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Opinión

La vida a través del algoritmo. Por Itali Heide

Itali Heide

Los algoritmos se han apoderado de nuestras vidas, queramos o no. Para los que no estén familiarizados con el término, es bastante sencillo: el algoritmo se refiere a una lista específica de instrucciones que predetermina una acción concreta.

Los algoritmos se utilizan en todos los ámbitos de la vida: seguir una receta de cóctel de camarón, la rutina eterna de lavar los platos, incluso resolver los problemas matemáticos más sencillos y, lo que es más importante, llevar a cabo acciones específicas cuando se trata de la experiencia de los usuarios en Internet.

Diferentes sitios web utilizan diferentes tipos de algoritmos: cuando se busca algo en Google, el algoritmo hará todo lo posible para mostrar sus propios sitios web y los que ponen todo el trabajo en la optimización para estar en la primera página.

El algoritmo de Instagram rastrea las cosas que te gustan, y nada lo hace más evidente que entrar a tu “explore page». Si te la pasas dándole like a fotos de mujeres en bikini que jamás te pelarán, ya quedaste cachado. Si lo tuyo es el contenido de viajes, puedes esperar que haya hermosos paisajes en tu feed. Si lo que te gusta es el arte, verás una publicación tras otra que te llevará a profundizar en las cosas que te gustan.

En cierto modo, esto es un gran paso en la personalidad digital. Los algoritmos ayudan para personalizar la experiencia y reflejar la personalidad de cada usuario, pero mi pregunta es: ¿los algoritmos también nos están moldeando la personalidad? ¿Qué efecto a largo plazo tiene un algoritmo digital repetitivo en el cerebro humano?

Los algoritmos son más complicados cuanto más se utilizan para influir en las personas. Por ejemplo, TikTok, la aplicación que está arrasando en todo el mundo desde que las eternas cuarentenas de COVID nos obligaron a buscar entretenimiento cerca de casa. El algoritmo que utiliza TikTok da un poco de miedo, y déjame decirles por qué.

Como usuaria activo de TikTok, he curado perfectamente mi feed para que me muestre un surtido de cosas que me gustan: hechos históricos, moda, recetas, comedia, contenido cultural, la lista continúa.

Aunque la mayoría de los contenidos se quedan en mi memoria a corto plazo y salen por un oído más rápido de lo que pueden permanecer en el cerebro, el algoritmo los persigue. Ya que TikTok decidió que te interesa tal cosa, tal cosa aparecerá un sinfin de veces.

En un momento dado, caí en el algoritmo de los trastornos alimentarios. Como alguien que ha sufrido problemas de alimentación en su juventud, formar parte del entorno digital de la humorización, los consejos y los trucos relacionados con los trastornos alimentarios me pareció un paso atrás.

Como joven adulta que aún tiene mucho que aprender, pero que también lleva lecciones bajo el brazo, me alarmó pensar que los jóvenes pudieran estar atrapados en este algoritmo. ¿No es peligroso que un niño reciba información gratuita sobre cómo mantener un trastorno alimentario en nombre de la «belleza»?

TikTok también se ha apoderado de las enfermedades mentales. Ahora bien, para ser claros, es maravilloso ver cómo se eliminan los tabúes, se da información libremente y una comunidad de personas que sufren los mismos problemas encuentra consuelo en los demás.

Por otro lado, sus títulos sugerentes como «si haces esto eres un enfermo mental» y «cómo saber si eres autista» parecen ser contraproducentes para los jóvenes que apenas están descubriendo quiénes son y por qué son como son.

TikTok no puede diagnosticar enfermedades mentales, pero puedes creer que está haciendo un gran trabajo intentándolo. Lo que debería hacer el algoritmo es asegurarse de que su responsabilidad de la entrega de información sustancial en lugar de empujar cada pensamiento poco fiable y divagante de un niño de 14 años sin diagnosticar que está desesperadamente anhelando una etiqueta en la era de etiquetado.

Hay algoritmos dedicados a humillar a las mujeres, otros a burlarse de las personas con capacidades distintas, algunos racistas y otros con una motivación tan política que te hará preguntarte si el internet y el Estado deberían estar tan separados como la Iglesia y el Estado.

Hay muchos algoritmos peligrosos en los que caer (tantos que con pocos ejemplos ya sobra decir lo que se tenía que decir), y aunque nos centramos en TikTok por su carácter agresivo, puedes estar seguro de que no es la única red social que está aprovechando una herramienta que está llevando al control social de generaciones.

Los algoritmos nos podrán decir quien quieren que seamos, y depende de nosotros ser auténticos incluso cuando nos bombardean con las ideas que tu celular te pide desesperadamente adoptar. Podemos usar el algoritmo para bien: encontrar comunidades que nos entienden cuando parece que nadie más lo hace, sentirnos en conexión con el mundo lejano, apasionarnos por nuevos hobbies o encontrar nuevos intereses.

Sin embargo, es importante recordar que los pensamientos auténticos no se deben nublar por la vida que te exije el internet. La complejidad humana fuera del mundo binario es nuestra amiga y no enemiga, y aceptar que la vida no es como nos la pintan en las redes sociales nos deja acercarnos más al mundo real.

Opinión

KAFKIANO. Por Raúl Saucedo

ECOS DOMINICALES

En el laberinto de la política contemporánea, a menudo podríamos considerar  que nos encontramos deambulando por pasillos de las obras de Franz Kafka. Esa sensación de absurdo, opresión y burocracia incomprensible que caracterizan lo «Kafkiano» no es exclusiva de la ficción; es una realidad palpable en el día a día de millones de ciudadanos alrededor del mundo.

A nivel global, la política parece haberse transformado en un sistema gigantesco, deshumanizado y a menudo ilógico. Las decisiones se toman en esferas lejanas, por personajes que parecen habitar otro universo, mientras que las consecuencias recaen directamente sobre los ciudadanos de a pie. ¿Cuántas veces hemos visto acuerdos internacionales o normativas supranacionales que, a pesar de sus buenas intenciones, terminan generando más confusión y restricciones que soluciones? Es la burocracia global, un monstruo de muchas cabezas que opera bajo sus propias reglas, ajeno a las realidades individuales. Los ciudadanos se sienten como los personajes de Kafka, constantemente a la espera de un veredicto o una explicación que nunca llega, o que llega demasiado tarde y de forma incomprensible.

En América Latina, la esencia Kafkiana de la política se magnifica. La historia de la región está plagada de sistemas que parecen laberintos, donde los procesos se estancan por años, las acusaciones no tienen fundamento claro y la justicia parece un privilegio, no un derecho. La corrupción es otro elemento profundamente Kafkiano: actos inexplicables de desvío de recursos o favores políticos que operan en las sombras, imposibles de rastrear o de exigir responsabilidades. Los ciudadanos se enfrentan a un estado omnipresente pero ineficiente, que promete soluciones pero solo entrega más papeleo y trámites sin fin. Las promesas electorales se desvanecen en el aire como niebla, dejando un rastro de desilusión y cinismo. La sensación de desamparo es palpable, pues la maquinaria política y administrativa, en lugar de servir, parece diseñada para agobiar y confundir.

Existen países que para interactuar con dependencias gubernamentales puede ser una auténtica Odisea Kafkiana. Solicitar un permiso, registrar una propiedad o incluso tramitar una simple credencial puede convertirse en una misión imposible, llena de requisitos ambiguos, ventanillas equivocadas y funcionarios que ofrecen respuestas contradictorias. La burocracia, en muchos casos, no solo es lenta, sino que parece tener una lógica interna ajena a la razón, diseñada para agotar la paciencia del ciudadano. A esto se suma la impunidad, un fenómeno profundamente Kafkiano, donde crímenes y actos de corrupción permanecen sin castigo, generando una sensación de injusticia y resignación. Las narrativas oficiales a menudo carecen de la transparencia necesaria, dejando a la población en un estado de perpetua incertidumbre y desconfianza, buscando desesperadamente una explicación que nunca llega, o que es inaceptable.

En este panorama, la política se percibe como un ente ajeno, una fuerza opresiva que opera bajo un código indescifrable. Para muchos, participar activamente se siente como un esfuerzo en vano contra un sistema que parece inmune al cambio. La resignación es un peligro real, y la apatía se convierte en una respuesta lógica a la frustración persistente.

Sin embargo, como en las obras de Kafka, donde los protagonistas, a pesar de su desorientación, siguen buscando una salida o una explicación, nuestra sociedad no debe rendirse. Entender la naturaleza Kafkiana de nuestra política es el primer paso para exigir transparencia, simplificación y, sobre todo, una humanización de los sistemas que nos rigen. Solo así podremos, quizás, encontrar la puerta de salida de este interminable laberinto.

Esta reflexión viene de mensajes en grupos, cafés en mesas y observaciones del pasado domingo, donde lo kafkiano quizá no es la situación, si no nosotros mismos.

@Raul_Saucedo

rsaucedo@uach.mx

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