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PEÑA PIERDE, GANA AMLO. POR JHON MACKERMAN

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Peña pierde, AMLO gana John M. Ackerma

L a figura política nacional que sale más fortalecida de las votaciones celebradas ayer es, sin duda, Andrés Manuel López Obrador. De acuerdo con los resultados preliminares, su partido de nueva creación, Morena, no solamente ha alcanzado a mantener su registro sino que también ha rebasado tanto la cantidad de votos recibida en esta elección por el Partido Verde(PVEM) como el porcentaje de votos recibido por su predecesor, el Partido de la Revolución Democrática (PRD), en su primera elección en 1991. Ambos hechos históricos demuestran que Morena será un fuerte competidor en las próximas elecciones presidenciales, en 2018. El PRD se fundó el 5 de mayo de 1989 con el fin de articular las fuerzas progresistas que habían apoyado la exitosa candidatura del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas en 1988. En aquella elección presidencial, el pueblo salió masivamente a votar por el hijo del general Lázaro Cárdenas pero su triunfo le fue arrebatado por el fraude orquestado desde Los Pinos por Carlos Salinas de Gortari, Manuel Bartlett y Manuel Camacho Solís. Posteriormente, el ingeniero convocó a la formación de un nuevo partido y lucharía contra viento y marea durante dos largos años para estar en condiciones para participar en las elecciones intermedias para la Cámara de Diputados en 1991. En aquella elección, su primera, el PRD recibió solamente 1.9 millones de votos, o 7.91 por ciento de la votación nacional. Sin embargo, ello fue suficiente para que el PRD pudiera arrancar con fuerza. Pronto llegaría a ser la segunda fuerza en la Cámara de Diputados y conquistaría tanto el Gobierno del Distrito Federal como media docena de gubernaturas. Para 2006, el apoyo para el PRD había crecido tanto que la izquierda una vez más recibiría el respaldo mayoritario de la ciudadanía en las elecciones presidenciales, con la candidatura de López Obrador. El formidable desempeño de Morena en su primera elección es superior al desempeño del PRD en 1991. Con menos de un año de existencia y totalmente carente de recursos públicos o privados, los candidatos de Morena han evidenciado la enorme fuerza de las campañas ciudadanas a ras de tierra y cercanas al pueblo. Han demostrado de manera contundente que el pueblo mexicano no es de ninguna manera tonto o apático. Parece sólo cuestión de tiempo que Morena rebase las significativas conquistas electorales que en su momento tuvo el PRD. En contraste, no sirvieron de mucho al PVEM los gastos millonarios de origen desconocido, la compra ilegal de cobertura mediática, las descaradas violaciones a la legalidad electoral, el abyecto servilismo de las instituciones electorales e incluso el ilegal apoyo del director técnico de la selección mexicana de futbol el día de las elecciones. La cantidad de mexicanos que se dejaron engañar por las mentiras del partido del tucán es mucho menor de lo que el régimen necesita para mantenerse en el poder. Es también un error contabilizar los votos por el PVEM como si fueran también votos a favor del PRI o Enrique Peña Nieto. Hay que distinguir entre las acciones de los políticos del PVEM, absolutamente aliados al régimen, y las percepciones de los votantes del PVEM. Quienes votaron por el Verde no lo hicieron para apoyar al PRI, y mucho menos porque estarían conformes con la privatización del petróleo o la represión de los movimientos sociales, sino porque creyeron la mentirosa e ilegal campaña que quiso presentar alVerde precisamente como una alternativa al régimen. Los votantes por el PVEM evidentemente están muy desinformados o simplemente ingenuos, pero su voto fue técnicamente un voto de protesta. Fue una protesta absolutamente contraproducente, sin duda alguna, pero revela la existencia de un espíritu crítico y utópico aun en aquella franja de la población. La mayor parte de losanulistas se encuentran en la misma situación. Los participantes en elboicot electoral en Guerrero y Oaxaca también evidentemente se encuentran del lado de la justicia y la democracia. Aun la reducida cantidad de votos emitidos directamente por el PRI tampoco constituye un buen indicador del nivel de apoyo para el régimen. Una gran parte de estos votantes emitieron sus sufragios bajo presiones, chantajes, compra y coacción codificados como delitos electorales por la ley. Asimismo, es probable que el INE haya ayudado al PRI a la hora de contar los votos ya que nuestras instituciones electorales no son de ninguna manera confiables. A pesar de todo, la coyuntura es sumamente favorable. El régimen ha perdido apoyo y Morena se consolida como una sólida opción de cambio ciudadano. Las preguntas son evidentes: ¿cómo evitar que Morena termine como otro PRD, carcomido por dentro y vendido al sistema de oprobio? ¿Cómo evitar que una vez más se cometa un descomunal fraude electoral en las próximas elecciones presidenciales? La respuesta dependerá de la participación de todos y cada uno de nosotros como ciudadanos de una patria sumamente dolida, pero cuya dignidad jamás será derrotada,

www.johnackerman.blogspot.com Twitter: @JohnMAckerman Anterior Siguiente Subir al inicio del texto Comentario Yessiclos chuchos y Mancera). Se hace también necesario y urgente un análisis profundo del voto nulo y abstencionismo. Yo por mi parte seguiré de cerca el movimiento de regeneración nacional MORENA, que justamente promueve que el cambio sea de todos y cada uno de los mexicanos. (En estos días de agitación anulistas tuve una imagen loca muy presente: veia a Mme. DRESSER poniéndose un pasamontañas.. RESPONDER © 2015 Microsoft Términos Privacidad y cookies Desarrolladores Español

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La corona que derribó al fiscal. Por Caleb Ordóñez T.

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Alejandro Gertz Manero no se fue por un solo escándalo. Su salida de la Fiscalía General es el cierre natural —y casi inevitable— de una historia acumulada durante décadas: un expediente no judicial, sino político, construido a fuerza de polémicas, enojos y decisiones que siempre parecían estar un milímetro antes (o después) del momento correcto. Una vida pública larga, tensa y llena de episodios que México nunca logró procesar del todo y que terminaron de golpe cuando la luz inesperada lo alumbró demasiado.

Para entender su renuncia, hay que regresar al principio. A 2001. A Puente Grande. A Joaquín “El Chapo” Guzmán desapareciendo como si el penal fuera un teatro mal montado. A un gabinete recién estrenado y a un secretario de Seguridad Pública —Gertz— que quedó tocado desde ese instante, aun cuando defendió hasta el cansancio que los penales no estaban bajo su control directo. Tenía razón en la letra, pero la política no se escribe con artículos constitucionales; se escribe con percepciones. Y la percepción quedó marcada: primera fuga, primer señalamiento.

Luego vendría “el caso familiar”, quizá el capítulo más corrosivo de su trayectoria. La denuncia por homicidio en contra de su excuñada Laura Morán y de su sobrina política, Alejandra Cuevas, terminó por convertirse en un espejo que devolvía una imagen poco favorecedora del fiscal. La figura jurídica de “garante accesoria”, que nadie encontraba en ningún código, la prisión de Cuevas, la reapertura del expediente cuando él ya era fiscal, y después los audios filtrados donde se quejaba del proyecto de sentencia de la Suprema Cort Ese episodio enterró la narrativa de imparcialidad y lo colocó en el centro del debate sobre el uso personal de la justicia. No su mejor capítulo.

Y sin embargo, tampoco ahí cayó.

Su paso por la FGR tuvo escenas memorables —algunas para bien, otras para museo del absurdo. Anunció con firmeza una cruzada contra la impunidad heredada: Odebrecht, Estafa Maestra, Pemex, la élite política del sexenio pasado. Era un fiscal que llegaba con autoridad intelectual: décadas de docencia, formación sólida en derecho penal, experiencia en seguridad y una convicción genuina de que el Ministerio Público tenía que recuperar su dignidad institucional. Ese punto —el positivo— hay que concedérselo: Gertz siempre habló de la Fiscalía como una institución que debía fortalecerse y, al menos en discurso, entendía la necesidad de autonomía y rigor técnico.

Pero entre lo que se quiere y lo que se logra suele haber un océano.

El caso Lozoya terminó convertido en una tragicomedia: el testigo estrella que prometía derribar a medio gabinete peñista terminó fotografiado en un restaurante, con un guion de colaboración que se desmoronó y un expediente repleto de promesas incumplidas. El famoso cheque de 2,000 millones de pesos, presentado en Palacio Nacional como “reparación del daño”, resultó más simbólico que real. Y mientras tanto, Rosario Robles vivió en prisión preventiva prolongada, exhibiendo el rostro más duro de la Fiscalía, mientras Lozoya parecía disfrutarse el fuero moral de la cooperación.

Su sello más polémico fue la justicia diferenciada. La exoneración exprés del general Salvador Cienfuegos tensó la relación con Estados Unidos; el intento de procesar a 31 científicos del Conacyt por delincuencia organizada levantó incluso carcajadas en los tribunales; los expedientes contra gobernadores y candidatos en temporada electoral alimentaron la narrativa de que la FGR olía más a estrategia que a proceso penal.

Y después llegó la guerra interna. El pleito con Julio Scherer, la batalla por el control de ciertos expedientes, las acusaciones cruzadas de extorsiones, venganzas y “operaciones sucias” mostraron una Fiscalía atrapada en el mismo laberinto político que juró superar.

Con todo, había una cualidad que incluso sus críticos reconocen: Gertz era persistente. Y conocía el aparato penal como pocos. Tenía método, obsesión por el detalle y una idea fija de orden institucional. No siempre funcionó, no siempre fue justa ni eficiente, pero era innegable que se trataba de un hombre que llevaba décadas pensando —de verdad pensando— en el sistema penal mexicano.

¿Entonces por qué renunció?

Porque la política no solo se derrumba por grandes actos de corrupción o colapsos institucionales. A veces cae por la presión inesperada del lugar menos imaginado. En este caso, una corona.

Todo estalló cuando México celebraba con júbilo el triunfo de Fátima Bosch como Miss Universo. Una mexicana ganando el certamen después de tantos años era un regalo para la narrativa nacional: orgullo, identidad, representación, el país hablando de algo luminoso por primera vez en semanas. Pero justo ahí, en plena celebración, comenzaron a circular los expedientes —sellados y empolvados en la FGR— relacionados con Raúl Rocha, presidente de la franquicia Miss Universo y vinculado en investigaciones mediáticas con presuntos contratos irregulares con Pemex.

La pregunta no era si existía una investigación. La pregunta era: ¿por qué se filtró justo ahora?

La respuesta implícita fue unánime: porque la FGR había perdido control interno. Porque intereses cruzados querían lastimar a la 4T. Porque la filtración no solo embarraba a un empresario, sino también a Bosch, la nueva joya mediática del país. Porque el triunfo, tan necesario en una nación saturada de malas noticias, se convirtió en combustible político en cuestión de horas. Porque México estaba celebrando una coronación, y alguien sacó un expediente que olía a guerra interna.

Eso, en Palacio Nacional, fue dinamita.

No se podía permitir que una victoria global, limpia y emocional, se convirtiera en pleito burocrático. Mucho menos cuando la Presidencia buscaba proyectar una nueva etapa institucional y evitar conflictos con la industria cultural y de entretenimiento que ya estaba devolviendo atención internacional al país. Gertz había sobrevivido a todo: a expedientes fallidos, a presiones, a audios filtrados, a críticas internacionales. Pero tocar un símbolo recién coronado fue otra cosa. Transformó un problema jurídico en un problema político. Y en México, los problemas políticos se resuelven de una sola forma: pidiendo renuncias.

El 27 de noviembre de 2025, presentó la suya.

Salió con un extraño nombramiento diplomático y un comunicado sin dramatismos, pero cargado de silencios. Fue la despedida de un fiscal que quiso ser reformador, que terminó siendo símbolo de poder concentrado y que cayó no por un caso penal, sino por una coronación que puso demasiados reflectores sobre sus polémicas.

Y así, la corona de Fátima Bosch terminó abollando algo más que el ego de los críticos: terminó abollando, también, el trono del fiscal más poderoso del México reciente.

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