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Opinión

La maldición de la ansiedad. Por Itali Heide

Itali Heide

La vida puede ser un desastre: a menudo, nos sentimos abrumados por el trabajo, los cuestiones personales, crisis existenciales, las montañas rusas mentales y el miedo colectivo al futuro. Se puede decir que nadie en el mundo vive una vida despreocupada, así que todos hemos aprendido a vivir con las cosas que nos hacen sentir estresados y frustrados.

Mayo es el mes de la salud mental, por lo que es más importante que nunca indagar en este tema que es tabú, aunque no debería serlo.

Si eres una persona ansiosa por naturaleza como yo, hay mucho más de lo que preocuparse. Me preocupa cruzar una habitación para ir al baño, me preocupa en qué mesa sentarme, me preocupa si puedo mantener una conversación social sin sentirme tonta y torpe, me preocupa cuánto tiempo debo mantener el café en mi prensa francesa o si ya valieron mis galletitas en el horno, me preocupa si me queda bien el pantalón, si me veo gorda, si se me nota el doble mentón, si mi maquillaje ya se corrió y me veo fatal, me preocupan los próximos planes importantes, me preocupa que mi gatito tenga frío afuera, me preocupan deudas, me preocupan aspectos de cómo me veo, cómo actúo y, sobre todo, cómo soy percibida.

Las personas que no padecen ansiedad no comprenden realmente los numerosos factores de estrés que pueden derivarse de una vida cotidiana aparentemente normal. Antes de pedir comida, tengo que escribir mentalmente un guión sobre lo que tengo que decir (y aún así acabo regándola debido a los nervios).

Cuando estoy a punto de conocer a gente nueva, me preocupa cómo voy a saludarlos. ¿Les doy un beso en la mejilla, un abrazo, un apretón de manos? ¿Y si ya había conocido a esa persona y mi memoria de nuestra amiga acuática Dory me hará quedar como tonta cuando diga «mucho gusto»? ¿Me juzga la gente cuando me sirvo demasiada barbacoa? ¿Estoy sonriendo de más, o de menos? ¿Estoy haciendo preguntas apropiadas para conocer a alguien, o estoy indagando demasiado en su vida personal? ¿Estoy hablando demasiado o ya los aburrí? La lista de preocupaciones diarias no tiene fin.

Lo peor de tener ansiedad son los efectos físicos que se viven. Puedo estar en casa, viendo la televisión, y de repente se me aprieta el pecho y empiezo a preguntarme si mi corazón ha dejado de latir. Podría decirse que soy una experta en tratar de encontrar mi pulso, no encontrándolo y convenciéndome de que estoy a punto de morir. Cuando me siento estresada, mi estómago se revuelve y mi cabeza empieza a doler. Cuando me sobreestimulo en las interacciones sociales, siento que la respiración se acelera y mi cabeza se disocia, al final dándome cuenta que no he estado poniendo atención y ahora solo me queda decir “uf, está cañón”, esperando disimular mi distracción constante.

La cuestión es que las personas con ansiedad viven hacia dentro, en lugar de hacia fuera. Ahora mismo, mientras escribo este artículo, hay dos canciones que se repiten sin parar en mi cerebro, tres conversaciones totalmente distintas mantenidas por mi monólogo interno, un montón de preocupaciones de cosas que están por venir, el recuerdo de un momento vergonzoso que seguramente nadie más que yo recuerda de hace semanas, y un perro enérgico que recorre mi cerebro de pensamiento en pensamiento, arruinando cualquier tren de pensamiento posible. Es como si hubiera 200 pestañas abiertas en mi cerebro y no puedo cerrar ni una sola y centrarme en el presente.

No es algo que le ocurra sólo a unos pocos: hasta el 15% de la población mexicana sufre de ansiedad, casi 200 mil personas. Aunque sea fácil decir «deja de preocuparte por ello», lo cierto es que la salud mental no tiene una salida fácil.

Ya es hora de desestigmatizar la salud mental. Al igual que el corazón es un órgano que puede fallar, una pierna rota puede dejar a alguien inmóvil, un pulmón puede colapsar, un tumor puede crecer y un riñón puede fallar, el cerebro también es un órgano que puede sufrir enfermedades y trastornos. Ojalá fuera tan fácil como «echarle ganas» y «dejar de preocuparnos».

La ansiedad es sólo uno de los muchos problemas de salud mental que pueden afectar a la vida y las actividades cotidianas, pero desde luego no es el único. Desde la depresión, la bipolaridad y el trastorno límite de la personalidad hasta la esquizofrenia, los trastornos alimentarios y los trastornos del desarrollo como el autismo y el TDAH. De hecho, 15 millones de mexicanos padecen algún tipo de trastorno mental que les hace la vida más difícil de lo que debería.

Conseguir ayuda es difícil, sobre todo porque el cerebro es muy complejo, difícil de diagnosticar y tratar. Si tú o un ser querido estáis pasando por un momento difícil y luchando contra la salud mental, aquí tienes algunos recursos que pueden ser útiles:

? La Línea de la Vida: 800 911 2000
? Centro de Integración Juvenil: tel. 55 4555-1212 o WhatsApp 55 5212-1212

Opinión

La semilla. Por Raúl Saucedo

Libertad Dogmática

El 4 de diciembre de 1860 marcó un hito en la historia de México, un parteaguas en la relación entre el Estado Mexicano y la Iglesia. En medio de la de la “Guerra de Reforma», el gobierno liberal de Benito Juárez, refugiado en Veracruz, promulgó la Ley de Libertad de Cultos. Esta ley, piedra angular del Estado laico mexicano, estableció la libertad de conciencia y el derecho de cada individuo a practicar la religión de su elección sin interferencia del gobierno.

En aquel entonces, la Iglesia Católica ejercía un poder absoluto en la vida política y social del país. La Ley de Libertad de Cultos, junto con otras Leyes de Reforma, buscaba romper con ese dominio, arrebatándole privilegios y limitando su influencia en la esfera pública. No se trataba de un ataque a la religión en sí, sino de un esfuerzo por garantizar la libertad individual y la igualdad ante la ley, sin importar las creencias religiosas.
Esta ley pionera sentó las bases para la construcción de un México moderno y plural. Reconoció que la fe es un asunto privado y que el Estado no debe imponer una creencia particular. Se abrió así el camino para la tolerancia religiosa y la convivencia pacífica entre personas de diferentes confesiones.
El camino hacia la plena libertad religiosa en México ha sido largo y sinuoso. A pesar de los avances logrados en el lejano 1860, la Iglesia Católica mantuvo una fuerte influencia en la sociedad mexicana durante gran parte del siglo XX. Las tensiones entre el Estado y la Iglesia persistieron, y la aplicación de la Ley de Libertad de Cultos no siempre fue consistente.
Fue hasta la reforma constitucional de 1992 que se consolidó el Estado laico en México. Se reconoció plenamente la personalidad jurídica de las iglesias, se les otorgó el derecho a poseer bienes y se les permitió participar en la educación, aunque con ciertas restricciones. Estas modificaciones, lejos de debilitar la laicidad, la fortalecieron al establecer un marco legal claro para la relación entre el Estado y las iglesias.
Hoy en día, México es un país diverso en materia religiosa. Si bien la mayoría de la población se identifica como católica, existen importantes minorías que profesan otras religiones, como el protestantismo, el judaísmo, el islam y diversas creencias indígenas. La Ley de Libertad de Cultos, en su versión actual, garantiza el derecho de todos estos grupos a practicar su fe sin temor a la persecución o la discriminación.
No obstante, aún persisten desafíos en la construcción de una sociedad plenamente tolerante en materia religiosa. La discriminación y la intolerancia siguen presentes en algunos sectores de la sociedad, y es necesario seguir trabajando para garantizar que la libertad religiosa sea una realidad para todos los mexicanos.

La Ley de Libertad de Cultos de 1860 fue un paso fundamental en la construcción de un México más justo y libre. A 163 años de su promulgación, su legado sigue vigente y nos recuerda la importancia de defender la libertad de conciencia y la tolerancia religiosa como pilares de una sociedad democrática y plural.
Es importante recordar que la libertad religiosa no es un derecho absoluto. Existen límites establecidos por la ley para proteger los derechos de terceros y el orden público. Por ejemplo, ninguna religión puede promover la violencia, la discriminación o la comisión de delitos.
El deseo de escribir esta columna más allá de conmemorar la fecha, me viene a deseo dado que este último mes del año y sus fechas finales serán el marco de celebraciones espirituales en donde la mayoría de la población tendrá una fecha en particular, pero usted apreciable lector a sabiendas de esta ley en mención, sepa que es libre de conmemorar esa fecha a conciencia espiritual y Libertad Dogmática.

@Raul_Saucedo
rsaucedo@uach.mx

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