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La gordofobia existe; UNAM explica qué es

La gordofobia es un conjunto de estereotipos y prejuicios hacia personas con sobrepeso, que pueden manifestarse a través de violencia física, psicológica, económica y otros métodos de discriminación explicados por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Ana Celia Chapa Romero, profesora e investigadora de la Facultad de Psicología de la UNAM, anotó que otros tipos de discriminación por motivos de gordofobia son las “barreras ambientales”: espacios diseñados para determinados tipos de cuerpos delgados.

“Se ve en medios de transporte. También existe discriminación por barreras sociales: personas obesas o con sobrepeso tienen mayor tasa de desempleo. La gordofobia (al igual que otros rechazos por apariencia física), se da porque no apegarse al modelo esperado o aceptado”.

La experta de la UNAM abundó en que la discriminación por gordofobia no toma en cuenta que jornadas de trabajo actuales impiden tener actividad física, además de una oferta alimenticia chatarra; una mejor alimentación, en ocasiones, exige mayor estabilidad económica.

“(Personas con obesidad) no tienen una vida saludable no porque no quieran, es un problema de justicia social y de quienes tienen acceso a ciertos espacios para hacer ejercicio. Analicemos la alimentación a la que se tienen acceso, y algunos kilos de más no significa que sea un cuerpo enfermo”.

Chapa Romero, de la UNAM, señaló que para terminar con la discriminación por gordofobia se deben crear “políticas que aboguen por la justicia social”, en vez de monitorear cuerpos y ponerlos a dieta; si se afecta el sentir de una persona, puede tener repercusiones en la salud mental.

Opinión

Emilia Pérez: Una Mirada Cuestionada sobre México Por: Sigrid Moctezuma

En un mundo donde el cine es tanto un arte como una poderosa herramienta de representación cultural, las películas que abordan la identidad de un país llevan consigo una gran responsabilidad. Tal es el caso de Emilia Pérez, una cinta que, aunque prometía ser un relato innovador, ha generado un torrente de críticas por su visión estereotipada y su superficialidad al retratar la cultura nacional.

Descrita por sus creadores como un “narco-musical”, Emilia Pérez sorprendió al ganar cuatro Globos de Oro, lo que dejó en evidencia una desconexión entre las audiencias internacionales y la percepción mexicana. Mientras en el extranjero se celebra como un experimento cinematográfico audaz, aquí ha sido criticada por perpetuar clichés culturales que parecen sacados de una postal turística, ignorando las complejidades del México actual. Aunque su mezcla de comedia, drama y música despertó curiosidad inicial, para muchos terminó siendo un recordatorio de cómo los estereotipos siguen dominando la narrativa global.

Uno de los puntos de mayor desagrado ha sido la manera en que la película aborda temas sensibles como la identidad de género y la narcocultura. Si bien es positivo que estas cuestiones tengan espacio en la narrativa cinematográfica, en Emilia Pérez se sienten tratadas con una ligereza que no honra su trascendencia. Los personajes, en lugar de reflejar matices reales, se convierten en caricaturas que difícilmente conectan con el público.

Las críticas no solo vienen de los espectadores, sino también de sectores especializados en cine y cultura. Se ha señalado que la película parece diseñada para un público extranjero que consume el «México pintoresco», mientras ignora las voces y experiencias auténticas que definen al país. Lo que representa una oportunidad desperdiciada para proyectar un discurso que sea fiel a nuestra riqueza cultural y social.

Este fenómeno no es nuevo en el cine. Muchas producciones internacionales han intentado capturar supuestamente nuestra esencia, pero terminan cayendo en la trampa: el mariachi omnipresente, las cantinas llenas de tequila y la violencia gratuita. Emilia Pérez, desafortunadamente, parece sumar su nombre a esta lista.

No obstante, este tipo de reacciones también abre un espacio importante para la reflexión. La discusión que surge de estas películas pone sobre la mesa la necesidad de que seamos nosotros quienes contemos nuestras propias historias, desde múltiples perspectivas. Es imperativo que el relato cinematográfico internacional comience a escuchar más atentamente las voces locales y trabajen en colaboración para evitar simplificaciones que diluyan nuestra esencia.

En un mundo donde las plataformas digitales hacen que el cine viaje más rápido que nunca, la responsabilidad de representar adecuadamente a un país se vuelve aún más crucial. La recepción de Emilia Pérez debería servir como un recordatorio de que no somos un concepto único y fácil de definir, sino una amalgama compleja de historias, tradiciones y modernidades.

Quizá, en el futuro, podamos ver más producciones que tomen este desafío en serio, dejando de lado las visiones simplistas. Porque México, con todas sus luces y sombras, merece ser contado con verdad y profundidad.

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