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Opinión

Política sin líderes morales. Por Caleb Ordóñez T.

Caleb Ordóñez T.

Ante la polarización que vivimos rumbo a las elecciones más grandes de la historia en 2021, la oposición tiene una necesidad de mostrar su brazo fuerte, lamentablemente para su causa, la gran mayoría de las encuestas apuntan a que el partido Morena, a pesar de las infinitas controversias y equivocaciones, tiene más fuerza rumbo a la obtención de diputaciones, alcaldías y gubernaturas.

La falsa generación “impecable”

En diversas ocasiones, hemos escuchado la “necesidad de que surjan líderes políticos”, sin embargo, quienes creen que los liderazgos pueden emerger como generación espontánea tienen equivocado el rumbo que requiere un país tan lacerado políticamente, como lo es el nuestro.

En la creencia neoliberal es importante construir liderazgos con grandes títulos y puestos públicos. Este pensamiento ponderó en la política durante décadas, sin embargo, ha fracasado rotundamente.

Ante los distintos escándalos de corrupción que abundaron en los pasados sexenios, una coincidencia es que los personajes señalados y acusados fueron estudiantes de escuelas respetadas, o bien, fueron llamados “nueva generación de políticos”, como en su momento llamó Enrique Peña Nieto a los –en aquel 2012– jóvenes gobernadores Roberto Borge, César y Javier Duarte.

Claramente, la oposición, llámese PRI, PAN, PRD, Movimiento Ciudadano u otro organismo político contrario a la 4T están sufriendo una realidad que nunca imaginaron, sin embargo, están pagando caro lo que fueron generando por años al no construir cuadros que se convirtieran en verdaderos gestores sociales, sino en “productos políticos”que pudieran ser fácilmente “vendibles” en elecciones.

Mucho de lo que está sucediendo con el caso de Emilio Lozoya tiene que ver con este tipo de arquetipos de personajes que ante las cámaras son impecables y cuidan su imagen mientras están ante los reflectores, pero apenas “rascándoles” un poco sobre su actuar son igual o más corruptos que las generaciones que les precedieron.

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Opinión

La semilla. Por Raúl Saucedo

Libertad Dogmática

El 4 de diciembre de 1860 marcó un hito en la historia de México, un parteaguas en la relación entre el Estado Mexicano y la Iglesia. En medio de la de la “Guerra de Reforma», el gobierno liberal de Benito Juárez, refugiado en Veracruz, promulgó la Ley de Libertad de Cultos. Esta ley, piedra angular del Estado laico mexicano, estableció la libertad de conciencia y el derecho de cada individuo a practicar la religión de su elección sin interferencia del gobierno.

En aquel entonces, la Iglesia Católica ejercía un poder absoluto en la vida política y social del país. La Ley de Libertad de Cultos, junto con otras Leyes de Reforma, buscaba romper con ese dominio, arrebatándole privilegios y limitando su influencia en la esfera pública. No se trataba de un ataque a la religión en sí, sino de un esfuerzo por garantizar la libertad individual y la igualdad ante la ley, sin importar las creencias religiosas.
Esta ley pionera sentó las bases para la construcción de un México moderno y plural. Reconoció que la fe es un asunto privado y que el Estado no debe imponer una creencia particular. Se abrió así el camino para la tolerancia religiosa y la convivencia pacífica entre personas de diferentes confesiones.
El camino hacia la plena libertad religiosa en México ha sido largo y sinuoso. A pesar de los avances logrados en el lejano 1860, la Iglesia Católica mantuvo una fuerte influencia en la sociedad mexicana durante gran parte del siglo XX. Las tensiones entre el Estado y la Iglesia persistieron, y la aplicación de la Ley de Libertad de Cultos no siempre fue consistente.
Fue hasta la reforma constitucional de 1992 que se consolidó el Estado laico en México. Se reconoció plenamente la personalidad jurídica de las iglesias, se les otorgó el derecho a poseer bienes y se les permitió participar en la educación, aunque con ciertas restricciones. Estas modificaciones, lejos de debilitar la laicidad, la fortalecieron al establecer un marco legal claro para la relación entre el Estado y las iglesias.
Hoy en día, México es un país diverso en materia religiosa. Si bien la mayoría de la población se identifica como católica, existen importantes minorías que profesan otras religiones, como el protestantismo, el judaísmo, el islam y diversas creencias indígenas. La Ley de Libertad de Cultos, en su versión actual, garantiza el derecho de todos estos grupos a practicar su fe sin temor a la persecución o la discriminación.
No obstante, aún persisten desafíos en la construcción de una sociedad plenamente tolerante en materia religiosa. La discriminación y la intolerancia siguen presentes en algunos sectores de la sociedad, y es necesario seguir trabajando para garantizar que la libertad religiosa sea una realidad para todos los mexicanos.

La Ley de Libertad de Cultos de 1860 fue un paso fundamental en la construcción de un México más justo y libre. A 163 años de su promulgación, su legado sigue vigente y nos recuerda la importancia de defender la libertad de conciencia y la tolerancia religiosa como pilares de una sociedad democrática y plural.
Es importante recordar que la libertad religiosa no es un derecho absoluto. Existen límites establecidos por la ley para proteger los derechos de terceros y el orden público. Por ejemplo, ninguna religión puede promover la violencia, la discriminación o la comisión de delitos.
El deseo de escribir esta columna más allá de conmemorar la fecha, me viene a deseo dado que este último mes del año y sus fechas finales serán el marco de celebraciones espirituales en donde la mayoría de la población tendrá una fecha en particular, pero usted apreciable lector a sabiendas de esta ley en mención, sepa que es libre de conmemorar esa fecha a conciencia espiritual y Libertad Dogmática.

@Raul_Saucedo
rsaucedo@uach.mx

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