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Más allá de los Simpsons, la realidad de una ciudad llamada Springfield

Encontrar parecidos razonables entre Springfield, en Oregón, y su hermana de dibujos animados donde habita la popular familia Simpson es casi más una cuestión de fe que uno de esos casos televisivos basados en hechos reales.

La urbe, la de verdad, cuenta con 59 mil habitantes, casi el doble de la población estimada para la serie creada por Matt Groening, no dispone de una central nuclear y vive la mayor parte del año cubierta por nubes grises que dejan frecuentes lluvias, por lo que nada tiene que ver con el cielo azul de «The Simpsons».

Springfield, en Oregón, no ha sido repetidas veces amenazada por grandes catástrofes, carece de peces mutantes o payasos millonarios ni fue fundada por un antiguo pirata reconvertido en explorador, como pasa en la serie. Su mayor calamidad, como en otras muchas partes de EU, es el desempleo.

Es una ciudad obrera ubicada en el condado de Lane a las faldas de dos grandes bosques, Siuslaw y Willamette, y entre el cauce de los ríos McKenzie y Middle Fork Willamette, un entorno natural que propició el desarrollo urbano en torno a la industria de la madera que llegó a suponer el 80 por ciento de su economía.

Si existiera un Homer Simpson en Springfield (Oregón) lo más probable es que trabajara en un aserradero o en la fábrica papelera International Paper, la principal empresa de la zona cuyas chimeneas marcan el perfil de la urbe y desde la distancia podrían recordar a las de la planta energética de la serie propiedad del avaricioso señor Burns.

A pie de calle, los residentes en Springfield viven al margen del interés mediático que despertó la reciente confesión de Matt Groening de que tomó el nombre de esa ciudad (una de las más de 30 que se llaman así en EU para bautizar a la localidad donde transcurren las aventuras de «The Simpsons».

«Los personajes no reflejan lo que está pasando en la comunidad», explicó a Efe la directora del Springfield High School, Carmen Gelman, la primera hispana en ocupar ese cargo en todo el condado.

Gelman es posiblemente la representación más destacada del aumento de la población hispana en la zona durante la última década y su centro cuenta con un 13 por ciento de estudiantes latinos, la mayoría provenientes de familias emigrantes mexicanas.

A diferencia de lo que ocurre en la escuela de Bart y Lisa Simpson, en el centro de Gelman se escucha el español por la megafonía y se trabaja por la tolerancia entre su multicultural alumnado con programas como «Use Another Word» y por aumentar el número de graduados, que «no es muy alto» dijo Gelman, con clases de refuerzo.

«La ciudad realmente está tratando de cambiar. Creo que la gente tiene (malos) estereotipos y la serie a veces los refuerza», comentó Gelman.

Cierto es que en Springfield gustan los donuts, igual que en «The Simpsons», como evidencia la presencia de varios establecimientos especializados en esa bollería, que existe un parque llamado Skinner, como el director del colegio de la serie, e incluso hay un bar que se rumorea inspiró la taberna de Moe de los dibujos.

El local, «Max’s Tavern», está realmente en Eugene, ciudad más grande y rica, técnicamente fusionada con Springfield, y es frecuentado por clientes de toda la vida y algunos estudiantes universitarios.

«Viene mucha gente preguntando si esta es la taberna de Moe», aseguró la camarera Nichole Buckey quien se encogió de hombros ante la posible relación entre ambos bares.

«No ha sido confirmado pero siempre se ha especulado sobre eso», declaró.

Más allá de una figura de Bart y otra de Burns perdidas entre una colección de trofeos y una imagen de Marge Simpson semidesnuda pegada en la puerta de un armario en el que se guardan juegos de mesa, nada en el local hace pensar en el programa de televisión.

Sin embargo, bastó poner el tema en la barra para que los habituales de la taberna comenzaran a debatir sobre las semejanzas con la serie, animados por los efectos del alcohol, en un ambiente que por momentos parecía sacado de un capítulo de «The Simpsons».

«Matt Groening bebió aquí», afirmó convencido un joven llamado Neil que decía estudiar comunicación y se afanaba en explicar que, en su estructura, el bar era igual que el de Moe y que Springfield era como en la televisión.

«Lo único que pasa es que la gente no es amarilla», sentenció rotundo.

Fernando Mexía

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Revive la espectacular inauguración de los juegos olímpicos de Paris 2024

Con el Sena como escenario y el espectáculo aguado por la lluvia, París 2024 repasó los hitos de la historia de Francia siguiendo a un misterioso encapuchado que portaba la llama, con momentos de protagonismo para la Revolución, la literatura, el cine y un homenaje a mujeres como Simone Veil o Simone de Beauvoir.

El espectáculo concebido por Thomas Jolly se dividió en doce segmentos que se fueron sucediendo desde la salida de la delegación de Grecia, desde el puente de Austerlitz, a la cabeza de los 85 barcos que transportaron a las 205 delegaciones olímpicas.

La inspiración de ‘La vie en rose’ primero y Lady Gaga después, con un número de cabaret, fueron la primera gran actuación musical, antes de llegar entre acrobacias a la zona de la catedral de Notre-Dame (aún cerrada por la restauración del incendio que sufrió en 2019), con un guiño a la literatura de Victor Hugo y a su popular personaje Quasimodo.

‘Los miserables’, ‘La libertad guiando al pueblo’ y ‘La Gioconda’ -que a pesar de ser el cuadro mejor custodiado del Louvre, llegó a manos de los minions de la saga ‘Despicable Me’- fueron otras obras artísticas icónicas de la cultura francesa que tuvieron sus momentos de protagonismo a medida que el desfile cruzaba la ciudad.

Fue al paso del encapuchado (de aspecto similar al protagonista de la saga de videojuegos Assassin’s Creed) con la llama por la Conciergerie, un palacio donde estuvo prisionera María Antonieta, cuando sonaron las guitarras más potentes de la noche para recordar la Revolución francesa.

La voz de Marina Viotti y el grupo metalero Gojira se encargaron de recordar la ira del pueblo con la canción revolucionaria ‘Ah, ça ira’, en uno de los momentos más vibrantes del espectáculo.

La lírica la puso después la ópera ‘Carmen’, del francés Georges Bizet, y también la mezzosoprano Axelle Saint-Cirel al cantar el himno de Francia, ‘La marsellesa’, desde el tejado del imponente Grand Palais, que ha sido restaurado para poder acoger varias de las pruebas olímpicas de París 2024.

Ese momento solemne se aprovechó para homenajear a grandes mujeres de la historia, como la escritora e icono feminista Simone de Beauvoir, la política Simone Veil (que impulsó la legalización del aborto en Francia), la cineasta Alice Guy o la pionera del deporte femenino Alice Milliat.

La moda, el cine y la francofonía

La lengua de Molière también tuvo su espacio con la actuación de la franco-maliense Aya Nakamura (la artista más escuchada actualmente en francés en todo el mundo), que interpretó dos de sus grandes éxitos acompañada por la Guardia Republicana ante el Instituto de Francia.

La moda, con un desfile de talentos emergentes -para no olvidar que París es la gran pasarela mundial y capital de la alta costura- , y un recordatorio de la invención del cine por parte de los hermanos Lumière fueron otros pasajes destacados de la noche.

Más internacional fue el capítulo dedicado a Europa al ritmo de ‘The Final Countdown’ (del grupo sueco Europe) y el mensaje de paz que lanzó desde una isleta artificial la cantante Juliette Armanet con una versión de ‘Imagine’.

Un caballero plateado que hizo todo el recorrido a galope sobre el agua -cuando los últimos atletas habían llegado ya a la parada final, el puente de Jena entre la torre Eiffel y los jardines del Trocadero- sirvió en la recta final para hacer repaso de la historia del olimpismo moderno, que también tiene raíces francesas gracias al barón Pierre de Coubertin.

Ese jinete llevó la bandera de los cinco anillos para ser izada frente a la torre Eiffel antes de que se escuchara el himno olímpico, los discursos oficiales y la declaración de apertura, que correspondió como es tradicional al jefe de Estado del país anfitrión, en este caso Emmanuel Macron.

El encapuchado con la llama llegó justo después, para entregársela al futbolista Zinedine Zidane, quien a su vez se la entregó al tenista español Rafael Nadal -desatando un pequeño momento de locura en el Trocadero- para llevarla de vuelta hacia el museo del Louvre junto a otras tres leyendas del deporte: Serena Williams, Nadia Comaneci y Carl Lewis.

Fueron finalmente los franceses Marie Jose Perec y Teddy Riner los encargados de prender el pebetero, un globo aerostático que se elevó al cielo en Tullerías, mientras en lo alto de la torre Eiffel hacía su aparición triunfal la canadiense Céline Dion, cantando el ‘Hymne à l’amour’ de Edith Piaf, con un portentoso chorro de voz pese a la grave enfermedad neurológica que padece.

https://www.youtube.com/live/S7_0QuGodtE?si=4UG224KKUr8y0R5b

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