Politizar a todo un país del tamaño de México es muy costoso. Requiere un fuerte gasto económico, de organización humana y promover la polarización que tanto desencanto ha ocasionado en la población.
Todos los partidos políticos tienen la única consigna de ganar elecciones. Algunos, los más pequeños, de sobrevivir para poder seguir recibiendo prerrogativas y continuar siendo un negocio rentable.
Llegamos a una etapa electoral en el país, sumamente anticipada y aún más agitada.
Las candidaturas presidenciales están como monedas en el aire y en una extraña situación, el partido oficialista Morena no tiene asegurado un futuro cómodo.
El meollo de la situación podría estar en la presión que ocasionó Marcelo Ebrard para que la elección interna de su partido se transparentara.
De no haber sido por las renuncias a los cargos públicos y la creación de un modelo con candados internos, el silencio dentro de Morena reinaría, ayudando a la “favorita” del presidente, Claudia Sheinbaum.
El tiempo ha dado la razón a aquellos que apostaban por un deterioro en la unidad morenista. En esa peculiar dificultad que ha tenido la exJefa de Gobierno de nadar entre tiburones.
La decepción
Claudia dejó el cargo luego de un evento faraónico con miles de acarreados que ni siquiera aguantaron el calor de aquel día y apenas comenzando el discurso de la precandidata fueron abandonando por montones la sede del Monumento a la Revolución.
A partir de ese momento las alarmas comenzaron a activarse, pues levantar algarabía y pasiones de la gente en la precampaña no sería nada sencillo. Y tenían razón.