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Piden ciudadanos cambiar el tono de la alerta sísmica

Un ciudadano de la Ciudad de México hizo una petición a través de la página Change.org, para que se cambie el tono de la alarma sísmica, porque a muchos en lugar de alertarlos, les provoca miedo; una «que todos o la mayoría estemos de acuerdo».

Sin embargo, el término alarma sísmica está mal empleado por la persona, porque es alerta sísmica, ya que alarma es una herramienta implementada en un inmueble y de acuerdo con Juan Manuel Espinoza, director general del Cires, en entrevista para el diario El Universal, recalcó que es más importante que la gente se preocupe cuando suene la alerta sísmica.

«No tiene sentido un sonido si la gente no tiene conocimiento de lo que hay que hacer», dijo Juan Manuel Espinoza, quien recalcó que el uso de la alerta sísmica fue experimental, porque se usaban sonidos de las ambulancias o patrullas, en escuelas como medida de protección de los niños.

«Se hicieron varias propuestas de sonido y se seleccionó el que conocemos ahora, estamos hablando de 1993, y ese sonido se ha ido manteniendo y ya es oficial», dijo el director general del Cires, que fue en la época de Alejandra Moreno Toscano, Secretaria de Gobierno de Manuel Camacho, quien convocó a las radiodifusoras para la creación de un sonido característico.

En 2014, Miguel Ángel Mancera, jefe de gobierno de la CDMX, fue quien estableció que la alerta sísmica fuera integrada a los autoparlantes, con el fin de que la ciudadanía no tuviera que tener la radio o televisión prendidas para escuchar la alerta y elevar su efectividad.

Opinión

Emilia Pérez: Una Mirada Cuestionada sobre México Por: Sigrid Moctezuma

En un mundo donde el cine es tanto un arte como una poderosa herramienta de representación cultural, las películas que abordan la identidad de un país llevan consigo una gran responsabilidad. Tal es el caso de Emilia Pérez, una cinta que, aunque prometía ser un relato innovador, ha generado un torrente de críticas por su visión estereotipada y su superficialidad al retratar la cultura nacional.

Descrita por sus creadores como un “narco-musical”, Emilia Pérez sorprendió al ganar cuatro Globos de Oro, lo que dejó en evidencia una desconexión entre las audiencias internacionales y la percepción mexicana. Mientras en el extranjero se celebra como un experimento cinematográfico audaz, aquí ha sido criticada por perpetuar clichés culturales que parecen sacados de una postal turística, ignorando las complejidades del México actual. Aunque su mezcla de comedia, drama y música despertó curiosidad inicial, para muchos terminó siendo un recordatorio de cómo los estereotipos siguen dominando la narrativa global.

Uno de los puntos de mayor desagrado ha sido la manera en que la película aborda temas sensibles como la identidad de género y la narcocultura. Si bien es positivo que estas cuestiones tengan espacio en la narrativa cinematográfica, en Emilia Pérez se sienten tratadas con una ligereza que no honra su trascendencia. Los personajes, en lugar de reflejar matices reales, se convierten en caricaturas que difícilmente conectan con el público.

Las críticas no solo vienen de los espectadores, sino también de sectores especializados en cine y cultura. Se ha señalado que la película parece diseñada para un público extranjero que consume el «México pintoresco», mientras ignora las voces y experiencias auténticas que definen al país. Lo que representa una oportunidad desperdiciada para proyectar un discurso que sea fiel a nuestra riqueza cultural y social.

Este fenómeno no es nuevo en el cine. Muchas producciones internacionales han intentado capturar supuestamente nuestra esencia, pero terminan cayendo en la trampa: el mariachi omnipresente, las cantinas llenas de tequila y la violencia gratuita. Emilia Pérez, desafortunadamente, parece sumar su nombre a esta lista.

No obstante, este tipo de reacciones también abre un espacio importante para la reflexión. La discusión que surge de estas películas pone sobre la mesa la necesidad de que seamos nosotros quienes contemos nuestras propias historias, desde múltiples perspectivas. Es imperativo que el relato cinematográfico internacional comience a escuchar más atentamente las voces locales y trabajen en colaboración para evitar simplificaciones que diluyan nuestra esencia.

En un mundo donde las plataformas digitales hacen que el cine viaje más rápido que nunca, la responsabilidad de representar adecuadamente a un país se vuelve aún más crucial. La recepción de Emilia Pérez debería servir como un recordatorio de que no somos un concepto único y fácil de definir, sino una amalgama compleja de historias, tradiciones y modernidades.

Quizá, en el futuro, podamos ver más producciones que tomen este desafío en serio, dejando de lado las visiones simplistas. Porque México, con todas sus luces y sombras, merece ser contado con verdad y profundidad.

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