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Opinión

La reforma que nos abre los ojos. Por Caleb Ordóñez T.

Caleb Ordóñez T.

Y pues seguimos polarizados. Más que nuca quizá; las elecciones fueron apenas un preámbulo, un primer escalón para esta temporada que México sufre.

Ahora, se trata de la reforma al poder judicial, un asunto que el presidente López Obrador sabe perfectamente, es no solamente controversial, sino conflictivo en todas las esferas locales e internacionales.

Quizá por eso esperó hasta sus últimos días como presidente, para lanzar esta potente iniciativa, que tiene paralizado a los trabajadores del poder judicial en la mayoría del país; pero también en vilo a la economía mexicana, que tambalea ante cambios tan drásticos.

Antes que nada debemos comprender que la constitución mexicana ha costado mucha sangre, durante los 200 años que tiene de vida. La cual ha sido transformada en seis ocasiones. Siendo la de 1917, que nos rige actualmente.

Nuestra actual Carta Magna es el resultado de una fuerte batalla revolucionaria. Ha sido modificada en más de 700 ocasiones, buscando adecuar el marco legal a los cambios sociales, políticos y económicos que hemos experimentado, en un país que apenas está conociendo los primeros pasos democráticos.

Las reformas no pueden ser un simple “albazo”, consisten en un proceso legislativo que debería ser metódico, democrático y científico. En México, aunque el presidente puede crear iniciativas para crear o modificar leyes; el poder para hacer reformas constitucionales recae principalmente en el Congreso de la Unión, compuesto por la Cámara de Diputados y el Senado. Para que una reforma sea aprobada, se necesita el voto favorable de dos tercios de los miembros de ambas cámaras.

Además, la reforma debe ser ratificada por al menos 17 de las 32 legislaturas estatales, lo que debe garantizar una representación equilibrada entre el gobierno federal y los estados. En teoría, este proceso debería tener autonomía e ir más allá de emociones electorales o banderas políticas. Lo que nunca ha sucedido.

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Opinión

Diálogos. Por Raúl Saucedo

El Eco de la Paz

En el crisol de la historia, las disputas bélicas han dejado cicatrices profundas en el tejido de
la humanidad. Sin embargo, en medio del estruendo de los cañones y las balas metrallas, ha
persistido un susurro: El Diálogo. A lo largo de los siglos, las mesas de negociación han
emergido como esperanza, ofreciendo una vía para la resolución de conflictos y el cese de
hostilidades entre grupos, ideas y naciones.
Desde la antigüedad, encontramos ejemplos donde el diálogo ha prevalecido sobre la espada.
Las guerras médicas entre griegos y persas culminaron en la Paz de Calias, un acuerdo
negociado que marcó el fin de décadas de conflicto. En la Edad Media, los tratados de paz
entre reinos enfrentados, como el Tratado de Verdún, establecieron las bases para una nueva
configuración política en Europa.
En tiempos más recientes, la Primera Guerra Mundial, un conflicto de proporciones
colosales, finalmente encontró su conclusión en el Tratado de Versalles. Aunque
controvertido, este acuerdo buscó sentar las bases para una paz duradera. La Segunda Guerra
Mundial, con su devastación sin precedentes en el mundo moderno, también llegó a su fin a
través de negociaciones y acuerdos entre las potencias.
La Guerra Fría, un enfrentamiento ideológico que amenazó con sumir al mundo en un
conflicto nuclear, también encontró su resolución a través del diálogo. Las cumbres entre los
líderes nucleares, los acuerdos de limitación de armas y los canales de comunicación abiertos
permitieron evitar una posible catástrofe global.
En conflictos más recientes, y su incipiente camino en las mesa de negociación ha sido un
instrumento crucial para lograr el cese de hostilidades de momento, esta semana se ha
caracterizado por aquellas realizadas en Arabia Saudita y París.
Estos ejemplos históricos subrayan la importancia del diálogo como herramienta para la
resolución de conflictos. Aunque las guerras pudieran parecer inevitables e interminables en
ocasiones, la historia nos muestra que siempre existe la posibilidad de encontrar una vía
pacífica. Las mesas de negociación ofrecen un espacio para que las partes en conflicto
puedan expresar sus preocupaciones, encontrar puntos en común y llegar a acuerdos que
permitan poner fin.
Sin embargo, el diálogo no es una tarea fácil. Requiere voluntad política, compromiso y la
disposición de todas las partes para ceder en ciertos puntos. También requiere la participación
de mediadores imparciales que puedan facilitar las conversaciones y ayudar a encontrar
soluciones mutuamente aceptables.
En un mundo cada vez más complejo e interconectado, el diálogo se vuelve aún más crucial.
Los conflictos actuales, ya sean guerras civiles, disputas territoriales o enfrentamientos
ideológicos, exigen un enfoque pacífico y negociado. La historia nos enseña que la guerra
deja cicatrices profundas y duraderas, mientras que el diálogo ofrece la posibilidad de
construir un futuro más pacífico y próspero para todos.
Los diálogos siempre serán una vía, aunque el diálogo más importante será con uno mismo
para tener la paz anhelada.
@RaulSaucedo
rsaucedo@uach.mx

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