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REFLEXIÓN SOBRE UNA CARTA DE CARLOS BORRUEL Por Luis Villegas

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Es un hecho, estoy asustado. A partir de las múltiples ocupaciones a mi cargo, dejé el gimnasio; pero ya volví. Huelga decir que el susto derivó de lo innegable: Estaba ganando peso en forma acelerada (o séase engordando como cochino) Pues bien, desde la semana pasada empecé a ir y sí, mis temores eran fundados; una semana y ya tengo marcado el abdomen… marcado con la pretina de los calzones y de la pantalonera, que antes me quedaba guangüita y ahora parece leotardo. Pero no es ese mi peor susto. El colmo del espanto me llegó vía Internet. A mediados de la semana, con vahídos, la vista nublada, la corvas frágiles, el corazón en la boca, la boca seca, la lengua de fuera y la ropa empapada  de sudor, abrí mi correo mientras me metía a bañar y ahí estaba: Un correo electrónico cuyo remitente era, al parecer, Carlos Borruel. Cerré la llave de la regadera; me senté; miré fijo la pantalla y me puse a meditar: “¿Lo abro o no lo abro?”. Piense usted, gentil lector, querida lectora, que estaba yo al borde del desmayo, en los lindes del colapso, así que no era cosa de leer, no más así, la susodicha misiva. Como ya me conozco, lo leí; “al mal paso darle prisa”, “a lo que te truje Chencha”, total: “Si me han de matar mañana que me maten de una vez”. El título de la horrenda misiva era: “EL SALDO ROJO DEL PARTIDO AZUL”; entre otras barbaridades, la carta contiene los siguientes párrafos -transcribo-: 

  1. Mucho tiene por delante, no solo para reflexionar, sino para actuar, quienes integran e integramos el Partido Acción Nacional”;

 

  1. La seguidilla de derrotas que enfrentó el PAN en 2011 al no obtener ningún triunfo en las elecciones de Nayarit, Coahuila, Guerrero y finalmente Michoacán, […] fueron el anticipo de lo que iba a suceder en el 2012”;

 

  1. En lo que respecta a nuestro Estado, la votación del PAN para Senador fue del 27 por ciento y para Presidente 25 por ciento. A pesar de que hubo una participación del 53 por ciento, la votación se estacionó en los mismos niveles de la que tuvo Francisco Barrio en 1992, hace ya 20 años”;

 

  1. Este desastroso resultado electoral del pasado 1º. de Julio, obliga a quienes militamos en el partido blanquiazul a hacer un ejercicio de sinceridad, sobre lo que sucedió, pero también de un cambio de actitud. […] una invitación a despojarse de egoísmos,  ambiciones y protagonismos personales; a reconocer y no a destruir en una lucha feroz interna a los liderazgos que hay dentro del PAN”, y (el más infame de todos)

 

  1. Hoy, en la actualidad, se ha vuelto recurrente que cuando un panista pierde una convención y con ello la posibilidad de obtener un cargo de elección popular, inmediatamente acude  a los medios, denuncia fraudes, corruptelas y al final, sino consigue su objetivo de competir, termina tomándose fotos con los candidatos del PRI o militando en otros partidos”.

 

     ¿Actuar? Hay un solo curso de acción, don Carlos: El de la dignidad, el honor y la vergüenza. Los panistas responsables de esas derrotas, por corruptos, por incompetentes, por mediocres, por inútiles o por cómplices, deben salir del Partido. No hay otro camino ni ninguna otra vía para los panistas de esta hora, salvo predicar con el ejemplo.

     Que no lo van a ser y que los líderes “morales” de ese partido no tienen la menor intención de renunciar a sus prebendas y privilegios, resulta evidente a partir de esos mismos párrafos: “¿Seguidilla de derrotas que enfrentó el PAN en 2011? ¿Y la del 2010 en la que el propio Carlos fue Candidato que fue: Aplastante victoria o qué? ¿Por qué hace énfasis entre dos elecciones que no se pueden comparar: La de un candidato a Senador con la de un candidato a Gobernador? ¿Por qué no, si de veras se trata de una análisis serio y de buena fe, reconoce (hecho insólito) que los candidatos al Senado obtuvieron más votos que la Candidata a la Presidencia? ¿Desastroso resultado el del 1º. de julio? ¿Y el del 4 de julio de 2010, cuando él fue candidato, que fue, una ida al cine? ¿A que llama Carlos, “ejercicio de sinceridad” y “cambio de actitud”? Que las defina. Que diga, con nombres y apellidos, quienes han estado y están a la altura y quienes no; porque esa invitación a “despojarse de egoísmos,  ambiciones y protagonismos personales” va a quedar en nada si no empieza, él antes que nadie, por poner el ejemplo. Que se vaya del partido y que purgue sus culpas; luego podrá regresar con la cara lavada y la frente en alto (como “Pimpón”, el muñequito de cartón). De otro modo, su llamado a no “destruir en una lucha feroz interna a los liderazgos que hay dentro del PAN”; queda como lo que obviamente es: Un indicador de su miedo a que lo echen por gandalla; un intento, otro, para que él y los que son como él, queden protegidos, a salvo de pagar sus culpas. La hipocresía, el doblez moral, quedan de manifiesto en ese párrafo que acusa de acudir a los medios o denunciar fraudes; el 19 de febrero, todavía no se cerraba la votación y el estaba haciendo eso mismo: Acudiendo a los medios -y con razón además- a denunciar un fraude interno de proporciones inauditas. ¡Qué poca memoria!

     El Partido Acción Nacional sigue perfeccionando las trapacerías que en otros tiempos denunció. Ahora, en su proceso interno de selección de candidatos a senadores campearon las más añejas prácticas priistas, ya usuales en el panismo: uso de dinero público para comprar votos, acarreos, amenazas e inducción del sufragio”. Ese párrafo no lo escribí yo; lo publicó la revista Proceso, bajo el título: “La sucia lista del PAN”. Léalo.1

     Adjunto a la presente, copia electrónica de la sentencia emitida el 21 de abril de 2012, relativa a los juicios para la Protección de los Derechos Político-Electorales del Ciudadano SG-JDC-2170/2012 y SG-JDC-2171/2012 promovidos, respectivamente, por Carlos Borruel y Cruz Pérez, a fin de impugnar la resolución de 20 de marzo de la 1ª Sala de la Comisión de Elecciones del PAN, mediante la cual se declaró la nulidad de la elección interna para elegir candidato Senador en Chihuahua; si le da flojera leerla, sólo revise las páginas 1, 2, 94, 145, 148, 149, 150, 167, 177, 179, 180, 181, 182, 190, 191, 196, 261, 262, 263, 264, 265, 268, 271, 171, 273, 392 y 393. Ahí muy clarito se establecen la serie de anomalías, irregularidades y excesos plenamente demostrados en que incurrieron los “triunfadores” de dicho proceso interno. Nulidad que declararon dos autoridades distintas, una interna y otra externa, en dos momentos distintos, en sentencias distintas, por las mismas razones: Las cochinadas detectadas y probadas ocurridas el 19 de febrero. Y si bien en la sentencia emitida por la Sala Regional del TEPJF existe un voto particular del Magistrado José de Jesús Covarrubias, el mismo es porque él afirmaba que debía “reponerse” el procedimiento; el resolutivo segundo que él propone, textualmente reza: “Se confirma la nulidad de elección materia de este asunto, por las razones expuestas en el cuerpo de esta ejecutoria”.

Luis Villegas Montes.

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La corona que derribó al fiscal. Por Caleb Ordóñez T.

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Alejandro Gertz Manero no se fue por un solo escándalo. Su salida de la Fiscalía General es el cierre natural —y casi inevitable— de una historia acumulada durante décadas: un expediente no judicial, sino político, construido a fuerza de polémicas, enojos y decisiones que siempre parecían estar un milímetro antes (o después) del momento correcto. Una vida pública larga, tensa y llena de episodios que México nunca logró procesar del todo y que terminaron de golpe cuando la luz inesperada lo alumbró demasiado.

Para entender su renuncia, hay que regresar al principio. A 2001. A Puente Grande. A Joaquín “El Chapo” Guzmán desapareciendo como si el penal fuera un teatro mal montado. A un gabinete recién estrenado y a un secretario de Seguridad Pública —Gertz— que quedó tocado desde ese instante, aun cuando defendió hasta el cansancio que los penales no estaban bajo su control directo. Tenía razón en la letra, pero la política no se escribe con artículos constitucionales; se escribe con percepciones. Y la percepción quedó marcada: primera fuga, primer señalamiento.

Luego vendría “el caso familiar”, quizá el capítulo más corrosivo de su trayectoria. La denuncia por homicidio en contra de su excuñada Laura Morán y de su sobrina política, Alejandra Cuevas, terminó por convertirse en un espejo que devolvía una imagen poco favorecedora del fiscal. La figura jurídica de “garante accesoria”, que nadie encontraba en ningún código, la prisión de Cuevas, la reapertura del expediente cuando él ya era fiscal, y después los audios filtrados donde se quejaba del proyecto de sentencia de la Suprema Cort Ese episodio enterró la narrativa de imparcialidad y lo colocó en el centro del debate sobre el uso personal de la justicia. No su mejor capítulo.

Y sin embargo, tampoco ahí cayó.

Su paso por la FGR tuvo escenas memorables —algunas para bien, otras para museo del absurdo. Anunció con firmeza una cruzada contra la impunidad heredada: Odebrecht, Estafa Maestra, Pemex, la élite política del sexenio pasado. Era un fiscal que llegaba con autoridad intelectual: décadas de docencia, formación sólida en derecho penal, experiencia en seguridad y una convicción genuina de que el Ministerio Público tenía que recuperar su dignidad institucional. Ese punto —el positivo— hay que concedérselo: Gertz siempre habló de la Fiscalía como una institución que debía fortalecerse y, al menos en discurso, entendía la necesidad de autonomía y rigor técnico.

Pero entre lo que se quiere y lo que se logra suele haber un océano.

El caso Lozoya terminó convertido en una tragicomedia: el testigo estrella que prometía derribar a medio gabinete peñista terminó fotografiado en un restaurante, con un guion de colaboración que se desmoronó y un expediente repleto de promesas incumplidas. El famoso cheque de 2,000 millones de pesos, presentado en Palacio Nacional como “reparación del daño”, resultó más simbólico que real. Y mientras tanto, Rosario Robles vivió en prisión preventiva prolongada, exhibiendo el rostro más duro de la Fiscalía, mientras Lozoya parecía disfrutarse el fuero moral de la cooperación.

Su sello más polémico fue la justicia diferenciada. La exoneración exprés del general Salvador Cienfuegos tensó la relación con Estados Unidos; el intento de procesar a 31 científicos del Conacyt por delincuencia organizada levantó incluso carcajadas en los tribunales; los expedientes contra gobernadores y candidatos en temporada electoral alimentaron la narrativa de que la FGR olía más a estrategia que a proceso penal.

Y después llegó la guerra interna. El pleito con Julio Scherer, la batalla por el control de ciertos expedientes, las acusaciones cruzadas de extorsiones, venganzas y “operaciones sucias” mostraron una Fiscalía atrapada en el mismo laberinto político que juró superar.

Con todo, había una cualidad que incluso sus críticos reconocen: Gertz era persistente. Y conocía el aparato penal como pocos. Tenía método, obsesión por el detalle y una idea fija de orden institucional. No siempre funcionó, no siempre fue justa ni eficiente, pero era innegable que se trataba de un hombre que llevaba décadas pensando —de verdad pensando— en el sistema penal mexicano.

¿Entonces por qué renunció?

Porque la política no solo se derrumba por grandes actos de corrupción o colapsos institucionales. A veces cae por la presión inesperada del lugar menos imaginado. En este caso, una corona.

Todo estalló cuando México celebraba con júbilo el triunfo de Fátima Bosch como Miss Universo. Una mexicana ganando el certamen después de tantos años era un regalo para la narrativa nacional: orgullo, identidad, representación, el país hablando de algo luminoso por primera vez en semanas. Pero justo ahí, en plena celebración, comenzaron a circular los expedientes —sellados y empolvados en la FGR— relacionados con Raúl Rocha, presidente de la franquicia Miss Universo y vinculado en investigaciones mediáticas con presuntos contratos irregulares con Pemex.

La pregunta no era si existía una investigación. La pregunta era: ¿por qué se filtró justo ahora?

La respuesta implícita fue unánime: porque la FGR había perdido control interno. Porque intereses cruzados querían lastimar a la 4T. Porque la filtración no solo embarraba a un empresario, sino también a Bosch, la nueva joya mediática del país. Porque el triunfo, tan necesario en una nación saturada de malas noticias, se convirtió en combustible político en cuestión de horas. Porque México estaba celebrando una coronación, y alguien sacó un expediente que olía a guerra interna.

Eso, en Palacio Nacional, fue dinamita.

No se podía permitir que una victoria global, limpia y emocional, se convirtiera en pleito burocrático. Mucho menos cuando la Presidencia buscaba proyectar una nueva etapa institucional y evitar conflictos con la industria cultural y de entretenimiento que ya estaba devolviendo atención internacional al país. Gertz había sobrevivido a todo: a expedientes fallidos, a presiones, a audios filtrados, a críticas internacionales. Pero tocar un símbolo recién coronado fue otra cosa. Transformó un problema jurídico en un problema político. Y en México, los problemas políticos se resuelven de una sola forma: pidiendo renuncias.

El 27 de noviembre de 2025, presentó la suya.

Salió con un extraño nombramiento diplomático y un comunicado sin dramatismos, pero cargado de silencios. Fue la despedida de un fiscal que quiso ser reformador, que terminó siendo símbolo de poder concentrado y que cayó no por un caso penal, sino por una coronación que puso demasiados reflectores sobre sus polémicas.

Y así, la corona de Fátima Bosch terminó abollando algo más que el ego de los críticos: terminó abollando, también, el trono del fiscal más poderoso del México reciente.

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