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PEÑA NIETO Y BARACK OBAMA por KAMEL ATHIE FLORES

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PEÑA NIETO Y BARACK OBAMA

De las buenas frases de Don Porfirio Díaz: “Pobre México, tan lejos de Dios… y tan cerca de los Estados Unidos”

Se percibe una gran empatía entre Peña y Obama, explicable en parte por la buena aceptación que este último tiene entre los mexicanos, pero también porque comparten ideologicamente causas comunes como la reivindicación de los migrantes, y los antecedentes que a Mexico, le va mejor con presidentes estadounidenses de extracción demócrata.

 

Para el presidente vecino será su cuarta visita al país, ya que en abril de 2009 visitó a Calderón en el D.F.; en agosto del mismo año estuvo en Guadalajara, en la quinta cumbre de líderes de América del norte… y en junio del 2012 en Los Cabos, para participar en la cumbre del G-20.

 

Lo trascendental de la visita, es establecer una nueva era de cooperación, donde el tema de seguridad es la prioridad de Obama, a pesar de que se diga que se busca fortalecer la economía y las relaciones comerciales entre las dos naciones. Para Peña Nieto es de capital importancia concretar un acuerdo migratorio, e insistir en la necesidad de evitar el tráfico ilegal de armas.

 

Al gobierno norteamericano y a su presidente, les preocupa que la administración de Peña baje la guardia con respecto al combate al crimen organizado… y en particular el tráfico de estuperfacientes, ya que consideran que Calderón se esmeró en el tema, parece no importarles que el costo hayan sido 65 mil muertos y más de 20 mil desaparecidos.

 

Sin duda, Obama viene a reactivar el plan Mérida, el cual han apoyado con mil 600 MDD, fundamentalmente en equipamiento

 

Al gobierno norteamericano les valen poco las razones que tenga México para firmar un acuerdo migratorio. Les importa tener control en la frontera para minimizar los riesgos inminentes de ataques terroristas; reducir la entrada de estupefacientes y sicotrópicos, y combatir el crimen organizado que se ha expandido en ambos lados.

 

Debemos  tener claro que una cosa es la Reforma Migratoria que apruebe el Senado de los Estados Unidos, elaborada para defender los intereses  de los norteamericanos,  y otra cosa muy distinta será  el Acuerdo Migratorio que se firme con México… quien sabe cuando.

 

Desde luego que Peña busca un acuerdo migratorio que garantice el respeto a los derechos humanos de nuestros connacionales; que les asegure remuneraciones y  prestaciones dignas; y, que permita un flujo ordenado de los mismos con legalidad y seguridad. ¿Los Senadores vecinos estarán pensando lo mismo?

 

El encuentro Peña-Obama tiene aspectos muy positivos, entre ellos el acercamiento entre dos naciones, cuyas administraciones inician y  pueden ser confluyentes en diversos aspectos que nos impone la vecindad, pero también la fuerte dependencia económica que tenemos con la economía más grande del mundo.

 

Debemos reflexionar en que nuestro problema no está allá… está acá. Seguir expulsando mano de obra a Estados Unidos y pedirle a Dios y a los vecinos que los traten bien, no es la solución… es nadar de muertito y eludir nuestro problema de fondo. Debemos asumir de manera positiva los dos aspectos; ambas caras de la misma moneda: lograr que en Estados Unidos se respeten derechos laborales y humanos de los inmigrantes, y resolver en México las causas de la excesiva Emigración.

 

La gran disyuntiva y encrucijada para México en el corto plazo, es definir su estrategia económica hacia el exterior y aprovechar los potenciales que ofrecen las economías más desarrolladas, pero de la misma manera reactivar nuestra economía dentro del marco que permite el mercado interno, con lo cual podemos recuperar empleos perdidos y reducir  la emigración.

 

No hay que echar las campanas al vuelo, Obama ni Estados Unidos nos salvarán, tenemos que poner nuestro propio esfuerzo. “Los amigos uno los escoge… pero los vecinos y los familiares te los manda dios.

 

Octavio Paz dijo: “Las fronteras, separan, pero también unen…y pueden ser la puerta de la comprensión, la estabilidad y la mutua prosperidad”.   [email protected]

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La corona que derribó al fiscal. Por Caleb Ordóñez T.

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Alejandro Gertz Manero no se fue por un solo escándalo. Su salida de la Fiscalía General es el cierre natural —y casi inevitable— de una historia acumulada durante décadas: un expediente no judicial, sino político, construido a fuerza de polémicas, enojos y decisiones que siempre parecían estar un milímetro antes (o después) del momento correcto. Una vida pública larga, tensa y llena de episodios que México nunca logró procesar del todo y que terminaron de golpe cuando la luz inesperada lo alumbró demasiado.

Para entender su renuncia, hay que regresar al principio. A 2001. A Puente Grande. A Joaquín “El Chapo” Guzmán desapareciendo como si el penal fuera un teatro mal montado. A un gabinete recién estrenado y a un secretario de Seguridad Pública —Gertz— que quedó tocado desde ese instante, aun cuando defendió hasta el cansancio que los penales no estaban bajo su control directo. Tenía razón en la letra, pero la política no se escribe con artículos constitucionales; se escribe con percepciones. Y la percepción quedó marcada: primera fuga, primer señalamiento.

Luego vendría “el caso familiar”, quizá el capítulo más corrosivo de su trayectoria. La denuncia por homicidio en contra de su excuñada Laura Morán y de su sobrina política, Alejandra Cuevas, terminó por convertirse en un espejo que devolvía una imagen poco favorecedora del fiscal. La figura jurídica de “garante accesoria”, que nadie encontraba en ningún código, la prisión de Cuevas, la reapertura del expediente cuando él ya era fiscal, y después los audios filtrados donde se quejaba del proyecto de sentencia de la Suprema Cort Ese episodio enterró la narrativa de imparcialidad y lo colocó en el centro del debate sobre el uso personal de la justicia. No su mejor capítulo.

Y sin embargo, tampoco ahí cayó.

Su paso por la FGR tuvo escenas memorables —algunas para bien, otras para museo del absurdo. Anunció con firmeza una cruzada contra la impunidad heredada: Odebrecht, Estafa Maestra, Pemex, la élite política del sexenio pasado. Era un fiscal que llegaba con autoridad intelectual: décadas de docencia, formación sólida en derecho penal, experiencia en seguridad y una convicción genuina de que el Ministerio Público tenía que recuperar su dignidad institucional. Ese punto —el positivo— hay que concedérselo: Gertz siempre habló de la Fiscalía como una institución que debía fortalecerse y, al menos en discurso, entendía la necesidad de autonomía y rigor técnico.

Pero entre lo que se quiere y lo que se logra suele haber un océano.

El caso Lozoya terminó convertido en una tragicomedia: el testigo estrella que prometía derribar a medio gabinete peñista terminó fotografiado en un restaurante, con un guion de colaboración que se desmoronó y un expediente repleto de promesas incumplidas. El famoso cheque de 2,000 millones de pesos, presentado en Palacio Nacional como “reparación del daño”, resultó más simbólico que real. Y mientras tanto, Rosario Robles vivió en prisión preventiva prolongada, exhibiendo el rostro más duro de la Fiscalía, mientras Lozoya parecía disfrutarse el fuero moral de la cooperación.

Su sello más polémico fue la justicia diferenciada. La exoneración exprés del general Salvador Cienfuegos tensó la relación con Estados Unidos; el intento de procesar a 31 científicos del Conacyt por delincuencia organizada levantó incluso carcajadas en los tribunales; los expedientes contra gobernadores y candidatos en temporada electoral alimentaron la narrativa de que la FGR olía más a estrategia que a proceso penal.

Y después llegó la guerra interna. El pleito con Julio Scherer, la batalla por el control de ciertos expedientes, las acusaciones cruzadas de extorsiones, venganzas y “operaciones sucias” mostraron una Fiscalía atrapada en el mismo laberinto político que juró superar.

Con todo, había una cualidad que incluso sus críticos reconocen: Gertz era persistente. Y conocía el aparato penal como pocos. Tenía método, obsesión por el detalle y una idea fija de orden institucional. No siempre funcionó, no siempre fue justa ni eficiente, pero era innegable que se trataba de un hombre que llevaba décadas pensando —de verdad pensando— en el sistema penal mexicano.

¿Entonces por qué renunció?

Porque la política no solo se derrumba por grandes actos de corrupción o colapsos institucionales. A veces cae por la presión inesperada del lugar menos imaginado. En este caso, una corona.

Todo estalló cuando México celebraba con júbilo el triunfo de Fátima Bosch como Miss Universo. Una mexicana ganando el certamen después de tantos años era un regalo para la narrativa nacional: orgullo, identidad, representación, el país hablando de algo luminoso por primera vez en semanas. Pero justo ahí, en plena celebración, comenzaron a circular los expedientes —sellados y empolvados en la FGR— relacionados con Raúl Rocha, presidente de la franquicia Miss Universo y vinculado en investigaciones mediáticas con presuntos contratos irregulares con Pemex.

La pregunta no era si existía una investigación. La pregunta era: ¿por qué se filtró justo ahora?

La respuesta implícita fue unánime: porque la FGR había perdido control interno. Porque intereses cruzados querían lastimar a la 4T. Porque la filtración no solo embarraba a un empresario, sino también a Bosch, la nueva joya mediática del país. Porque el triunfo, tan necesario en una nación saturada de malas noticias, se convirtió en combustible político en cuestión de horas. Porque México estaba celebrando una coronación, y alguien sacó un expediente que olía a guerra interna.

Eso, en Palacio Nacional, fue dinamita.

No se podía permitir que una victoria global, limpia y emocional, se convirtiera en pleito burocrático. Mucho menos cuando la Presidencia buscaba proyectar una nueva etapa institucional y evitar conflictos con la industria cultural y de entretenimiento que ya estaba devolviendo atención internacional al país. Gertz había sobrevivido a todo: a expedientes fallidos, a presiones, a audios filtrados, a críticas internacionales. Pero tocar un símbolo recién coronado fue otra cosa. Transformó un problema jurídico en un problema político. Y en México, los problemas políticos se resuelven de una sola forma: pidiendo renuncias.

El 27 de noviembre de 2025, presentó la suya.

Salió con un extraño nombramiento diplomático y un comunicado sin dramatismos, pero cargado de silencios. Fue la despedida de un fiscal que quiso ser reformador, que terminó siendo símbolo de poder concentrado y que cayó no por un caso penal, sino por una coronación que puso demasiados reflectores sobre sus polémicas.

Y así, la corona de Fátima Bosch terminó abollando algo más que el ego de los críticos: terminó abollando, también, el trono del fiscal más poderoso del México reciente.

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