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Opinión

Sobrerepresentación. Derrota democrática. Por Caleb Ordóñez Talavera

La sobrerrepresentación en el Congreso mexicano, que beneficia desproporcionadamente a las coaliciones, es vista como una contradicción de los principios democráticos.

Pero a pesar de las críticas, los partidos que en el pasado denunciaron esta práctica ahora la defienden cuando les favorece.

Esta dinámica revela una hipocresía política y debilita la representación justa en el Congreso, afectando la legitimidad del sistema electoral. Es necesario revisar el marco legal para corregir estas distorsiones y asegurar que el Congreso refleje de manera fiel la voluntad popular.

Estás trampas que han hecho todos los partidos políticos grandes, como lo fueron el PAN o PRI en su momento, fueron creadas en la reforma de 1996 y hasta ahora no se había pegado el grito en el cielo, como ahora ellos lo hacen.

La reciente ratificación del Tribunal Electoral sobre la sobrerrepresentación en la Cámara de Diputados ha vuelto a poner en evidencia los problemas del sistema electoral mexicano.

A pesar de los esfuerzos por limitar la sobrerrepresentación, las coaliciones continúan utilizando estrategias que les permiten eludir estos límites, logrando una representación desproporcionada en el Congreso. Este fenómeno, que favorece a las coaliciones mayoritarias y perjudica a las minorías, amenaza la equidad en la representación política.

La falta de acción del Tribunal para implementar medidas correctivas sugiere una preocupante erosión de los mecanismos de control que deberían asegurar una representación justa.

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Opinión

Inflexión. Por Raúl Saucedo

LO QUE SE VIENE EL DOMINGO

En entregas anteriores como LA URNA (1) y LA CLAVE (2) abordamos puntos del próximo ejercicio democratico en méxico considerando que la próxima jornada electoral del 1 de junio emerge no sólo como un evento democrático más, sino como un auténtico punto de inflexión para el gobierno federal. Más allá de la renovación de Congresos y gobiernos locales en un par de estados, la inminente elección directa de jueces, magistrados y ministros representa un desafío sin precedentes y una oportunidad estratégica que definirá el rumbo y la legitimidad del país.

La propuesta de reformar el Poder Judicial y someterlo a la voluntad popular fue una bandera clave de la administración anterior y ha sido refrendada por la actual. La promesa es clara: construir una justicia más cercana al pueblo, transparente y libre de vicios. Sin embargo, la materialización de esta visión a través de las urnas el 1 de junio no es un camino exento de riesgos. Para la administración federal, el resultado de esta elección judicial no sólo medirá el respaldo ciudadano a una de sus principales apuestas, sino que también sentará las bases sobre las cuales operará el poder judicial durante su sexenio.

Si la elección del 1 de junio deriva en la llegada de juzgadores alineados con la visión del gobierno, la política ejecutiva se podría ver fortalecida su capacidad para impulsar la agenda sin los contrapesos que un Poder Judicial tradicionalmente independiente suele ejercer. Esto, desde la óptica de sus simpatizantes, sería un avance para desatorar reformas y proyectos que, en ocasiones, fueron frenados por resoluciones judiciales. Sin embargo, para los críticos y la oposición, significa una concentración de poder sin precedentes y una erosión de la independencia judicial, pilar fundamental de cualquier democracia.

Por otro lado, si los resultados de la elección arrojan un panorama judicial más plural, con la llegada de juzgadores que no necesariamente comparten la misma visión política, el gobierno federal se enfrentaría a un Poder Judicial que podría actuar como un contrapeso más vigoroso. Esto, aunque potencialmente generador de fricciones y debates necesarios, sería visto por muchos como un fortalecimiento del sistema democrático de pesos y contrapesos, garantizando que el ejercicio del poder se mantenga dentro de los límites constitucionales.

La forma en que se desarrolló la campaña electoral para los puestos judiciales, la participación ciudadana y, sobre todo, la legitimidad percibida de los resultados, serán cruciales. Una elección pulcra y transparente podría otorgarle un capital político inmenso para legitimar su proyecto de nación. Sin embargo, cualquier indicio de irregularidad o polarización exacerbada durante el proceso podría enturbiar la imagen del gobierno y sembrar dudas sobre la verdadera independencia del Poder Judicial desde su génesis electoral.

Desde este teclado en la Ciudad de México, dónde estamos convencidos que la certeza jurídica es clave para el futuro de una nación, la configuración del Poder Judicial será observada con lupa. Un sistema judicial que genere confianza es vital para la atracción de capitales y el mantenimiento del estado de derecho. La elección del 1 de junio no es solo una votación de nombres; es la definición de las reglas del juego judicial para la próxima década, y con ello, de la gobernabilidad y la estabilidad democrática.

Esta reflexión viene a causa de que hoy es el último día de proselitismo para aquellos contendientes que el domingo mas haya de buenas voluntades vivirán el sistema político mexicano.

@Raul_Saucedo

rsaucedo@uach.mx

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