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Opinión

La gran mesa. Por Raúl Saucedo

Tiempos turbulentos en la ONU

En la última semana en la sede de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en Nueva York, un ambiente tenso y cargado de expectativas se apoderó de sus pasillos. El conflicto entre Rusia y Ucrania había traspasado las fronteras físicas de esa región del mundo y se había convertido en una disputa política y de percepción global que evidentemente desafía la capacidad de la ONU para mantener los acuerdos de paz y la justicia en el mundo.

La ONU, el epicentro diplomático mundial se vio abarrotadode líderes de todo el mundo, pero la ausencia de cuatro de los cinco miembros del Consejo de Seguridad dejaba un vacío palpable. Solo Estados Unidos, había asistido a la cita.

Un presidente brasileño minimizado a treves de los añosLula da Silva, con un discurso apasionado, denunció la creciente desigualdad entre las naciones, recordando las palabras que pronunció hace dos décadas sobre el hambre mundial, discurso histórico que en esta ocasión tendría matices de nostalgia….problema persiste.

Gustavo Petro, el presidente colombiano, no se quedó atrás. Su voz resonó con críticas a Occidente por su postura antelos conflictos en Ucrania y Palestina. Propuso la creación de un fondo para abordar la crisis climática y atacó al voraz capitalismo que había exacerbado la desigualdad.

La voz de Cuba se alzaba en la Asamblea, representando al G77 y China, un bloque que abarcaba al 80% de la población mundial. La representación de México quedaría minimizadaa la espera quizá de la reciente solicitud de la ONU sobre la información del caso Ayotzinapa.

Uno de los momentos esperados por las cámaras llego cuando el presidente de Ucrania, se dirigió a la audiencia. Con consistencia, solicitó ayuda a la ONU para implementar su plan de paz. Exigió el desarme nuclear del país con el que estaba en conflicto. Aunque contaba con el apoyo de Occidente, las posturas de Asia, América Latina y África diferían en su enfoque hacia el conflicto geopolítico.

La Asamblea dejó una sensación de división entre las naciones participantes y una creciente urgencia de reformar la ONU para adaptarse a un mundo digital y a los desafíos inminentes, como el cambio climático y los recientes conflictos mundiales.

En medio de esta incertidumbre, la 78ª sesión de la Asamblea General de la ONU. Cada vez más países dudan de la capacidad del organismo internacional para resolver los problemas que afectaban al mundo. Estados Unidos, uno de sus fundadores, también había reconocido su ineficacia en situaciones como el golpe de Estado en Nígeria.

La ONU, que alguna vez fue el epicentro de la diplomacia global, se encuentra cada vez más al margen de la nueva política mundial, incapaz de mantenerse al ritmo de las conmociones y crisis que fracturan el mundo. Las fisuras no solo dividen a países, sino que también se manifestaban entre países ricos y pobres, exacerbadas por la crisis de COVID-19 y la disputa sobre la crisis climática.

En un mundo multipolar, los países comienzan a buscar alternativas a la ONU, como los BRICS. La comunidad internacional se enfrenta a desafíos sin precedentes, desde la crisis climática hasta conflictos globales y desigualdades económicas.

La agenda urgente del planeta requiere acción inmediata y un esfuerzo conjunto de todos los países. La comunidad internacional debe unirse en busca de un mañana mejor, basado en la equidad y la solidaridad, para alcanzar un mundo más justo y sostenible, en un mundo lleno de desafíos. La solidaridad, la financiación y la implementación de estos objetivos se vuelven cruciales.

Todo esto sucede mientras la visualización de aquel lejano 2030 asecha en la agenda nacional e internacional y en donde los acuerdos de desarrollo de la agenda 2030 cuentan con un 57% de avance de metas.

A los que nos dedicamos a la política y sus ecos nos gusta imaginar frecuentemente que siempre existen mesas de decisiones según los niveles, si esto existiera a nivel mundial la mesa visible seria la ONU pero esta mesa queda grande para los retos y sobre todo para los comensales que se sientan en ella y en las que su reloj marcan las 11:45…

rsaucedo@uach.mx

@Raul_Saucedo

Opinión

AMLO y el poder eclesiástico. Por Laura Puente

Según datos del INEGI, en 2021 el 77.7% de los mexicanos se identificaron con el catolicismo, lo que convierte a México en uno de los cinco países del mundo con mayor número de personas católicas.

Estamos a 12 días de celebrar el Día de la Virgen de Guadalupe. El pasado 12 de diciembre de 2022, los peregrinos rompieron récord en visita a la Basílica de Guadalupe, se contó con la asistencia de 12.5 millones de creyentes.

Dadas estas cifras y a sabiendas de que el Presidente Andrés Manuel López Obrador conoce que su electorado es en mayoría religioso, sorprende que su relación con el poder eclesiástico no sea tan buena.

A principios de este mes, en reunión con la Conferencia del Episcopado de México (CEM), se observó que López Obrador no fue bien recibido por los obispos, quienes mostraron una postura un tanto indiferente y molesta con el inquilino de Palacio Nacional.

Esta fue la segunda reunión que sostuvo el mandatario con la Iglesia. La primera fue a inicios de su sexenio en 2018, después no tuvo otro acercamiento.

No se sabe cuándo fue el primer roce del político con la institución religiosa, posiblemente desde que se negaron a entregar la famosa cartilla moral en los templos católicos; o con la incoherente solicitud a la iglesia católica de pedir perdón por los crímenes cometidos en la Conquista; o cuando los asesinatos a sacerdotes en el territorio nacional se incrementaron y el Presidente respondió de forma indiferente.

O bien cuando supuso que dos sacerdotes asesinados dentro de las instalaciones de un templo en la Sierra de Chihuahua, estarían involucrados con el crimen organizado, tampoco se olvida cuando padres oficiaban las misas y hacían un llamado a los asistentes a defender las instituciones de los ataques del poder, esto en el marco de las reformas al INE y sus ataques a la SCJN; o tal vez sea solamente que el apesar de ser acusado de hacer santería y rituales, es el cristianismo la religión que profesa.

El Presidente ha sido inteligente pues su distancia es con la iglesia, pero no con sus creyentes. La discreción a lo largo de estos cinco años por parte de la iglesia y la buena forma de manejarlo de AMLO, no ha representado mayor molestia o interrogante con los sectores que forman el electorado religioso que tiene, por decir uno, los adultos mayores.

Cerca de terminar el sexenio y con las próximas elecciones en puerta, López Obrador no puede confiarse y que su lejanía represente una amenaza para su candidata, pues se sabe que su contrincante, Xóchitl Gálvez, y uno de los partidos que la respaldan, Acción Nacional, sí mantienen una estrecha relación con la iglesia y ese 77.7%, representa poco más de 97 millones de mexicanos.

Veremos en los próximos meses qué estrategias implementa el Presidente para no descuidar la relación y exhibir la lejanía, y que dicho apoyo sea para la candidata del FAM. Todo indica que ya inició un plan y ahora desea limar asperezas y mantener una buena relación, pues como primera acción fue el Titular del Ejecutivo quien pidió asistir a la última reunión con el CEM, es decir, a la que no fue invitado por los obispos;  ya veremos qué más sigue en fechas tan representativas.

POR LAURA PUENTE

LAU.PUENTEE@GMAIL.COM

@LAURAPUENTEEN

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