La sonda automática Voyager 1 partió de la Tierra en 1977 y pasó cerca de Júpiter y Saturno. Luego tomó el rumbo de salida del Sistema Solar y se ha alejado ya de la Tierra hasta una distancia de seis veces la órbita de Neptuno, el planeta más exterior, unos 19.000 millones de kilómetros del Sol. Ahora está “en el abismo del espacio interestelar”, como dice Richard A. Kerr en la revista Science. Y al parecer lleva ya un año fuera de la esfera de influencia del Sol, porque cruzó la frontera en agosto del año pasado. La noticia ahora es que, después de muchos debates sobre si efectivamente la Voyager 1 salió o no de la denominada heliosfera hace un año, los nuevos datos recibidos de la sonda y los análisis de registros anteriores de la misión muestran que efectivamente, tal y como se anunció, fue entonces cuando esta nave de la NASA abandonó la burbuja de partículas cargadas, calientes, que rodea al Sistema Solar y entró en el entorno frío y oscuro del espacio interestelar, explica Science. «Es el primer objeto construido por el hombre que ha salido oficialmente al espacio interestelar», anuncia la NASA.
La frontera de la heliosfera no es un límite entendido como una barrera perfectamente delimitada y localizada en el espacio que la nave atraviesa en un momento dado. Además, el instrumento que hubiera sido determinante para decir si estaba ya o no fuera se estropeó hace tiempo en la Voyager 1. Así que no es de extrañar el debate científico sobre si la sonda estaba llegando ya al límite, estaba cruzándolo o lo había superado, y los sucesivos anuncios de la NASA sobre su nave desplazándose -o casi- por el espacio interestelar. Lo que ahora consideran definitivo Donald Gurnett (Universidad de Iowa) y sus colegas, y así lo explican en su artículo en Science, es la densidad de electrones medidos por la nave en su entorno, densidad que encaja perfectamente con la predicha para el espacio interestelar en los modelos teóricos.
En agosto de 2012 cambió abruptamente la lluvia de partículas cargadas (rayos cósmicos) que bombardean la nave constantemente al registrarse una caída clara de los rayos cósmicos que se generan dentro de la heliopausa y un incremento de los que se producen fuera, en la galaxia. Para muchos científicos de la misión era señal suficiente y anunciaron que la Voyager 1 había abandonado la región de influencia del sol. Pero no todos se quedaron convencidos, recuerda Kerr. Que la nave estaba en la zona fronteriza sí, pero que hubiera salido ya no estaba tan claro, argumentaron algunos. El dato convincente sería el de la dirección del cambio magnético, que debe cambiar al pasar de la heliosfera al espacio interestelar, y tal cambio no se ha producido.
Localización de las naves Voyager 1 y Voyager 2 en el borde de la heliosfera, la burbuja creada por el viento solar. / NASA/JPL-CALTECH
El instrumento que habría podido medir directamente la densidad del plasma donde se encuentra la nave y dilucidar si esta fuera o dentro del espacio de influencia solar, se estropeó hace tiempo, pero ahora los investigadores explican que han logrado tres mediciones distintas que indican todas ellas el cambio de densidad clave y que, por tanto, la Voyager 1 está fuera de la heliosfera, y los análisis indican que fue a finales de agosto de 2012, por lo que “ha estado navegando ya un año navegando por el espacio interestelar, por el plasma (gas ionizado) que hay entre las estrellas”, explica la NASA en un comunicado. En concreto, la nave “está cruzando una región de transición inmediatamente fuera de la burbuja del Sol, donde todavía se aprecian algunos efectos de la estrella”, señalan los expertos de la agencia espacial estadounidense.
“Ahora que tenemos nuevos datos clave, creemos que se trata de ese histórico paso de la humanidad”, ha comentado Edward Stone, prestigioso investigador de Caltech y del Jet Propulsion Laboratory (California), que fue jefe científico de la misión Voyager y que hasta ahora había sido muy prudente a la hora de cantar victoria en este paso de la frontera.
En los datos que va tomando la nave, los científicos detectaron un aumento de la presión del espacio interestelar en la heliosfera en 2004 y, desde entonces, han estado muy pendientes de los indicadores de la salida de la nave, sin poder adelantar si tardaría meses o años. A partir de ahora, los científicos confían en que los instrumentos de la Voyager 1 sigan funcionando, al menos hasta 2020, y están deseando ver qué entorno va encontrando la nave.
Los controladores de la misión todavía hablan todos los días con esta sonda –y con su gemela Voyager2, que debería salir dentro de poco también ella al espacio interestelar- aunque las señales que envían son muy débiles (como una bombilla de nevera, dice la NASA). Los instrumentos de la Voyager 1 envían cada día unos 160 bits de datos que se captan con las grandes antenas de la Red de Espacio Profundo (DSN) que la agencia espacial estadounidense tiene situadas estratégicamente alrededor del mundo, incluidas las de Robledo de Chavela (Madrid). El coste total de la misión Voyager, con las dos naves, los lanzamientos, y todas las operaciones de control desde 1977 hasta ahora mismo asciende a 988 millones de dólares (741 millones de euros).
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