Con la conciencia tranquila por haber cumplido su deber y orgulloso de haber servido al país en momentos difíciles, se dijo el presidente Felipe Calderón sobre el final de su gobierno, en un mensaje de despedida transmitido en cadena nacional.
El mensaje en realidad fue una producción televisiva, con las mismas características de las cápsulas que se utilizaron en su último Informe de Gobierno para difundir la política pública del sexenio:
Un Calderón concentrado en el despacho presidencial, escribe con una pluma de oro “muchas gracias”. Su voz en off, agradece a los mexicanos y mexicanas:
“Gracias porque hace seis años me dieron un voto de confianza que me acompañó durante todo este tiempo”, dice el hombre que llegó a la Presidencia de la República bajo sospecha de un fraude que jamás quedó esclarecido.
La música new age fondea la voz en off del presidente en su ocaso, que actúa con un gesto de nostalgia, observando imágenes de alguien, beneficiario quizás, de sus programas sociales. Mientras observa las fotografías de esa gente común, expresa:
“Mi corazón está con cada uno de ustedes”.
Una escultura del escudo nacional atestigua la actuación, que transcurre en un escritorio pequeño, rodeado de libros, la bandera nacional y, al fondo, apenas distinguible, el retrato familiar, con Margarita, su discreta mujer pero de parentela incómoda, y sus hijos.
Mujer que sin embargo no menciona hasta después, porque esta parte de la cápsula la dedica a otras mujeres: las trabajadoras, las amas de casa, las mamás, la profesionistas… mientras lo hace, aparecen estampas de mujeres estereotípicas de cada actividad.
El agradecimiento sigue y la música se intensifica. Los acordes suben de tono para dar paso a la voz que en unas horas dejará de ser presidencial, pero que hoy se refiere a los trabajadores porque gracias a ellos México está de pie. Y si bien aparece un hombre con casco de constructor, la imagen que llena la pantalla es la del puente El Baluarte, su orgullo, el puente colgante que aunque ya inauguró, no está terminado.
Vuelve Calderón a cuadro. Corbata verde punteada. Bandera en miniatura en la solapa. Rostro concentrado en el papel mientras sigue escribiendo con su pluma de oro y la voz, su propia voz, que insiste en que México está de pie “a pesar de haber vivido una de las crisis internacionales más graves de la historia”.
El hombre que el último minuto del próximo viernes dejará el gobierno y, posiblemente el país, para llegar a la Universidad de Harvard en enero, se levanta con rostro solemne, jactándose de que su gobierno logró la cobertura universal de salud, lo que tampoco es cierto.
Pero en las imágenes de la cápsula del adiós, son inmaculadas salas de hospital pública las que, iluminadas y modernas, tienen espacios poblados por dioses de bata blanca. Para Calderón, el suyo, fue “el sexenio de la salud”.
Para otros, los deudos, viudas, madres, hijos, hermanos, el sexenio que agoniza es el de la muerte y así lo han dejado ver en sus manifestaciones, donde reclaman la ausencia de miles de desaparecidos que nadie busca porque el secretario de Gobernación Alejandro Poiré dijo, a nombre del gobierno de Calderón, que no hubo tiempo.
Estadísticas inciertas sobre la muerte violenta, unos dicen 80 mil otros 60 mil, algunos otros hasta un cuarto de millón. Eso aquí no tiene lugar, porque en este video lo que hay es agradecimiento y autocomplacencia:
“Gracias a todos los soldados, marinos, policías, los ministerios públicos valientes” y, mientras la voz en off los menciona, las imágenes de soldados, marinos y policías aparecen… hasta que menciona la palabra valiente en el momento justo en que él mismo aparece, otra vez en el escritorio, escribiendo, concentrado y con su pluma de oro, y desde distintos ángulos la cámara se regodea en él, mientras su voz añade:
“Gracias porque cuando la patria los necesitó, ustedes dieron un paso adelante para defenderla”. Fin del tema, porque a continuación agradece a los servidores públicos y a Margarita y sus hijos.
Entonces, mientras habla de cariño, apoyo y paciencia, la fotografía feliz: un Calderón más joven y sonriente es abrazado por la espalda por su esposa.
La voz ahora se refiere a la paciencia que tuvieron los mexicanos sobre las decisiones “difíciles” que debió tomar.
“Más allá de mis capacidades y limitaciones, les aseguro que he puesto toda mi voluntad y mi entendimiento para construir el bien común de los mexicanos.
“Me voy con la conciencia de haber actuado en cumplimiento de mi deber y responsabilidad al servicio de México. He trabajado para dejar una patria más fuerte, con un mejor sistema de justicia. Más sano y con una economía sólida”.
Es Calderón a cuadro, que cuando habla de decisiones difíciles se toca la barbilla en actitud reflexiva; cuando habla de su conciencia, el aún presidente asiente, aprobándose a sí mismo.
Sigue pues, en su México fuerte, en su México sano para luego desear éxito al próximo gobierno. Halago en boca propia, la palabra prudente para disimular el desliz.
“Servir a la patria es el más grande honor que puede tener un mexicano, servirla como presidente es el más grande también. Pero servir a la patria como los que nos ha tocado vivir, sin duda alguna es un honor mucho mayor”.
Mística patriótica. Calderón habla de la patria y mira la bandera, le hace caricias, la toca con una mirada indescifrable, para luego despedirse, prometer que seguirá sirviendo a México, y que está agradecido del privilegio. Y por primera vez en la cápsula, aparece en campo abierto, levantando su mirada hacia el cielo, donde pareciera dirigir una plegaria hasta que en el cielo irrumpe una bandera ondeando.
Entonces, las imágenes se sobreponen para hacer coincidir todo: la bandera que ondea, la mano con la pluma de oro; la figura de Calderón al centro elevando su mirada al cielo y la voz en off que se despide:
“Muchas gracias y hasta pronto México”.
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