“No voy a perder. Nunca pierdo”, afirma el tailandés Wit casi sin apartar la vista de las peceras verticales en las que pequeños peces beta (“Betta splendens”) pelean con saña en una aldea al suroeste de Bangkok.
“Los participantes traen sus propios peces. Hoy he traído seis”, señala a Efe el tailandés, sentado delante de varios tarros de vidrio donde combaten fieros pececillos en una vivienda rural en la provincia de Samut Sakhon.
Wit, que lleva 30 años participando en peleas de peces, no se complica en buscar nombre para sus feroces mascotas, a las que llama 72, 35, 66, 50, Kid 1 y Kid 2, en referencia al orden en que los guarda y el nombre de la granja.
En un ambiente entre dominguero y clandestino, más de una veintena de hombres se sitúan en torno a los cuadriláteros de cristal colocados en dos hileras con algunos billetes de poco valor en la mano dispuestos para las apuestas.
Los beta, también conocidos como los peces de pelea siameses o “pla kad” (“pez mordedor”, en tailandés), miden solo hasta 6.5 centímetros de largo y 270 gamos de peso y son agresivamente territoriales.
Lung Chat, el árbitro, pesa a los contendientes, que deben tener el mismo peso o muy parecido, y luego los introduce en las estrechas peceras, donde empiezan a lanzarse mordiscos y embates hasta que uno de ellos desiste y se aparta a un lado.
El pececillo que cede terreno es separado en otro tarro donde se observa si vuelve a expandir las aletas, lo que indica que está en condiciones de seguir con la lucha.
El dueño del púgil acuático puede aceptar la derrota o continuar, pero si su pez beta muere es multado con entre 200 y 400 bat (entre 5,8 dólares/5.2 euros y 11.7 dólar/10.3 euros).
“No es habitual que mueran (los peces)”, asegura Lung Chat, quien precisa que las peleas pueden durar hasta 2 o 3 horas.
Los peces, que suelen vivir dos años, únicamente pelean una vez y luego son liberados en la naturaleza.
Las apuestas no suelen superar los 500 bat (unos 14.7 dólares o 13 euros), aunque en algunos casos pueden llegar hasta los 3 mil bat (unos 78 dólares o 88 euros).
Las peleas de peces con apuestas están regularizadas en la mayoría de las provincias tailandesas -Bangkok es una excepción-, aunque en la vivienda de Samut Sakhon reconocen que a veces tienen que pagar sobornos a la Policía.
Beer, que se dedica desde hace 12 años a criar peces beta, dice a Efe que las peleas de peces es una tradición muy antigua en las que se realizan apuestas por poco dinero.
“Criamos nuestros propios peces o los compramos de la granja y los entrenamos para que sean más fuertes”, apostilla el tailandés, de 33 años.
Beer trabajó durante un par de años como informático, pero se cansó y empezó a criar peces beta con las técnicas que había aprendido en el sur de Tailandia, donde estos animales son muy populares.
Un pez de pelea siamés cuesta unos 200 bat (5.8 dólares o 5.2 euros), aunque en algunos casos el precio se mide en miles de bat si es un espécimen especial.
Los beta que se usan en las peleas suelen ser negros y ligeramente azulados, pero los que se crían para peceras de decoración exhiben una amplia gama de colores como rojo, naranja, amarillo, blanco o turquesa.
En noviembre del año pasado, un ejemplar con los colores de la bandera tailandesa se vendió por un precio récord de 53 mil 500 bat (unos 1 mil 500 dólares o 1 mil 400 euros) en un subasta en internet.
Según la web bettafishcenter.com, los siameses solían atrapar los peces beta de los estanques naturales y los campos inundados de arroz para coleccionarlos y ponerlos a pelear antes del siglo XIX.
Aunque el primer europeo en documentar la existencia de esta especie fue el médico Theodor Cantor, el nombre científico “Betta splendens” fue acuñado por el ictiólogo británico Charles Tate Regan en 1909.
Cofece multa a Walmart por prácticas monopólicas: la batalla legal apenas comienza
La Comisión Federal de Competencia Económica (Cofece) asestó un golpe histórico al multar a Walmart de México con 93.4 millones de pesos tras concluir una investigación que se extendió por más de cuatro años. La razón: prácticas monopólicas relativas, particularmente en el trato con sus distribuidores.
Según el dictamen de la Cofece, Walmart aprovechó su posición dominante en el mercado para imponer condiciones desfavorables a los proveedores, afectando la competencia en el sector. Aunque no se han revelado todos los detalles de las “contribuciones” impuestas a los distribuidores, el veredicto destaca cómo estas prácticas distorsionan el acceso al mercado y perjudican a competidores más pequeños.
En respuesta, Walmart no tardó en reaccionar. La empresa anunció que impugnará la decisión y enfatizó su compromiso con el cumplimiento de las leyes mexicanas. En su comunicación oficial, destacó que la sanción carece de fundamento y que está basada en interpretaciones erróneas. Este movimiento era predecible: para una empresa de este tamaño, 93 millones de pesos no solo representan una cifra considerable, sino también una amenaza a su reputación.
Por otro lado, la Cofece también se juega mucho. Este caso es una muestra clara de su intención de reforzar la vigilancia sobre los gigantes corporativos. Sin embargo, una batalla legal prolongada podría poner a prueba su capacidad de defender sus resoluciones en tribunales.
Más allá de la multa, el caso de Walmart pone el reflector sobre una problemática común en el comercio minorista: el desbalance de poder entre grandes cadenas y pequeños distribuidores. Si bien el desenlace de este litigio aún está por definirse, el mensaje es claro: los días de actuar sin consecuencias podrían estar contados. La industria y los consumidores estarán atentos a cada movimiento en esta batalla judicial.