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Opinión

La dignidad exige salud. Por Itali Heide

??¿Qué tiene que hacer alguien para ser merecedor de la dignidad humana básica de acceder a los servicios de salud básicos? En teoría, nacemos con derecho a estar sanos. En la práctica, parece que nacer en el lugar equivocado en el momento equivocado puede anular esa dignidad básica.

Itali Heide

Tal es el caso en Chiapas, donde el azar de nacer en un lugar como Ixtapa o Simojovel es sinónimo de mala suerte. Aunque muchos de nosotros estemos acostumbrados a que el Dr. Simi esté listo para recibirnos en cualquier esquina, tener acceso a los servicios de salud más básicos es un lujo en estos lugares de difícil acceso.

En algunas de estas regiones, 94 de cada 100 niños ni siquiera tienen completo su esquema básico de vacunación, lo que pone de relieve un problema que se está agravando: la crisis de vacunación está provocando un asombroso aumento de enfermedades prevenibles, como la tuberculosis, la tos ferina, la poliomielitis y la hepatitis, para mencionar sólo algunas.

Así es, las enfermedades de las que creíamos que sólo se acordaban nuestros abuelos han vuelto con ganas de venganza. Que no las veamos no significa que no estén afectando a las vidas de miles de personas en todo el mundo (y en nuestro propio país).

¿De quién es la culpa? Aunque nos apresuremos a culpar al gobierno, la verdadera respuesta es mucho más compleja. Incluso dentro de sistemas que muchos consideran insuficientes, existe la voluntad de mejorar las cosas, y empieza por aceptar el apoyo de fundaciones como Medical IMPACT.

Dentro de estas comunidades, los equipos médicos se encuentran a menudo con la resistencia al apoyo y la atención, provocada por los pensamientos antivacunación que han llegado incluso a las zonas más apartadas. Y realmente, ¿hay una escena más desgarradora que la de una madre con su hijo enfermo en brazos, perdida ante la omisión de aceptar que las vacunas podrían haberlo evitado?

Está claro que la resistencia no está en todas partes. Medical IMPACT dio más de 4.500 atenciones médicas en Chiapas este mes de agosto, desde vacunación, desparasitación, suministro de medicamentos y medicina general hasta asesoramiento nutricional, apoyo psicológico y fisioterapia.

Entonces, ¿dónde radican los problemas? Gran parte se debe a la falta de insumos médicos, porque aunque no lo crean, hay vacunas caducando en bodegas de todo el país, pero no podemos vacunar sin guantes, jeringas y algodones, ¿o sí? Si a esto añadimos unas cadenas de frío insuficientes que limitan que lleguen las vacunas a comunidades de difícil acceso acceder, tenemos un verdadero problema.

La sociedad civil brilla con luz propia en esta cuestión, y no hay ejemplo más claro que el trabajo que Medical IMPACT realiza en la región. Junto con The People’s Vaccine Alliance, consiguen llevar esperanza en forma de apoyo médico a miles de personas en México y más allá.

Con el claro objetivo de la vacunación universal, que encierra muchas de las respuestas al creciente número de enfermedades prevenibles en comunidades vulnerables, estas organizaciones consiguen arrojar luz sobre los problemas a los que nos enfrentamos hoy en día, mientras se preparan para las inevitables consecuencias de años de desesperanza.

Opinión

Los muros que lloran: las redadas y el alma chicana. Por Caleb Ordoñez Talavera

En el norte de nuestro continente, justo donde termina México y comienza Estados Unidos, hay una línea invisible que desde hace décadas divide más que territorios. Divide familias, sueños, culturas, idiomas, economías… y últimamente, divide también lo humano de lo inhumano.

Esta semana, Donald Trump —en una etapa crítica de su carrera política, con una caída notoria en las encuestas, escándalos judiciales y un sector republicano que empieza a verlo más como un riesgo que como un líder— ha regresado a una vieja y efectiva estrategia: la del miedo. El expresidente ha lanzado una ofensiva pública para prometer redadas masivas contra migrantes, deportaciones “como nunca antes vistas” y políticas de “cero tolerancia”.

La razón no es nueva ni sutil: apelar al votante blanco conservador que ve en el migrante un enemigo económico y cultural. Ese votante que, ante la inflación, la violencia armada o el desempleo, prefiere culpar al que habla español que exigirle cuentas al sistema. En medio del descontento generalizado, Trump no busca soluciones reales, busca culpables útiles. Y como en otras épocas oscuras de la historia, los migrantes —sobre todo los latinos, sobre todo los mexicanos— vuelven a ser carne de cañón.

Pero hay una realidad más profunda y más dolorosa. Quien ha vivido el cruce, legal o no, sabe que la frontera no es sólo un punto geográfico. Es una cicatriz. Las políticas migratorias —de Trump o de cualquier otro mandatario— convierten esa cicatriz en una herida abierta. Cada redada, cada niño separado de sus padres, cada deportación arbitraria, no es solo una estadística más. Es una tragedia personal. Y más allá de lo político, esto es profundamente humano.

En este escenario, cobra especial relevancia la figura del “chicano”. Este término, que nació como una forma despectiva de llamar a los estadounidenses de origen mexicano, fue resignificado con orgullo en los años 60 durante los movimientos por los derechos civiles. El chicano es el hijo de la diáspora, el nieto del bracero, el hermano del que se quedó en México. Es el mexicano que nació en Estados Unidos y que, aunque tiene papeles, no olvida de dónde vienen sus raíces ni a quién debe su historia.

Los chicanos son fundamentales para entender la cultura estadounidense moderna. Están en las universidades, en el arte, en la política, en la música, en los sindicatos. Y sin embargo, cada redada, cada discurso de odio, también los golpea. Porque no importa si tienen ciudadanía: su apellido, su acento o el color de su piel los expone. Ellos también son víctimas del racismo sistémico.

Hoy, más que nunca, México debe voltear a ver a su gente más allá del río Bravo. No como simples paisanos lejanos, sino como parte de nuestra nación extendida. Porque si algo une a los mexicanos, estén donde estén, es su espíritu de resistencia. Los migrantes no huyen por gusto, sino por necesidad. Y a cambio, han sostenido economías, levantado ciudades y mantenido viva la cultura mexicana en el extranjero.

Las remesas no son solo dinero: son prueba de amor, sacrificio y esperanza. Y ese compromiso merece algo más que silencio institucional. Merece defensa diplomática, apoyo consular real, y sobre todo, empatía nacional. Cada vez que un mexicano insulta o desprecia a un migrante —por su acento pocho, por su ropa, por sus papeles— se convierte en cómplice de la misma discriminación que dice condenar.

Las fronteras, como están planteadas hoy, no son lugares de paso. Son cárceles abiertas. Zonas donde reina la vigilancia, el miedo y la burocracia cruel. Para miles de niños, esas jaulas del ICE (Servicio de Inmigración y Control de Aduanas) son su primer recuerdo de Estados Unidos. ¿Ese es el país que dice defender los valores cristianos y la libertad?

Además, no podemos hablar de migración sin hablar del racismo. Porque este no es solo un tema migratorio, sino profundamente racial. Las políticas antiinmigrantes suelen tener rostro y acento. No se aplican con la misma fuerza para migrantes europeos o canadienses. El blanco pobre puede aspirar a mejorar; el latino pobre, a ser deportado.

Trump lo sabe, y por eso lo explota. En un año electoral donde su imagen se desmorona entre procesos judiciales, alianzas rotas y amenazas internas, necesita un enemigo claro. Y el migrante latino cumple con todos los requisitos: está lejos del poder, es fácil de estigmatizar y difícil de defender políticamente.

Pero aún hay esperanza. En cada marcha, en cada organización de ayuda, en cada abogado que ofrece servicios pro bono, en cada chicano que no olvida su origen, se enciende una luz. Y también en México. Porque un país que protege a sus hijos, donde sea que estén, es un país más digno.

No dejemos que los muros nos separen del corazón. Hoy más que nunca, México debe recordar que su gente no termina en sus fronteras. Y que el verdadero poder no está en las redadas ni en las amenazas, sino en la solidaridad. Esa que nos ha hecho sobrevivir guerras, pandemias, traiciones… y que ahora debe ayudarnos a defender lo más humano que tenemos: nuestra gente.

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