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Opinión

Reflexiones del año viejo por VICTOR OROZCO

El día 26 de diciembre el gobierno chino inauguró el tren bala más largo del mundo, que recorre arriba de 2300 kilómetros entre Beijing y Guangzhou (la antigua Cantón), a 300 por hora, provisto de sofisticados instrumentos de navegación y de confort para los pasajeros. Se trata sólo de uno de los espectaculares avances tecnológicos que muestran a una nación victoriosa sobre su ancestral atraso. La sociedad del gigante amarillo, sin embargo no ha podido erradicar la miseria padecida por unos ciento cincuenta millones de sus integrantes, separados hoy por desigualdades abismales, entre las más acusadas del mundo. Multitudes gigantescas de trabajadores migrantes invaden las ciudades industrializadas a mata caballo, en donde carecen de los derechos mínimos, con salarios apenas de sobrevivencia. En tanto, sus élites presumen a una cúpula de multimillonarios similares a los jeques de los países petroleros del Medio Oriente. Otra cara de esta febril carrera hacia la modernización es el deterioro del medio ambiente, motivo de alarma por sus dimensiones y sus efectos globales.
En Estados Unidos, la sociedad opulenta por antonomasia desde el siglo pasado, sus masas consumidoras, conducidas por los medios, se llevan al cerebro y al estómago las mercancías que mayor daño pueden ocasionar, en una escalada que parece inverosímil. El sistema produce de esta manera y a la vez, obesos y enfermos mentales, obsesionados estos últimos por convertir a los muertos virtuales de los pasatiempos electrónicos en cadáveres tangibles. Los instrumentos no faltan, pues poco se distinguen las armas usadas en los juegos de guerra de las reales. Incluso se pueden adquirir en la misma tienda. No puede sorprender por tanto que niños en las escuelas, habitantes de suburbios, colectividades diversas, sean víctimas inermes de la violencia generada en las entrañas del establishment.
Con vistas a estos panoramas de las dos naciones cuya influencia en los acontecimientos mundiales es decisiva, conviene pensar si cualquiera de ellas representa el futuro al que aspiramos. No desde mi punto de vista. Sirven apenas como modelos de algunas cosas que sería bueno hacer y de una gran cantidad que no deben perseguirse. Entre las primeras están las experiencias auto formativas de muchos norteamericanos, su disposición para el trabajo voluntario. También sus instituciones y agrupaciones liberales, que nunca han cejado en la defensa de las libertades y de la solidaridad. No importa que tan minoritarias sean. A esta cantera pertenecieron los luchadores contra la esclavitud, a favor del laicismo en la educación, por los derechos civiles. De igual manera, en China tiene su asiento una colectividad con milenios de hábitos de cooperación en el trabajo de equipo. Sus enseñanzas en múltiples esferas de la vida son invaluables. Pero, las resultantes en la balanza de nuestros días, no son satisfactorias.
Entonces, ¿Con que nos quedamos?. ¿Se nos caen los objetivos finales?. Tampoco lo creo. Por más que los obstáculos sean inmensos, siempre existe un margen para proyectos emancipadores en los cuales es posible combinar las ventajas del desarrollo material, con el ejercicio de libertades y la preservación inteligente de los recursos naturales. La condición esencial para ponerlos en acto, es también poner en píe a las fuerzas sociales que tengan la capacidad, las destrezas y la visión indispensables. En cada país estas potencias existen. Emergen durante las movilizaciones con propósitos de largo aliento, a favor de la democracia, de la igualdad social. Se encuentran en cada hombre o mujer comprometidos con causas o razones altruistas. Puede afirmarse que nunca han estado ausentes en la historia, aún en las épocas negras, cuando el dominio de las maquinarias políticas o religiosas ha sido casi absoluto. Han crecido a pesar de los límites impuestos por aquellas.
Dos personajes de la literatura universal me recuerdan las actitudes polares en estas visiones de la historia. Por un lado don Quijote, armado con lanza y yelmo, presto a desfacer entuertos, a proteger a los débiles o caídos, preceptor de ínsulas regidas por leyes sabias. Simboliza la perspectiva optimista, la idea de unos hombres capaces de vencer las iniquidades y
las injusticias. La otra figura es Rodión Raskolnikov, protagoniasta de Crimen y Castigo, la obra cumbre de Dostoievsky. Hundido en el fango de una sociedad en donde imperan las crueldades, las infamias, los privilegios, su percepción es la de un decepcionado, sin esperanza alguna.
No abogo por un término medio entre ambos, sino por comprender a los dos y saber que habitan mundos coexistentes. Del bajo fondo, de las profundas sinrazones y atropellos, se han alzado indefectiblemente los críticos e impugnadores. Casi siempre fueron ahorcados o excluidos, como alega Rodión, pero sin ellos la historia, de por sí un camino en zig zag y a veces hacia atrás, terminaría en un pantano sin movimiento, sin luces y con sus aguas podridas.
Muchos hay que piensan en los triunfos plenos, en el todo o el nada. Sólo vale la pena luchar por Arcadia, Aztlán, la Nueva Jerusalem, la Utopía, La Edad de Oro, el Reino de los Justos, la Sociedad Comunista. Carecen de ojos para mirar las posibilidades que se ofrecen en cada página libre en la prensa o en el internet, en cada nuevo libro, en cada pequeña conquista sobre los depredadores y los violentadores de los derechos, en cada pizca de bienestar general ganada al capital, en cada derrota impuesta a los dogmáticos, hipócritas e intolerantes. La victoria final no existe, lo que vivimos es una contienda permanente en la cual cada paso hacia la desenajenación, a favor del conocimiento, por la igualdad en todos los órdenes, es lo importante. Vista así, la vida tiene un gran sentido, que ayuda a desterrar amarguras y a instalarnos en el campo de las buenas batallas, lejos del conformismo, pero también de la carrera desbocada. En tal disputa sí sirven los objetivos terminales, aunque sean quiméricos, porque marcan los caminos y ayudan a tomar decisiones cuando se abren las veredas.
En la conclusión de 2012, como acontece cada ciclo anual, vale reflexionar sobre estos temas, buscando un mejor entendimiento de los tiempos actuales, reveladores de progresos pasmosos y al mismo tiempo mostradores de inicuas prácticas sociales, heredadas del pasado o asociadas a las últimas modas y desarrollos científicos.

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Opinión

Diálogos. Por Raúl Saucedo

El Eco de la Paz

En el crisol de la historia, las disputas bélicas han dejado cicatrices profundas en el tejido de
la humanidad. Sin embargo, en medio del estruendo de los cañones y las balas metrallas, ha
persistido un susurro: El Diálogo. A lo largo de los siglos, las mesas de negociación han
emergido como esperanza, ofreciendo una vía para la resolución de conflictos y el cese de
hostilidades entre grupos, ideas y naciones.
Desde la antigüedad, encontramos ejemplos donde el diálogo ha prevalecido sobre la espada.
Las guerras médicas entre griegos y persas culminaron en la Paz de Calias, un acuerdo
negociado que marcó el fin de décadas de conflicto. En la Edad Media, los tratados de paz
entre reinos enfrentados, como el Tratado de Verdún, establecieron las bases para una nueva
configuración política en Europa.
En tiempos más recientes, la Primera Guerra Mundial, un conflicto de proporciones
colosales, finalmente encontró su conclusión en el Tratado de Versalles. Aunque
controvertido, este acuerdo buscó sentar las bases para una paz duradera. La Segunda Guerra
Mundial, con su devastación sin precedentes en el mundo moderno, también llegó a su fin a
través de negociaciones y acuerdos entre las potencias.
La Guerra Fría, un enfrentamiento ideológico que amenazó con sumir al mundo en un
conflicto nuclear, también encontró su resolución a través del diálogo. Las cumbres entre los
líderes nucleares, los acuerdos de limitación de armas y los canales de comunicación abiertos
permitieron evitar una posible catástrofe global.
En conflictos más recientes, y su incipiente camino en las mesa de negociación ha sido un
instrumento crucial para lograr el cese de hostilidades de momento, esta semana se ha
caracterizado por aquellas realizadas en Arabia Saudita y París.
Estos ejemplos históricos subrayan la importancia del diálogo como herramienta para la
resolución de conflictos. Aunque las guerras pudieran parecer inevitables e interminables en
ocasiones, la historia nos muestra que siempre existe la posibilidad de encontrar una vía
pacífica. Las mesas de negociación ofrecen un espacio para que las partes en conflicto
puedan expresar sus preocupaciones, encontrar puntos en común y llegar a acuerdos que
permitan poner fin.
Sin embargo, el diálogo no es una tarea fácil. Requiere voluntad política, compromiso y la
disposición de todas las partes para ceder en ciertos puntos. También requiere la participación
de mediadores imparciales que puedan facilitar las conversaciones y ayudar a encontrar
soluciones mutuamente aceptables.
En un mundo cada vez más complejo e interconectado, el diálogo se vuelve aún más crucial.
Los conflictos actuales, ya sean guerras civiles, disputas territoriales o enfrentamientos
ideológicos, exigen un enfoque pacífico y negociado. La historia nos enseña que la guerra
deja cicatrices profundas y duraderas, mientras que el diálogo ofrece la posibilidad de
construir un futuro más pacífico y próspero para todos.
Los diálogos siempre serán una vía, aunque el diálogo más importante será con uno mismo
para tener la paz anhelada.
@RaulSaucedo
rsaucedo@uach.mx

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