Cuando Carlos Hank González anunció su retiro de la política casi al término del
sexenio salinista declaró: “me he alejado, en definitiva, de lo que ha sido la pasión
de mi vida; la política. El dinosaurio se va …”, desde entonces se usa esta palabra
para nombrar a la clase política que permaneció en el poder por décadas.
En el marco del noventa aniversario de la fundación del Revolucionario
Institucional, el ojo mediático volteó nuevamente y reavivo los juicios de todo tipo
para este instituto político; ¿sigue vivo?, ¿quién lo dirigirá?, ¿qué pasó?,
¿resurgirá?, ¿quiénes se fueron y quienes se quedaron?.
Esta ha sido la crisis más grave que ha vivido este partido, la duda de si lograra
levantarse como lo hizo en el 2012 con el regreso al poder después de doce años
de alternancia está más viva que nunca. Hoy el escenario político y social es
diferente; no cuenta con la muralla de gobernadores fuertes que arrasaron en el
2010, la renuncia/éxodo a MORENA de muchos militantes es inminente y seguirá,
pero no se necesita ser un destacado analista para saber el porqué esta máquina
pragmática tuvo una caída de esta magnitud, vale la pena analizar con cabeza fría
el pasado fuerte, el presente reflexivo y el futuro incierto del PRI.
El partido ha sido objeto de muchos análisis, la pregunta origen de los mismos
siempre ha sido; ¿cómo permaneció en el poder por más de 70 años?. En 1929
las directrices del partido fueron claras, el plan de Plutarco Elías Calles era pasar
de la política de armas a la política de instituciones, mismas que desde el primer
día en el poder fueron objetivo y razón del gobierno priísta, defender el papel del
estado por su sentido de institucionalidad, otra característica que dio por años
como resultado la eficacia en las urnas fue la concepción piramidal de poder (el
respeto y la verticalidad que muchas veces caen en servilismo), también el
aprender a ocultar convicciones personales con el típico “hay que alinearse”,
siendo el pan de cada periodo electoral. Por otro lado, la deliberación dentro del
partido estorba, el odio a las confrontaciones es claro, la aversión al conflicto se
huele, rara vez salen a la luz los desacuerdos entre militantes (a menos que
tengan el mismo peso político), opinar siendo un subalterno es poco más que un
pecado. Oscilar entre centro e izquierda da la libertad de no estar atado tan
tajantemente a dogmas políticos, como sí lo está el panismo o el perredismo
(bueno, al menos eso pensábamos hasta estas últimas elecciones), la maquina
priísta nació siendo pura práctica política misma que rara vez pasa por juicios de
valor para ser congruentes sin debilitar su sistema de principios, ahí todos caben:
campesinos, obreros, intelectuales, etc., no hay homogeneidad pero todos
convergen en función a objetivos políticos.
Todas estas características fueron permeando en el instituto hasta ser
imperceptibles, en la época de Ávila Camacho hay un cambio en el discurso,
pasando de lo “revolucionario” a la “unidad nacional”. Ruiz Cortines se vuelca sin
retorno a una política de masas, altamente disciplinado y con visión a largo plazo,
luego llega de la Madrid, distante y sin identidad partidaria, pero en esa época
surge el hoy tan famoso “PRI tecnócrata”, después salta al “neoliberalismo” que
dio cabida a reductos de derecha a partir del Salinato.
Este análisis somero del pasado priísta es con el objeto de entender cómo se llegó
al hoy, el desgaste del instituto es natural fue el partido del poder por décadas,
hubo aciertos enormes como errores también, el pueblo hoy castiga no a las
decisiones en materia de gobernanza en si, lo que laceró al instituto fueron los
hombres y mujeres que perdieron la cabeza con el poder y con ello viene; la
corrupción, compadrazgos, nepotismo, tráfico de influencias, cuotas de poder,
candidatos impuestos mediante simulacros democráticos, no escuchar a la bases,
se perdió el sentido social, la inexistencia de la meritocracia (sin padrino no
existes), autoritarismo, el no cumplir promesas y acuerdos se normalizó, lo
alejaron de la sociedad, se redujo a solo obtener el poder por el poder mismo y
hacer de este una cultura. Esto no es exclusivo del priísmo, existe una cultura
política que ha impregnado no solo a priístas si no a gran parte de la clase política,
en estos casos se suman a todos los errores ya mencionados la frivolidad y un
dogmatismo religioso absurdo que da cabida a una mala repetición del ejercicio
del poder y hay que decirlo con todas sus letras al tratar de emularlo terminan en
una caricatura mal copiada. Al ser el PRI la única expresión de dominación política
por mucho tiempo fue expuesto al escrutinio público, hoy más incisivo por la
apertura de medios.
Muchos pagan los platos rotos del pasado, pero ni en el PRI ni en otros partidos
todos son malos o buenos, Reyes Heroles hubiera sufrido un infarto con este
panorama, el cargar con tantos errores pasados pesa y solo era cuestión de
tiempo para que esto se fragmentara, para la derrota nadie está preparado. Hoy el
tener un pasado o presente priísta en sinónimo de señalamientos, pero como lo
dije; hay muchas excepciones. Es válido cambiar de partido, no hacerlo por
oportunismo sino cuando ya no te sientes representado, así lo hizo el presidente
Obrador y muchísimos otros, unos son legitimados y encumbrados, otros tachados
de sabandijas, así los llamo tajantemente la presidenta nacional del partido en el
poder, las instituciones per se no son malas, las personas malintencionadas sí.
Se pensaría que es un despropósito tratar de levantar esto, pero con un voto duro
de casi nueve millones aun estando sumido en esta crisis es tan complicado dar
una lectura al futuro como lo es leer su pasado, escuchamos de quienes buscan la
dirigencia nacional que se pondrá en la mesa cambiar las siglas, que ahora sí el
voto de los delegados será efectivo, que se darán cambios a las estructuras,
incluso ya se ha autorizado un préstamo millonario para levantar de cero.
Escucho los mensajes donde se piden disculpas por las malas prácticas del
pasado, me parece prudente pero sería más prudente actuar, el futuro es
tambaleante pero en política solo una cosa es cierta; nadie está muerto, ni
completamente vivo.