si en algo podemos estar de acuerdo, es que este año ha sido una curva de aprendizaje en cada área de nuestras vidas. Las repercusiones sociales, económicas y políticas se sentirán en los años que vienen, marcando en la historia cómo reaccionó la humanidad ante la inevitabilidad de la naturaleza y la globalización.

De aquí al 31 de enero, no alcanzaremos la paz mundial. En todas partes del mundo, las ideologías y creencias que compartimos y evadimos han polarizado familias, comunidades, estados, países y continentes. No resolveremos estos conflictos en los próximos días, ni semanas, pero será un reto que enfrentaremos todos los días. En nosotros está el futuro inminente: ¿escogeremos empatía o división?

El mundo no puede seguir siendo el mismo. Dentro de nuestras diferencias, tenemos que encontrar el común denominador: asegurar que el mundo hoy sea mejor de lo que fue ayer. Esto significa sacrificar el yo quiero por el mundo necesita. Yo quiero salir sin consecuencia, el mundo necesita que me quede en casa. Yo quiero que mi candidato gane, el mundo necesita que la democracia funcione. Yo quiero que todo vuelva a la normalidad, el mundo necesita que construyamos una nueva y mejorada normalidad. Yo lo quiero todo, pero el mundo necesita, con que sea, algo.

Este año nos hizo reflexionar la respuesta global ante el cambio en tiempos de crisis. (Imagen: Quino Al)

Sin importar en qué área del espectro político, cultural, social o económico nos encontremos, todos tendremos que sacrificar algo. Sea regalar un poco de paz mental, soltar culpa ideológica o empatizar con quien no estemos de acuerdo, nos encontraremos con la naturaleza humana. Cuestionar, probar y cambiar de opinión se vale, y ahora más que nunca es una herramienta que nos demuestra qué sectores de la humanidad necesitan nuestra atención.

La incertidumbre y la confusión marcaron los últimos doce meses. De todas las emociones existentes en el mundo, no habrá uno que no se sintió en este año. Podríamos pensar que es un año desperdiciado, lamentando las risas que pudieron ser y los abrazos que nunca fueron, las lágrimas que abundaron y las despedidas inesperadas. Podríamos pensar que no valió la pena vivirlo, pero estaríamos equivocados. La sociedad jamás ha poseído una oportunidad tan inminente de crecimiento colectivo. Aquellos que han escuchado los susurros de los acontecimientos que marcaron este año, serán los líderes del mundo que necesitamos. Sea cual sea el futuro que nos espera, quienes creen en el valor de mañana lo sostienen en sus manos

Opinión

La semilla. Por Raúl Saucedo

Libertad Dogmática

El 4 de diciembre de 1860 marcó un hito en la historia de México, un parteaguas en la relación entre el Estado Mexicano y la Iglesia. En medio de la de la “Guerra de Reforma», el gobierno liberal de Benito Juárez, refugiado en Veracruz, promulgó la Ley de Libertad de Cultos. Esta ley, piedra angular del Estado laico mexicano, estableció la libertad de conciencia y el derecho de cada individuo a practicar la religión de su elección sin interferencia del gobierno.

En aquel entonces, la Iglesia Católica ejercía un poder absoluto en la vida política y social del país. La Ley de Libertad de Cultos, junto con otras Leyes de Reforma, buscaba romper con ese dominio, arrebatándole privilegios y limitando su influencia en la esfera pública. No se trataba de un ataque a la religión en sí, sino de un esfuerzo por garantizar la libertad individual y la igualdad ante la ley, sin importar las creencias religiosas.
Esta ley pionera sentó las bases para la construcción de un México moderno y plural. Reconoció que la fe es un asunto privado y que el Estado no debe imponer una creencia particular. Se abrió así el camino para la tolerancia religiosa y la convivencia pacífica entre personas de diferentes confesiones.
El camino hacia la plena libertad religiosa en México ha sido largo y sinuoso. A pesar de los avances logrados en el lejano 1860, la Iglesia Católica mantuvo una fuerte influencia en la sociedad mexicana durante gran parte del siglo XX. Las tensiones entre el Estado y la Iglesia persistieron, y la aplicación de la Ley de Libertad de Cultos no siempre fue consistente.
Fue hasta la reforma constitucional de 1992 que se consolidó el Estado laico en México. Se reconoció plenamente la personalidad jurídica de las iglesias, se les otorgó el derecho a poseer bienes y se les permitió participar en la educación, aunque con ciertas restricciones. Estas modificaciones, lejos de debilitar la laicidad, la fortalecieron al establecer un marco legal claro para la relación entre el Estado y las iglesias.
Hoy en día, México es un país diverso en materia religiosa. Si bien la mayoría de la población se identifica como católica, existen importantes minorías que profesan otras religiones, como el protestantismo, el judaísmo, el islam y diversas creencias indígenas. La Ley de Libertad de Cultos, en su versión actual, garantiza el derecho de todos estos grupos a practicar su fe sin temor a la persecución o la discriminación.
No obstante, aún persisten desafíos en la construcción de una sociedad plenamente tolerante en materia religiosa. La discriminación y la intolerancia siguen presentes en algunos sectores de la sociedad, y es necesario seguir trabajando para garantizar que la libertad religiosa sea una realidad para todos los mexicanos.

La Ley de Libertad de Cultos de 1860 fue un paso fundamental en la construcción de un México más justo y libre. A 163 años de su promulgación, su legado sigue vigente y nos recuerda la importancia de defender la libertad de conciencia y la tolerancia religiosa como pilares de una sociedad democrática y plural.
Es importante recordar que la libertad religiosa no es un derecho absoluto. Existen límites establecidos por la ley para proteger los derechos de terceros y el orden público. Por ejemplo, ninguna religión puede promover la violencia, la discriminación o la comisión de delitos.
El deseo de escribir esta columna más allá de conmemorar la fecha, me viene a deseo dado que este último mes del año y sus fechas finales serán el marco de celebraciones espirituales en donde la mayoría de la población tendrá una fecha en particular, pero usted apreciable lector a sabiendas de esta ley en mención, sepa que es libre de conmemorar esa fecha a conciencia espiritual y Libertad Dogmática.

@Raul_Saucedo
rsaucedo@uach.mx

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