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En cuánto tiempo pierdes tu derecho a la atención médica si te despiden de tu trabajo

El tema de desempleo genera en estos momentos de crisis, además de tensión, incertidumbre, ya que en algunos casos se pierde el acceso de atención médica que ofrece el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), un derecho que de no contar con él, puede poner en riesgo la vida de un trabajador.

Durante la conferencia matutina del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, se dio a conocer el momento en que un empleado pierde el derecho a los servicios de salud, sin importar si siga percibiendo su salario de nómina por parte de su patrón o no.

En medio de la crisis de salud por la pandemia de coronavirus, que en México ya dejó 141 decesos, es importante recalcar que los empleados deben considerar lo siguiente.

Verificar constantemente la vigencia de acceso al Seguro Social, ya que si la empresa donde se labora no paga las cuotas del servicio ocasionará un impacto directo, pues el empleado no podrá atenderse en ningún hospital del IMSS.

Cuando un trabajador es dado de baja en el seguro social, tiene un lapso de ocho días para perder todo derecho.

Es decir, en el momento en que una persona es separada de esa prestación empiezan a contar las ocho semanas y justo al terminar, un aproximado de dos meses, ya no podrá hacer uso de ningún servicio en el IMSS.

Además, los trabajadores que fueron despedidos de sus empleos, pero ya tenía ocho semanas que el patrón no pagaba el seguro, significa que por ley tampoco tiene acceso a nada.

Y es que existe la posibilidad de que un empleado piense que no tienen ningún problema, pues sigue recibiendo su sueldo vía nómina; sin embargo, hay muchas empresas que lo primero que dejan de pagar es ese derecho.

Durante la conferencia de AMLO, se detalló que las pequeñas empresas han aguantado más la crisis actual generada por el COVID-19 y registran solidaridad hacia sus subordinados.

Sin embargo, las grandes empresas han dejado de abonar a la prestación de acceso a la salud con el objetivo de ahorrar, lo que simboliza un problema grave en estos momentos de propagación del virus en México.

Del 13 de marzo al 6 de abril han sido despedidos en el país, al menos 346,878 trabajadores de 20.4 millones, quienes pertenecen al sector formal e informal por el COVID-19. Es decir, 1.4% de los empleados sin amparos de seguro social porque los patrones no pagaban.

Son alrededor de seis entidades las que reflejan una separación de sus trabajadores al IMSS, es decir, cerca de un 56% del total.

Los datos revelaron que pequeñas empresas, de 1-5 trabajadores son las que más han mostrado solidaridad y las que más han resistido a la contingencia.

Hay que destacar, que las pequeñas y medianas empresas (Pymes) tendrán el beneficio de acceder a un préstamo por parte del gobierno, para capitalizarse y poder enfrentar la crisis económica que ha generado el coronavirus en el país.

Desde Palacio Nacional, el presidente de México destacó que la ayuda será destinada a pequeñas empresas familiares para que puedan mantener su negocio.

Por ello, anunció cuál será el plan “bajo palabra” de apoyo a los comercios formales e informales (tianguis, vendedores ambulantes. Asimismo, detalló cuáles serán los bancos que participarán y cómo se desarrolló la selección para otorgar los préstamos.

Fuente: Infobae

Opinión

Los muros que lloran: las redadas y el alma chicana. Por Caleb Ordoñez Talavera

En el norte de nuestro continente, justo donde termina México y comienza Estados Unidos, hay una línea invisible que desde hace décadas divide más que territorios. Divide familias, sueños, culturas, idiomas, economías… y últimamente, divide también lo humano de lo inhumano.

Esta semana, Donald Trump —en una etapa crítica de su carrera política, con una caída notoria en las encuestas, escándalos judiciales y un sector republicano que empieza a verlo más como un riesgo que como un líder— ha regresado a una vieja y efectiva estrategia: la del miedo. El expresidente ha lanzado una ofensiva pública para prometer redadas masivas contra migrantes, deportaciones “como nunca antes vistas” y políticas de “cero tolerancia”.

La razón no es nueva ni sutil: apelar al votante blanco conservador que ve en el migrante un enemigo económico y cultural. Ese votante que, ante la inflación, la violencia armada o el desempleo, prefiere culpar al que habla español que exigirle cuentas al sistema. En medio del descontento generalizado, Trump no busca soluciones reales, busca culpables útiles. Y como en otras épocas oscuras de la historia, los migrantes —sobre todo los latinos, sobre todo los mexicanos— vuelven a ser carne de cañón.

Pero hay una realidad más profunda y más dolorosa. Quien ha vivido el cruce, legal o no, sabe que la frontera no es sólo un punto geográfico. Es una cicatriz. Las políticas migratorias —de Trump o de cualquier otro mandatario— convierten esa cicatriz en una herida abierta. Cada redada, cada niño separado de sus padres, cada deportación arbitraria, no es solo una estadística más. Es una tragedia personal. Y más allá de lo político, esto es profundamente humano.

En este escenario, cobra especial relevancia la figura del “chicano”. Este término, que nació como una forma despectiva de llamar a los estadounidenses de origen mexicano, fue resignificado con orgullo en los años 60 durante los movimientos por los derechos civiles. El chicano es el hijo de la diáspora, el nieto del bracero, el hermano del que se quedó en México. Es el mexicano que nació en Estados Unidos y que, aunque tiene papeles, no olvida de dónde vienen sus raíces ni a quién debe su historia.

Los chicanos son fundamentales para entender la cultura estadounidense moderna. Están en las universidades, en el arte, en la política, en la música, en los sindicatos. Y sin embargo, cada redada, cada discurso de odio, también los golpea. Porque no importa si tienen ciudadanía: su apellido, su acento o el color de su piel los expone. Ellos también son víctimas del racismo sistémico.

Hoy, más que nunca, México debe voltear a ver a su gente más allá del río Bravo. No como simples paisanos lejanos, sino como parte de nuestra nación extendida. Porque si algo une a los mexicanos, estén donde estén, es su espíritu de resistencia. Los migrantes no huyen por gusto, sino por necesidad. Y a cambio, han sostenido economías, levantado ciudades y mantenido viva la cultura mexicana en el extranjero.

Las remesas no son solo dinero: son prueba de amor, sacrificio y esperanza. Y ese compromiso merece algo más que silencio institucional. Merece defensa diplomática, apoyo consular real, y sobre todo, empatía nacional. Cada vez que un mexicano insulta o desprecia a un migrante —por su acento pocho, por su ropa, por sus papeles— se convierte en cómplice de la misma discriminación que dice condenar.

Las fronteras, como están planteadas hoy, no son lugares de paso. Son cárceles abiertas. Zonas donde reina la vigilancia, el miedo y la burocracia cruel. Para miles de niños, esas jaulas del ICE (Servicio de Inmigración y Control de Aduanas) son su primer recuerdo de Estados Unidos. ¿Ese es el país que dice defender los valores cristianos y la libertad?

Además, no podemos hablar de migración sin hablar del racismo. Porque este no es solo un tema migratorio, sino profundamente racial. Las políticas antiinmigrantes suelen tener rostro y acento. No se aplican con la misma fuerza para migrantes europeos o canadienses. El blanco pobre puede aspirar a mejorar; el latino pobre, a ser deportado.

Trump lo sabe, y por eso lo explota. En un año electoral donde su imagen se desmorona entre procesos judiciales, alianzas rotas y amenazas internas, necesita un enemigo claro. Y el migrante latino cumple con todos los requisitos: está lejos del poder, es fácil de estigmatizar y difícil de defender políticamente.

Pero aún hay esperanza. En cada marcha, en cada organización de ayuda, en cada abogado que ofrece servicios pro bono, en cada chicano que no olvida su origen, se enciende una luz. Y también en México. Porque un país que protege a sus hijos, donde sea que estén, es un país más digno.

No dejemos que los muros nos separen del corazón. Hoy más que nunca, México debe recordar que su gente no termina en sus fronteras. Y que el verdadero poder no está en las redadas ni en las amenazas, sino en la solidaridad. Esa que nos ha hecho sobrevivir guerras, pandemias, traiciones… y que ahora debe ayudarnos a defender lo más humano que tenemos: nuestra gente.

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