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Padre Solalinde ve en AMLO ‘rasgos de santidad’; “Lástima que no lo valoren”, asegura

El padre Alejandro Solalinde aseguró que ve en el presidente Andrés Manuel López Obrador “rasgos muy importantes de santidad”.

El defensor de migrantes detalló que la santidad es “la imitación del amor de Dios” y que López Obrador está siguiendo las enseñanzas de Jesús, como lo es que “los últimos serán los primeros”.

La santidad política existe y la menciona la Iglesia católica, pero hay que entender que la santidad no es perfección”, señaló en entrevista para El Universal.

El padre Solalinde destacó que presidentes como López Obrador surgen cada 100 o 200 años y afirmó que “Dios nos bendijo” con su llegada a la Presidencia de México.

Añadió que admira mucho, por convicción, al presidente y aplaudió la revolución de conciencias que lleva a cabo y la transformación que derivará de su mandato y llevará a la paz.

Ante ello, continuó, “es una lástima que no lo valoren”.

Cuestionado sobre a quien ve como sucesor de López Obrador el padre Solalinde dijo que le gustaría ver a una mujer presidenta.

Yo quiero, sueño y anhelo que una mujer como Claudia Sheinbaum nos gobierne”, sentenció.

Describió a Sheinbaum como una mujer inteligente, astuta y con todos los atributos para ser una buena gobernante. Reconoció además que es muy apreciada por López Obrador.

Sobre Marcelo Ebrard, segundo presidenciable más sonado, el sacerdote indicó que es un hombre capaz pero que le falta recorrer las calles y “ensuciarse los zapatos con los de abajo”.

Es de cuna rica, no sabe de carencias, de hambre; no sabe de muchas cosas. Le falta ese arraigo con pobres, con indígenas”, opinó.

Siguiendo con los posibles presidenciables el padre Solalinde señaló a Ricardo Monreal como quien “ya chupó faros”. Pidió descartarlo por aliarse con partidos de oposición y ya no identificarse con Morena.

Precisamente sobre la oposición, dijo percibirla “muy amolada”, sin posibilidad para ganar en 2024.

Opinión

Emilia Pérez: Una Mirada Cuestionada sobre México Por: Sigrid Moctezuma

En un mundo donde el cine es tanto un arte como una poderosa herramienta de representación cultural, las películas que abordan la identidad de un país llevan consigo una gran responsabilidad. Tal es el caso de Emilia Pérez, una cinta que, aunque prometía ser un relato innovador, ha generado un torrente de críticas por su visión estereotipada y su superficialidad al retratar la cultura nacional.

Descrita por sus creadores como un “narco-musical”, Emilia Pérez sorprendió al ganar cuatro Globos de Oro, lo que dejó en evidencia una desconexión entre las audiencias internacionales y la percepción mexicana. Mientras en el extranjero se celebra como un experimento cinematográfico audaz, aquí ha sido criticada por perpetuar clichés culturales que parecen sacados de una postal turística, ignorando las complejidades del México actual. Aunque su mezcla de comedia, drama y música despertó curiosidad inicial, para muchos terminó siendo un recordatorio de cómo los estereotipos siguen dominando la narrativa global.

Uno de los puntos de mayor desagrado ha sido la manera en que la película aborda temas sensibles como la identidad de género y la narcocultura. Si bien es positivo que estas cuestiones tengan espacio en la narrativa cinematográfica, en Emilia Pérez se sienten tratadas con una ligereza que no honra su trascendencia. Los personajes, en lugar de reflejar matices reales, se convierten en caricaturas que difícilmente conectan con el público.

Las críticas no solo vienen de los espectadores, sino también de sectores especializados en cine y cultura. Se ha señalado que la película parece diseñada para un público extranjero que consume el «México pintoresco», mientras ignora las voces y experiencias auténticas que definen al país. Lo que representa una oportunidad desperdiciada para proyectar un discurso que sea fiel a nuestra riqueza cultural y social.

Este fenómeno no es nuevo en el cine. Muchas producciones internacionales han intentado capturar supuestamente nuestra esencia, pero terminan cayendo en la trampa: el mariachi omnipresente, las cantinas llenas de tequila y la violencia gratuita. Emilia Pérez, desafortunadamente, parece sumar su nombre a esta lista.

No obstante, este tipo de reacciones también abre un espacio importante para la reflexión. La discusión que surge de estas películas pone sobre la mesa la necesidad de que seamos nosotros quienes contemos nuestras propias historias, desde múltiples perspectivas. Es imperativo que el relato cinematográfico internacional comience a escuchar más atentamente las voces locales y trabajen en colaboración para evitar simplificaciones que diluyan nuestra esencia.

En un mundo donde las plataformas digitales hacen que el cine viaje más rápido que nunca, la responsabilidad de representar adecuadamente a un país se vuelve aún más crucial. La recepción de Emilia Pérez debería servir como un recordatorio de que no somos un concepto único y fácil de definir, sino una amalgama compleja de historias, tradiciones y modernidades.

Quizá, en el futuro, podamos ver más producciones que tomen este desafío en serio, dejando de lado las visiones simplistas. Porque México, con todas sus luces y sombras, merece ser contado con verdad y profundidad.

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