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Opinión

Lozoya contra todos. ¿Hundirá a la mafia? Por Caleb Ordóñez

Caleb Ordóñez T.

El regreso de Emilio Lozoya a México ha sido espinoso y desconcertante.

Primero, el chasco de permitir que decenas de reporteros tomaran fotografías a un falso Lozoya. Eso quizá no tenga tanto peso, como las palabras del presidente del pasado 20 de julio: “No sólo por su salud, que también merece eso como ser humano, sino cuidarlo físicamente. No porque esté en un hospital se le deje solo, con poca vigilancia. Hay que cuidar al señor, porque según la información que se tiene, ya hizo una primera declaración que presentó formalmente a la fiscalía en donde ya empieza a mencionar a personalidades, a políticos”. Sentenció AMLO, donde cada una de las palabras mencionadas tienen un valor altísimo.

¿Es Lozoya?

El regreso del exdirector de Pemex es una estrategia que le da puntos a la 4T en el tema rector del nuevo gobierno: La anti-corrupción. Sin embargo, los detalles sobre la aparición de Emilio Lozoya van mostrando día a día que, más allá de la búsqueda de justicia y reparación del daño que se le podría probar en un juicio, se avizora como un anzuelo para atraer a las redes a “peces más grandes”, que inclusive van más allá del PRI y suenan nombres de connotados panistas y gente cercana a Felipe Calderón –todos adversarios políticos directos– por muchos años, del presidente López Obrador.

Algunos señalan que es un montaje o un “circo mediático”; esto podría no estar muy alejado de la realidad. Pasan los días y Lozoya pareciera ganar tiempo y así permitir que sus abogados sigan negociando con la 4T: la comparecencia y su figura como “testigo colaborador”.

Una entrega beneficiosa

Es justo esa nueva modalidad de testigo que le otorga varios beneficios a Lozoya, entre ellos: tratamiento psicológico, asistencia médica, asesoramiento jurídico gratuito e incluso puede acceder a apoyo económico para alojamiento, transporte, alimentos, comunicación, atención sanitaria, mudanza, reinserción laboral, acondicionamiento de vivienda y demás gastos indispensables, dentro o fuera del país. Además de un cambio de identidad, entre otros aprovechamientos. Nada mal para el exprófugo, ¿no?

Si fuera esta la condición de Lozoya, se convertiría de ser un criminal de mucho peso, a un aliado del gobierno. Es entonces cuando muchos nos preguntamos: ¿desde cuándo se acordó la entrega del polémico personaje y bajo qué condiciones decidió ser extraditado sin luchar más judicialmente? ¿Quiénes le ayudaron a recibir la gracia del presidente?

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Opinión

KAFKIANO. Por Raúl Saucedo

ECOS DOMINICALES

En el laberinto de la política contemporánea, a menudo podríamos considerar  que nos encontramos deambulando por pasillos de las obras de Franz Kafka. Esa sensación de absurdo, opresión y burocracia incomprensible que caracterizan lo «Kafkiano» no es exclusiva de la ficción; es una realidad palpable en el día a día de millones de ciudadanos alrededor del mundo.

A nivel global, la política parece haberse transformado en un sistema gigantesco, deshumanizado y a menudo ilógico. Las decisiones se toman en esferas lejanas, por personajes que parecen habitar otro universo, mientras que las consecuencias recaen directamente sobre los ciudadanos de a pie. ¿Cuántas veces hemos visto acuerdos internacionales o normativas supranacionales que, a pesar de sus buenas intenciones, terminan generando más confusión y restricciones que soluciones? Es la burocracia global, un monstruo de muchas cabezas que opera bajo sus propias reglas, ajeno a las realidades individuales. Los ciudadanos se sienten como los personajes de Kafka, constantemente a la espera de un veredicto o una explicación que nunca llega, o que llega demasiado tarde y de forma incomprensible.

En América Latina, la esencia Kafkiana de la política se magnifica. La historia de la región está plagada de sistemas que parecen laberintos, donde los procesos se estancan por años, las acusaciones no tienen fundamento claro y la justicia parece un privilegio, no un derecho. La corrupción es otro elemento profundamente Kafkiano: actos inexplicables de desvío de recursos o favores políticos que operan en las sombras, imposibles de rastrear o de exigir responsabilidades. Los ciudadanos se enfrentan a un estado omnipresente pero ineficiente, que promete soluciones pero solo entrega más papeleo y trámites sin fin. Las promesas electorales se desvanecen en el aire como niebla, dejando un rastro de desilusión y cinismo. La sensación de desamparo es palpable, pues la maquinaria política y administrativa, en lugar de servir, parece diseñada para agobiar y confundir.

Existen países que para interactuar con dependencias gubernamentales puede ser una auténtica Odisea Kafkiana. Solicitar un permiso, registrar una propiedad o incluso tramitar una simple credencial puede convertirse en una misión imposible, llena de requisitos ambiguos, ventanillas equivocadas y funcionarios que ofrecen respuestas contradictorias. La burocracia, en muchos casos, no solo es lenta, sino que parece tener una lógica interna ajena a la razón, diseñada para agotar la paciencia del ciudadano. A esto se suma la impunidad, un fenómeno profundamente Kafkiano, donde crímenes y actos de corrupción permanecen sin castigo, generando una sensación de injusticia y resignación. Las narrativas oficiales a menudo carecen de la transparencia necesaria, dejando a la población en un estado de perpetua incertidumbre y desconfianza, buscando desesperadamente una explicación que nunca llega, o que es inaceptable.

En este panorama, la política se percibe como un ente ajeno, una fuerza opresiva que opera bajo un código indescifrable. Para muchos, participar activamente se siente como un esfuerzo en vano contra un sistema que parece inmune al cambio. La resignación es un peligro real, y la apatía se convierte en una respuesta lógica a la frustración persistente.

Sin embargo, como en las obras de Kafka, donde los protagonistas, a pesar de su desorientación, siguen buscando una salida o una explicación, nuestra sociedad no debe rendirse. Entender la naturaleza Kafkiana de nuestra política es el primer paso para exigir transparencia, simplificación y, sobre todo, una humanización de los sistemas que nos rigen. Solo así podremos, quizás, encontrar la puerta de salida de este interminable laberinto.

Esta reflexión viene de mensajes en grupos, cafés en mesas y observaciones del pasado domingo, donde lo kafkiano quizá no es la situación, si no nosotros mismos.

@Raul_Saucedo

rsaucedo@uach.mx

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