Una camioneta del Instituto Nacional de Migración (INM) llega con un grupo de migrantes deportados al albergue Templo Embajadores De Jesús en Tijuana.
La mayoría carga con niños pequeños, hasta dos por familia. Las camionetas no dejan de llevar personas todos los días. Llegaron hasta Estados Unidos atraídos por los rumores que corren en sus países de origen y que son exacerbados por los coyotes que, con tal de quedarse con su dinero, les prometen cruce y papeles de nacionalidad una vez que toquen suelo estadunidense en compañía de sus hijos por las nuevas políticas migratorias implementadas por el presidente Joe Biden.
«¡Escuche bien! ¡No intente nuevamente irse con el coyote! Yo no sé si ustedes se han dado cuenta que los coyotes los engañaron, la frontera nunca se abrió», les dice el pastor Gustavo Banda al grupo que recién se acaba de bajar de las camionetas con confusión en el rostro, los pies destrozados por ampollas y lágrimas de decepción en el rostro. Lo escuchan con la mirada desencajada y él les habla con la frustración del que ha repetido algo más de cien veces.
Imagina por un momento que un huracán destruye tu pueblo y te deja sin casa o que una pandilla quiere matarte, igual que a tus papás, pero tú no sabes por qué.
Es más, tú juegas futbol afuera de la casa con los hijos de los señores que quieren matarte y matar a tus papás, ¿por qué están enojados?
No te queda más opción que guardar tu vida en una mochila y caminar y caminar y caminar de la mano de tus padres hasta que la gente empiece a hablar diferente, no importa si te duelen los pies, no importa si hace frío o calor, no importa si tú no pediste nada de esto. Esa es la realidad que enfrentan miles de niños migrantes que son llevados en un éxodo hacia Estados Unidos por sus padres que se creyeron los rumores que corren o peor aún, que los mandaron solos con la esperanza de que crucen por su cuenta.
«Me arrepiento porque quienes sufren más son los niños, los niños mal alimentados, mal comidos, mal dormidos. Corre mucho riesgo uno en ese camino la verdad es que yo me arrepiento de haber salido de mi país», confiesa Jonathan, un migrante que acaba de llegar con su familia al Templo Embajadores De Jesús deportado bajo el título 42.
De acuerdo con un reporte del Congreso de Estados Unidos, el covid-19 frenó a los migrantes un par de meses durante el 2020, pero en lo que va del 2021 se han puesto de nuevo en marcha, principalmente desde el Triángulo del Norte.
El flujo de niños migrantes que llegan a la frontera con Estados Unidos ha crecido espectacularmente en los últimos meses incrementándose casi 300%, sólo de diciembre a marzo, de acuerdo con la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP, por sus siglas en inglés).
El último recuento del Instituto Nacional de Migración, compartido por el comisionado Francisco Garduño, muestra que actualmente hay poco más de 5 mil niños migrantes en México. De la noche a la mañana, miles de niños centroamericanos cambiaron su cama por un pedacito de suelo en un vagón de la Bestia y sus juguetes por tierra, que es lo único que hay cerca que no cuesta dinero, porque ese poco o mucho es para la comida.
Las condiciones que están enfrentando los migrantes que se aventuran a llegar a Estados Unidos con sus hijos, son el doble de duras. “Se necesitan muchos huevos, en la Bestia quisieron aventarme para quitarme a mi hija”, dice Wendy mientras prepara un poco de pollo en una cocineta improvisada en el Chaparral.
Pero siempre encuentran la forma de salir adelante, al cabo saben que la tristeza no tiene lugar cuando lo triste es vivir. «Les vamos a pedir algo hermano, no esté tan triste todavía hay una esperanza para ustedes”, dice el pastor Banda y les sonríe con cariño.