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Opinión

A flor de piel: millones sufren de dermatitis. Por Itali Heide

Desde las ondulantes colinas y las abarrotadas ciudades hasta los acogedores pueblos y los interminables campos de maíz, una epidemia silenciosa está dejando su huella en más de 12 millones de mexicanos: la dermatitis. Esta afección, que afecta a millones de personas en todo el mundo, se caracteriza por la inflamación de la piel y está cobrando importancia debido a que millones de personas se enfrentan a sus diversas formas.

Itali Heide

Itali Heide

Más allá de los tropos familiares de las rutinas de cuidado de la piel como el protector solar diario y loción corporal, profundizar en los matices de los tipos de dermatitis como la atópica, de contacto, o seborreica puede ser innovador para los muchos que sufren en silencio. Organizaciones como Medical IMPACT instalan módulos de cuidado de la piel en brigadas médicas de todo el país para ayudar a atender las necesidades de quienes luchan contra los síntomas.

La dermatitis es más que un parche de piel irritada; es una compleja interacción de genética, medio ambiente y estilo de vida. La investigación sobre el terreno de las brigadas médicas revela las caras ocultas de la dermatitis, explorando cómo factores como las condiciones socioeconómicas y las prácticas culturales se entrelazan con la afección, a menudo amplificando su impacto en las comunidades vulnerables.

Lo que distingue a la iniciativa de Medical IMPACT es su reconocimiento del cuidado de la piel como fenómeno cultural. El módulo de cuidado de la piel no es un enfoque único, sino una revolución cultural adaptada a las necesidades y costumbres propias de cada comunidad. La iniciativa tiende un puente entre la tradición y la innovación, combinando la confianza de las tradición y la costumbre con la ciencia dermatológica moderna.

Medical IMPACT no se limita a ver estadísticas; ve rostros y escucha historias. A través de la lente de sus brigadas médicas, la organización desvela el lado más humano de esta condición: las luchas, los triunfos y la resistencia de las personas que luchan contra esta enfermedad a menudo incomprendida. Estas historias se convierten en la voz del cambio, rompiendo el estigma que rodea a la dermatitis e inspirando a otros a buscar ayuda.

Más allá de las historias de éxito y los momentos reconfortantes, están los datos concretos. Medical IMPACT mide su impacto no solo por el número de consultas, sino por el cambio sostenible que aporta a las comunidades. La reducción de la prevalencia de la dermatitis, el aumento de los conocimientos sobre el cuidado de la piel y el empoderamiento de las personas que toman las riendas de su salud son los parámetros que realmente importan.

Dado que la dermatitis sigue afectando a millones de personas en México, iniciativas como Medical IMPACT desempeñan un papel crucial en el empoderamiento de las personas para que tomen el control de la salud de su piel. Al combinar la educación, la participación de la comunidad y los servicios sanitarios accesibles, Medical IMPACT está teniendo un impacto duradero en las vidas de millones de mexicanos, fomentando una población más sana e informada. A través del apoyo y la concientización continuos, la organización espera crear un efecto dominó que contribuya a un futuro más brillante y saludable para las comunidades de todo el país.

Opinión

Los muros que lloran: las redadas y el alma chicana. Por Caleb Ordoñez Talavera

En el norte de nuestro continente, justo donde termina México y comienza Estados Unidos, hay una línea invisible que desde hace décadas divide más que territorios. Divide familias, sueños, culturas, idiomas, economías… y últimamente, divide también lo humano de lo inhumano.

Esta semana, Donald Trump —en una etapa crítica de su carrera política, con una caída notoria en las encuestas, escándalos judiciales y un sector republicano que empieza a verlo más como un riesgo que como un líder— ha regresado a una vieja y efectiva estrategia: la del miedo. El expresidente ha lanzado una ofensiva pública para prometer redadas masivas contra migrantes, deportaciones “como nunca antes vistas” y políticas de “cero tolerancia”.

La razón no es nueva ni sutil: apelar al votante blanco conservador que ve en el migrante un enemigo económico y cultural. Ese votante que, ante la inflación, la violencia armada o el desempleo, prefiere culpar al que habla español que exigirle cuentas al sistema. En medio del descontento generalizado, Trump no busca soluciones reales, busca culpables útiles. Y como en otras épocas oscuras de la historia, los migrantes —sobre todo los latinos, sobre todo los mexicanos— vuelven a ser carne de cañón.

Pero hay una realidad más profunda y más dolorosa. Quien ha vivido el cruce, legal o no, sabe que la frontera no es sólo un punto geográfico. Es una cicatriz. Las políticas migratorias —de Trump o de cualquier otro mandatario— convierten esa cicatriz en una herida abierta. Cada redada, cada niño separado de sus padres, cada deportación arbitraria, no es solo una estadística más. Es una tragedia personal. Y más allá de lo político, esto es profundamente humano.

En este escenario, cobra especial relevancia la figura del “chicano”. Este término, que nació como una forma despectiva de llamar a los estadounidenses de origen mexicano, fue resignificado con orgullo en los años 60 durante los movimientos por los derechos civiles. El chicano es el hijo de la diáspora, el nieto del bracero, el hermano del que se quedó en México. Es el mexicano que nació en Estados Unidos y que, aunque tiene papeles, no olvida de dónde vienen sus raíces ni a quién debe su historia.

Los chicanos son fundamentales para entender la cultura estadounidense moderna. Están en las universidades, en el arte, en la política, en la música, en los sindicatos. Y sin embargo, cada redada, cada discurso de odio, también los golpea. Porque no importa si tienen ciudadanía: su apellido, su acento o el color de su piel los expone. Ellos también son víctimas del racismo sistémico.

Hoy, más que nunca, México debe voltear a ver a su gente más allá del río Bravo. No como simples paisanos lejanos, sino como parte de nuestra nación extendida. Porque si algo une a los mexicanos, estén donde estén, es su espíritu de resistencia. Los migrantes no huyen por gusto, sino por necesidad. Y a cambio, han sostenido economías, levantado ciudades y mantenido viva la cultura mexicana en el extranjero.

Las remesas no son solo dinero: son prueba de amor, sacrificio y esperanza. Y ese compromiso merece algo más que silencio institucional. Merece defensa diplomática, apoyo consular real, y sobre todo, empatía nacional. Cada vez que un mexicano insulta o desprecia a un migrante —por su acento pocho, por su ropa, por sus papeles— se convierte en cómplice de la misma discriminación que dice condenar.

Las fronteras, como están planteadas hoy, no son lugares de paso. Son cárceles abiertas. Zonas donde reina la vigilancia, el miedo y la burocracia cruel. Para miles de niños, esas jaulas del ICE (Servicio de Inmigración y Control de Aduanas) son su primer recuerdo de Estados Unidos. ¿Ese es el país que dice defender los valores cristianos y la libertad?

Además, no podemos hablar de migración sin hablar del racismo. Porque este no es solo un tema migratorio, sino profundamente racial. Las políticas antiinmigrantes suelen tener rostro y acento. No se aplican con la misma fuerza para migrantes europeos o canadienses. El blanco pobre puede aspirar a mejorar; el latino pobre, a ser deportado.

Trump lo sabe, y por eso lo explota. En un año electoral donde su imagen se desmorona entre procesos judiciales, alianzas rotas y amenazas internas, necesita un enemigo claro. Y el migrante latino cumple con todos los requisitos: está lejos del poder, es fácil de estigmatizar y difícil de defender políticamente.

Pero aún hay esperanza. En cada marcha, en cada organización de ayuda, en cada abogado que ofrece servicios pro bono, en cada chicano que no olvida su origen, se enciende una luz. Y también en México. Porque un país que protege a sus hijos, donde sea que estén, es un país más digno.

No dejemos que los muros nos separen del corazón. Hoy más que nunca, México debe recordar que su gente no termina en sus fronteras. Y que el verdadero poder no está en las redadas ni en las amenazas, sino en la solidaridad. Esa que nos ha hecho sobrevivir guerras, pandemias, traiciones… y que ahora debe ayudarnos a defender lo más humano que tenemos: nuestra gente.

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