Los años de apuntar misiles contra la gente que vive del otro lado del mundo dejaron destrozado a Brandon Bryant. En entrevista con la revista estadounidense GQ, Bryant relata algunas de las escenas horripilantes que vio en su pantalla cuando era operador de drones, aviones no tripulados, para la Fuerza Aérea de Estados Unidos.
La primera vez que mató a alguien fue a principios de 2007. Estaba en la estación de control en una base de la Fuerza Aérea en Nevada. Sus tres víctimas caminaban por un camino de terracería en Afganistán.
Luego de que el misil Hellfire que se disparó desde el drone golpeara a los tres hombres, Bryant observó las consecuencias en su pantalla infrarroja. «El humo se disipó y alrededor del cráter se veían trozos de dos de los hombres. Por allá estaba este tipo y le faltaba la pierna derecha por encima de la rodilla», dice en el artículo que se publicará en el número de noviembre de GQ.
«La sangre brotaba de su pierna y empezó a caer al suelo, estaba caliente. Su sangre estaba caliente», dice Bryant. «Pero en cuanto tocó el suelo, se empezó a enfriar; el charco se enfrió rápidamente. Tardó un buen rato en morir. Yo simplemente lo observé. Lo vi tornarse del mismo color que el suelo en el que yacía».
La presión sobre los ‘drones’
Bryant, de 27 años, ha hablado anteriormente sobre sus experiencias para la revista alemana Der Spiegel y para la televisora estadounidense NBC. Sin embargo, la publicación de su entrevista con GQ ha suscitado nuevas preguntas acerca del costo humano y la legalidad del programa de drones de Estados Unidos.
Las autoridades estadounidenses dicen que el programa es una herramienta vital en la lucha contra los grupos militantes como al Qaeda. Sin embargo, dos grupos internacionales de defensa de derechos humanos manifestaron este martes grandes inquietudes sobre las consecuencias de los ataques con drones en Yemen y Pakistán e insinuaron que algunos ataques de los últimos años se podrían considerar crímenes de guerra.
Amnistía Internacional y Human Rights Watch emitieron reportes en los que relatan con detalle varios ataques que, según ellos, Estados Unidos ejecutó en cada uno de los dos países y que resultaron en la muerte de montones de civiles.
Los reportes se basaron en investigaciones de campo exhaustivas, que incluían entrevistas con los testigos y los familiares de las víctimas, y pidieron que se implementara una serie de medidas para que el programa cumpla con las leyes internacionales.
La Casa Blanca negó este martes que los ataques con drones hubieran violado la ley, como se afirma en los reportes. Sin embargo, la situación se hizo más incómoda con la presencia en Washington del primer ministro de Pakistán, Nawaz Sharif, quien habló con el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, el miércoles.
«Como un zombi»
La entrevista de Bryant ofrece una perspectiva nueva sobre el programa de drones. En el artículo de GQ, se ofrece un estudio detallado de su trayectoria como operador de drones, de su decisión de renunciar en 2011 y del posterior trastorno por estrés postraumático.
Bryant dice que durante el tiempo que supervisó las cámaras de los drones y que apuntaba su sistema de láser, se volvió insensible y realizaba su trabajo «como un zombi».
Dice que cuando dejó la Fuerza Aérea, a principios de 2011, casi tras seis años, rechazó un bono de 109.000 dólares que le ofrecían para seguir operando los drones.
Le dieron un documento en el que se contabilizaban las personas que habían muerto en las misiones en las que había participado de alguna forma durante casi 6.000 horas de vuelo. La cifra total de 1.626 «me hizo sentir náuseas», dice.
Un rol ‘esencial’
Declaró para GQ que, en retrospectiva, se sentiría «muy mal» de vivir bajo un cielo en el que vuelan los drones, que observan y, a veces, matan. Sin embargo, dice que cuando empezó a trabajar creía que la aeronave a control remoto podía ayudar a salvar vidas.
El Departamento de Defensa de Estados Unidos ha afirmado en repetidas ocasiones que evitan la muerte de soldados estadounidenses y protegen del terrorismo a la nación. Bryant habla de los esfuerzos que hacen los equipos de drones para ayudar a las tropas estadounidenses a eludir el peligro y de las atrocidades que vio cometer a los militantes.
Una silueta fugaz
En cuanto a sus temores respecto a las víctimas civiles, relata que en una ocasión, en 2007, vio una silueta que corría hacia un edificio en Afganistán segundos antes de que cayera el misil que había apuntado hacia allí. Le pareció que la pequeña silueta era la de un niño.
Dice que un colega y él consultaron el momento con un observador de los servicios de inteligencia. ¿La respuesta? «Según la revisión, se trata de un perro». Bryant dice que está seguro de que no era un perro. Al final, dice, el reporte del ataque no mencionó a un perro ni a un niño.
Después de salir del programa, su vida estuvo plagada de alcohol y depresión. Como a muchos otros operadores de drones, le diagnosticaron trastorno por estrés postraumático (TEPT).
Decidió hablar sobre su experiencia, lo que le ganó la animadversión de algunos de sus antiguos colegas, para demostrar que la intervención de los operadores de drones en la guerra es «mucho más que jugar un videojuego».
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