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Ciencia y Tecnología

Tidal: La rebelión contra Spotify

Lo llamaron una revolución. Lo llamaron Tidal.

Con alrededor de 500.000 usuarios, la plataforma sueca que el rapero Jay Z compró hace menos de un mes se asemeja a todos los demás servicios de streaming a los que quiere derrotar, con una especie de bufé musical de “consumo a la carta” compuesta por más de 25 millones de canciones.

Ofrece una categoría inicial que cuesta 10 dólares mensuales, y una categoría premium que promete al usuario contenido exclusivo, videos en alta resolución y música en alta calidad por la suma de 19,99 dólares mensuales.

Pero pese a que la espectacularidad de la presentación de Tidal reafirmó un cambio radical en la industria discográfica, se quedó corta en explicar la ruta que ese cambio seguirá.

Rihanna, Usher, Nicki Minaj, Madonna, Jay Z, su esposa Beyoncé y una docena de artistas de fama mundial juntaron fuerzas con el hashtag #TIDALForAll –si se suma el número de seguidores, alcanzaron a más de 154 millones solamente en Twitter– durante su bochornosa ceremonia de egolatría y poder.

Un poder poco efectivo, pues nada se le pide más a un artista que ejercer poder a través de sus canciones. Que de la tecnología se ocupen los que saben. Lo que vimos fue una oligarquía artística, no una “comunidad”.

Las fallas de Tidal

“La igualdad artística”, dijeron unos, “el control de nuestro trabajo”, aseguraron otros, “los ‘Avengers’ de la música”, se atrevió a decir uno de los robots de Daft Punk.

Pero tras la firma de una “declaración de independencia”, el espectáculo dio pie a la especulación y al escepticismo. Sin anuncios concretos sobre cómo contribuiría al mejoramiento de las condiciones económicas de los artistas, Tidal arriba al mundo del streaming en un momento crucial del debate de las nuevas tecnologías y su papel en la industrialización de la música grabada.

Mientras Apple se prepara para lanzar un nuevo servicio que compita contra estos reyes del consumo de la música grabada, las disqueras presionan a su jugador más importante –Spotify– a que renuncie a sus estrategias de gratuidad.

Dichas presiones, causadas en conjunto por la industria discográfica y los artistas más notorios, han tenido eco en los consumidores a través de publicitadas movidas de retirar su catálogo. El pasado noviembre, Taylor Swift decidió retirar de Spotify todo su catálogo musical, usando como argumento la caída en ventas del álbum. (Lea: Spotify alcanzó los 15 millones de usuarios de pago)

Sin embargo, como lo indican analistas y estudiosos del consumo de música, poco se puede hacer por el álbum como objeto del deseo y, por ende, del comercio del usuario-oyente-comprador de música.

Las recientes cifras de la Asociación de la Industria de la Grabación Musical de EE. UU. indican que la cultura del streaming iguala en ventas al disco compacto, y al número de descargas y continúa aumentando sus ganancias a partir no solo de los modelos de consumo gratuito, sino también de suscripción.

Lo que otros conocedores de la industria aseguran entonces es que el problema no es el consumo del streaming, sino el costo de estos servicios en modalidades premium.

Mark Mulligan, reconocido seguidor del streaming como nuevo hábito de consumo musical, asegura que el camino hacia el aumento del número de usuarios es el de bajar aún más el precio, de 9,99 dólares a 3, 4 o incluso 5 dólares, para incentivar el pago del servicio y erradicar el modelo gratuito del que artistas como Björk, Thom Yorke y Swift se quejan.

Tidal, sin embargo, va en el otro sentido, y quiere cobrar 10 dólares por encima de lo que otras plataformas cobran. La razón para hacerlo es el servicio de alta fidelidad que promete un archivo musical sin compresión y que respeta la grabación original. Pero este consumo ha sido siempre exclusivo de un público con un alto poder adquisitivo.

Una inversión riesgosa

Tidal llega de la mano de Jay Z, y su mano es fuerte pero solo publicitariamente: en términos generales, el servicio es el más débil de los jugadores en el salvaje mundo del streaming.

Comparado con los números de Spotify, los de Tidal languidecen: su base de usuarios es de 500.000, 35.000 de los cuales consumen el servicio premium, y dichos números han bajado entre un 1 y un 3 por ciento en el primer trimestre de 2015.

Ninguno de los artistas “invertirá” un solo dólar en Tidal; al contrario, buscan obtener un retorno rápido y concreto de las acciones repartidas por el dueño de la compañía.

Quien crea que Tidal va a lograr recuperar cualquier tipo de inversión que se haga con 500.000 usuarios no sabe que Spotify tiene 60 millones y que aún no hace plata.

Quien crea que cualquiera de los artistas asociados a Tidal se va a llevar exclusivamente su música a esa plataforma y dejará Spotify no sabe que gran parte de esas canciones no son de ellos en su totalidad. El contenido es el rey, dicen los bloggers, pero la distribución es la reina. Y en la música, como en todo negocio orientado hacia el contenido, la distribución puede matar al contenido.

Las disqueras son las dueñas –en gran parte– de Spotify y de todas las otras plataformas de streaming. No solo de acciones en dichas compañías, sino del contenido que estas suministran. Y Tidal no es una excepción.

Si las disqueras no hicieran dinero de Spotify, se habrían ido con sus catálogos hace rato. Recientemente agregaron todo el catálogo de Led Zeppelin a Deezer. Nadie se está quejando.

Será muy difícil convencer a un usuario de pagar más por música solo porque esta viene en mejor calidad de sonido después de décadas de oír música en radios, consultorios, restaurantes y parlantes de computadores personales. El pitch de la alta fidelidad no es masivo y no tendrá eco en los usuarios, sobre todo cuando les llegue la cuenta del plan de datos, reducida a la reproducción de alta fidelidad que tanto han vitoreado estos nuevos salvadores de la industria.

El camino hacia el éxito de Tidal como alternativa no es claro. Está lleno de ambición y enceguecido por un poder entregado al dinero, en vez de estar canalizado en la creación de canciones que valgan la pena. El ego de la industria discográfica y de la comunidad artística se hizo presente. Es una lástima que el fan y la música brillaran por su ausencia.

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Marihuana duplica riesgo de muerte por infarto y derrame cerebral, revela estudio global con 200 millones de casos

Una nueva investigación publicada en la revista Heart advierte sobre un riesgo grave y hasta ahora subestimado: el consumo de marihuana puede duplicar las probabilidades de morir por enfermedades cardiovasculares, incluso en personas jóvenes y sin antecedentes médicos. El hallazgo surge de un metaanálisis de datos médicos que involucra a más de 200 millones de personas, la mayoría entre los 19 y 59 años, en países como Estados Unidos, Francia, Canadá, Australia, Egipto y Suecia.

Lo más preocupante es que quienes presentaron mayor riesgo eran adultos jóvenes sin factores de riesgo previos como hipertensión, tabaquismo o antecedentes familiares. “Lo que más nos llamó la atención fue que los pacientes hospitalizados por estos padecimientos eran jóvenes, sin historial de enfermedad cardiovascular ni factores de riesgo asociados”, señaló la investigadora Émilie Jouanjus, profesora asociada de farmacología en la Universidad de Toulouse, Francia.

Comparados con quienes no consumen cannabis, los usuarios tienen un 29% más de riesgo de sufrir un infarto y un 20% más de sufrir un derrame cerebral. La revisión sistemática no logró determinar el modo de consumo (fumado, vaporizado, comestible, etc.), pero con base en los patrones de uso en los países analizados, los autores concluyen que la mayoría probablemente lo consumía fumado.

Los especialistas advierten que esta forma de consumo conlleva riesgos similares al tabaco. “Cualquier método que implique inhalar cannabis implica riesgos, incluso para quienes están cerca y respiran el humo de segunda mano”, explicó la doctora Lynn Silver, profesora de epidemiología en la Universidad de California, San Francisco, y coautora de un editorial que acompaña el estudio.

Además, nuevas evidencias apuntan a que incluso los comestibles con THC pueden causar daño vascular. Una investigación publicada en mayo de 2025 reveló que los consumidores de comestibles mostraron una reducción del 56% en la función vascular, incluso más alta que en quienes fuman marihuana, con una reducción del 42%. “El THC, sin importar su forma de ingreso al organismo, tiene efectos preocupantes sobre el sistema cardiovascular”, advirtió la cardióloga investigadora Leila Mohammadi.

Uno de los elementos más inquietantes del estudio es el incremento en la potencia del cannabis disponible en el mercado legal. “Los productos actuales pueden contener hasta 99% de THC. No tienen nada que ver con la marihuana que se fumaba en los años setenta”, señaló Silver. Esta mayor potencia también está asociada con un aumento en los casos de adicción y trastornos mentales graves como psicosis o esquizofrenia. Se estima que en EE.UU., al menos 3 de cada 10 usuarios desarrollan trastorno por consumo de cannabis.

Aunque las políticas públicas han priorizado la regulación comercial y el otorgamiento de licencias a empresas, los expertos piden un viraje urgente hacia la educación sobre riesgos. “Necesitamos tratar el consumo de cannabis como tratamos el tabaco: con advertencias claras, educación médica y políticas que pongan la salud pública al centro”, afirmó Silver.

Los investigadores temen que la relación entre cannabis y enfermedad cardíaca esté subestimada. “Es probable que el vínculo sea incluso más fuerte de lo que reflejan los datos actuales”, reconoció Jouanjus.

En un contexto donde el uso de cannabis se normaliza cada vez más, especialmente en adultos mayores que lo utilizan para el dolor o el insomnio, la evidencia científica lanza una advertencia clara: el cannabis no es inocuo, y su consumo podría tener consecuencias fatales, incluso para quienes creen estar lejos de cualquier riesgo cardiovascular.

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