“Se van a pelear aquí, pero no queremos más broncas en la calle. El que ganó, ganó; y el que perdió se aguanta”, dice el réferi a los dos jóvenes, mientras éstos se acomodan los guantes.
Alrededor de ellos, unas 100 personas los observan. Entre los espectadores hay niños, niñas, padres de familia, ancianos.
Están en un parque de la colonia Riveras del Bravo, en Ciudad Juárez, y la zona es considerada por Seguridad Pública como de alto riesgo por las agresiones entre pandillas.
“El Lacho”, líder de un grupo delincuencial con sólo 17 años de edad; y “El Quique”, de 19 años de edad, de una banda rival, se ven a los ojos. Los guantes, que no son profesionales, se los colocan frente a la cara en posición de alerta. Un silbato y la batalla empieza.
Ahora son los protagonistas de un encuentro de box clandestino. El objetivo, según los organizadores, es evitar que las rencillas se salden en las calles y con armas. Así viven ahora su “Club de la Pelea”.
Todos los jueves, adultos, jóvenes y hasta niños se ponen los guantes para luchar en un encuentro en un ring improvisado, donde pelean sin límite de tiempo. El encuentro se para cuando uno de ellos cae o pide pararla.
El acuerdo, de palabra, es que todos los malos entendidos queden en ese mismo lugar y que no trascienda a las calles. Todo esto sucede en total clandestinaje.
“Aunque esté prohibido y sea clandestino, creo es la mejor manera de evitar que nuestros jóvenes sigan muriendo. Si alguien se tiene tirria aquí queda todo, el que ganó, ganó. Todos los de esta colonia vemos la pelea y sirven como testigos, porque así sabemos que si después el que ganó aparece herido o muerto, toda la comunidad sabrá quién fue y eso los controla por la vergüenza”, explica momentos antes de la pelea Carlos Zamudio, uno de los organizadores de los eventos.
“En el barrio muchos chavos han muerto picados o a balazos porque empiezan con broncas leves, pero luego le dicen a las pandillas y es cuando todo se sale de control. Aquí todos se pelean. Por ejemplo, algunos vecinos porque les molesta la música que escucha el otro; las mamás porque no quieren que sus hijos sean novios, y los niños por juguetes o porque se caen mal en la escuela, pero no pasa de esto y después hasta se terminan haciendo amigos”, asegura.
Los dos pares de guantes que usan son proporcionados por él, quien alguna vez le interesó el boxeo, pero al darse cuenta que no tenía las habilidades se retiró.
“Para limar asperezas sólo se necesitan agallas y odio entre los contrincantes; los golpes y patadas son burdos, sin técnica, pero sí con mucho coraje, algo que convierte el show en espectacular”, dice.
Este “Club de Pelea” es catalogado por sociólogos como una catarsis; una válvula de escape a raíz de la narcoviolencia generada aquí durante los últimos cuatro años, que mantuvo literalmente encerrados a los fronterizos en sus casas por temor a sufrir algún atentado en la calle, o estar en medio del fuego cruzado.
“Al no poder salir, los jóvenes y niños se volvieron más agresivos”, señalan.
Encuentran desahogo
“Se puede entender esto como una catarsis, la gente necesita desahogarse. Por mucho tiempo vivieron encerrados, ahora que poco a poco se están recuperando los espacios públicos empieza el desahogo, aunque esto no le quita lo peligroso y grave, porque los golpes muestran un alto índice de agresividad y además si no se tiene la preparación, un mal puñetazo puede terminar con la vida de alguien.
“Ahora, lo que deben hacer las autoridades es aprovechar toda esta energía, construir, por ejemplo, en Riveras del Bravo, un gimnasio y encaminar toda esta furia al deporte, hacer más espacios públicos porque ahora estamos viviendo, digámoslo así, la resaca de tantos años de violencia. En las calles la gente maneja de mal humor, por cualquier incidente, por leve que sea, se quieren pelear y eso no es sano, hay que enseñarles cómo canalizar toda esta furia para bien de la misma sociedad”, explica el sociólogo de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ), Daniel Hernández.
Voluntarios de otros centros se han enterado del fenómeno gracias al revuelo que causan las peleas, mientras en los centros se trata de canalizar la energía de los jóvenes con el deporte, clases de graffiti y manualidades. En el Centro Comunitario Riveras actualmente trabaja con 20 muchachos de entre 12 y 18 años de edad.
No descartan, incluso, que soliciten a las autoridades deportivas un ring y maestros de box o lucha. Sin embargo, el temor es que al final del día al hacerlo público le quite ese sabor de clandestinaje que tanto furor ha causado en el sector Riveras del Bravo, menciona el organizador.
Pasan de las 6 de la tarde y “El Lacho” y “El Quique” siguen golpe tras golpe y entre uno que otro tratan de limpiarse toscamente el sudor. Frente a ellos están también sus amigos.
Unos echan porras, mientras las señoras gritan, cuando de pronto “El Quique” cae al suelo. Se le observa sangre en la frente y el réferi decide parar la pelea. Luego los hace acercarse y quitarse los guantes para que se den la mano. “Hasta aquí llegó todo, son compañeros”, les dice y el evento acaba.
En el barrio
Las peleas son un secreto a voces en el sector, donde a veces llegan vendedores a ofrecer papas fritas y refrescos.
El público disfruta del espectáculo sin costo alguno, donde además tampoco se permite hacer apuestas.
Con información de El Universal
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