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Salud y Bienestar

Trasplante de células beta ayuda a combatir la diabetes tipo 1

CIUDAD DE MÉXICO (31/MAR/2015).- El trasplante de células beta responsables de producir insulina en el cuerpo humano son una nueva alternativa para los pacientes con diabetes tipo 1, así lo confirman investigaciones médicas.

Este procedimiento consiste en el trasplante de islotes de Langerhans pancreáticos, los cuáles están conformados a su vez por las células beta responsables de producir insulina.

Los candidatos específicos para esta terapia son sólo aquellos pacientes diagnosticados con diabetes tipo 1, que se caracteriza por la ausencia de síntesis de insulina por lo que el paciente necesita suministrarse esta hormona diariamente para poder vivir.

En el caso de la diabetes tipo 2, el páncreas sí genera insulina, pero es muy poca y no es utilizada de forma adecuada para regular los niveles de glucosa en la sangre.

La doctora Laila Tabatabai, Endocrinóloga del Hospital Metodista de Houston, en Estados Unidos, explicó que el procedimiento de trasplante consiste en la inserción de un fragmento del islote de Langerhans de un páncreas sano a otro con diabetes tipo 1.

Una vez hecho el trasplante, la persona comienza a secretar insulina al cabo de unos minutos, de modo que ya no necesita inyecciones diarias de insulina para mantenerse.

Entre las ventajas que ofrece esta nueva técnica destaca que los islotes sanos ingresan al receptor mediante una inyección directamente en la vena porta hepática, lo que permite que el paciente pueda recibir más de un trasplante.

Las investigaciones ahora se centran en evitar el rechazo al trasplante, que es una realidad en la actualidad.

«Si bien existe un tiempo determinado para que el organismo receptor rechace el tejido, sea por la creación de anticuerpos contra el tejido nuevo o por incompatibilidad de determinados factores biológicos», dijo en un comunicado la doctora.

Fuente: El Informador

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La grasa abdominal profunda: el enemigo silencioso que envejece tu cuerpo y tu mente

Oculta bajo la piel y rodeando órganos vitales como el corazón, el hígado y los riñones, la grasa visceral representa una de las amenazas más serias para la salud metabólica y cerebral, incluso en personas delgadas. Más que un problema estético, esta grasa activa procesos inflamatorios que pueden desencadenar enfermedades como la diabetes tipo 2, el hígado graso, problemas cardiovasculares y, a largo plazo, deterioro cognitivo.

De acuerdo con el Dr. Andrew Freeman, especialista en prevención cardiovascular, la grasa visceral es un marcador de múltiples riesgos de salud, aun en quienes aparentan estar en forma. El fenómeno conocido como “skinny fat” —personas con peso normal pero con alta proporción de grasa interna— evidencia que la salud no siempre se refleja en el espejo.

El impacto va más allá del metabolismo. La neuróloga preventiva Kellyann Niotis advierte que este tipo de grasa libera compuestos inflamatorios que aceleran la atrofia cerebral y favorecen la aparición de placas beta-amiloides y ovillos de tau, señales asociadas con la enfermedad de Alzheimer, incluso desde los 40 o 50 años.

¿Cómo saber si la grasa visceral está fuera de control? La medida de la cintura es un primer indicio: más de 88.9 cm en mujeres y 101.6 cm en hombres eleva el riesgo, según los CDC. La masa muscular también importa: quienes tienen más grasa que músculo tienden a acumular esta grasa profunda. Estudios como la DEXA o básculas con medición de grasa corporal pueden ayudar a evaluar estos indicadores.

La buena noticia: es reversible. Freeman insiste en un enfoque integral con ejercicio cardiovascular diario (como caminatas rápidas de al menos 30 minutos) y entrenamiento de fuerza con resistencia. Ejercicios como desplantes, sentadillas, lagartijas y peso muerto movilizan grandes grupos musculares, aceleran el metabolismo y estimulan hormonas que mejoran la composición corporal.

Una alimentación basada en plantas, como la dieta mediterránea, también es clave. Rica en frutas, vegetales, granos enteros, aceite de oliva y pescado, esta dieta ha demostrado reducir la grasa abdominal y el riesgo de muerte por enfermedades crónicas, especialmente en mujeres.

El ayuno intermitente —comer solo durante una ventana de seis horas al día— puede ser un complemento efectivo, aunque no es apto para todos. La combinación de alimentación natural, entrenamiento funcional y periodos de ayuno puede “hacer magia” en la reducción de grasa visceral, señala Freeman.

En resumen, mantener el músculo, eliminar alimentos ultraprocesados, moverse cada día y reorganizar los horarios de comida no solo combate la grasa abdominal profunda, sino que extiende la salud física y mental hacia el futuro. Porque el verdadero “elixir de la juventud” no se compra: se construye con hábitos.

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