Por @Leona_Martre
Nadie puede ejercer violencia
para reclamar un derecho,
Ni puede ser detenido o agredido
por la expresión pacífica de ideas.
-José Luis Armendáriz,
Presidente de la
Comisión Estatal de
Derechos Humanos
El viernes pasado se presentaron fenómenos rara vez vistos en la apática ciudad de Chihuahua. En la Plaza “De la Grandeza”, antes “Plaza Mayor” y antes “locales comerciales de muchísimos años derribados por el capricho de otro priísta”, se dieron cita varias manifestaciones que pusieron a temblar el vientre del Gobernador por motivos distintos a las de su prominente anatomía.
De entre los escándalos que se han destacado en el reinado duartista, dos fueron los que se desbordaron en la capital. El primero de ellos, el acto de molestia que más caro le ha salido al erario estatal y a la comunidad capitalina, el ViveBús, develó las irregularidades que envuelven al cambio de sistema de transporte.
Por otro lado, la materialización más insultante de un capricho, de la obstinación y la intransigencia de un gobernante reflejada, primero, en la absurda pretensión de mover el Mausoleo de Villa a la misma Plaza de la Grandeza, para luego reducirlo a construir una réplica en ese lugar.
El hartazgo de los inconformes llegó a su límite el viernes 23 de agosto, cuando los choferes abandonados a su suerte, protestaron estacionando sus vehículos en las principales vías del centro histórico de la ciudad para luego congregarse en dos frentes: la citada plaza, y en a la puerta principal de la trinchera de Duarte, el Palacio de Gobierno –el que, por cierto, nunca antes había tenido las puertas cerradas durante tanto tiempo en una sola administración-
Por otro lado, programada desde hacía días, un grupo de ciudadanos defensores de la voluntad post-mortem de Francisco Villa organizó una “clausura ciudadana” de las obras espurias que pretendían replicar, en la Plaza Mayor, el Mausoleo que el General había mandado construir en el entonces Panteón de la Regla como su última morada.
Ambas manifestaciones fueron convocadas y desarrolladas de manera pacífica… hasta que llegaron, con órdenes de contener y delimitar, efectivos de Vialidad y de la Policía Estatal quienes, con uso de violencia, alevosía, ventaja, amenazas a mano armada y cobardes violaciones a los Derechos Humanos, agredieron a los manifestantes, quienes invocan a voces el artículo sexto constitucional.
Por las redes sociales circulan videos en los que se muestra cómo los oficiales golpean a los ciudadanos de a pie; cómo realizan detenciones arbitrarias de ciudadanos que circulaban por la zona buscando a sus familiares, o realizando sus actividades cotidianas, sin estar, si quiera, enterados del motivo de la protesta. Violaciones a los Derechos Humanos every where. Afortunadamente, algunos de los detenidos fueron liberados ante la presión de los manifestantes, quienes con porras lograron la remoción de las esposas que se les había colocado.
Un momento conmovedor resalta en esos videos. Un ciudadano, mientras avanza amenazante el cuerpo policial, toma un poemario y declama su contenido en las caras de los efectivos quienes, desconcertados, empiezan a retroceder. El ciudadano continúa mientras se escuchan ánimos a su alrededor. “ahuyéntalos con la palabra”, le dicen. Pareciera que algo de corazón les queda a esas bestias autómatas, serviles de la tiranía del Ejecutivo.
Minutos más tarde, en el segundo frente, las cosas habrán de ponerse peor. El grupo de contención de la Policía Estatal se presenta frente a la puerta –cerrada- de Palacio de Gobierno. Llevan cascos, pasamontañas, escudos, macanas, gas pimienta, armas. Se abren paso golpeando y aventando gente, mujeres niños. Los manifestantes, ahora nutridos con decepcionados del gobierno priísta, responden las agresiones con piedras que caen sobre los efectivos; ellos responden lanzando salvas, amenazando a los protestantes “hágase pa’llá, o lo mato” –amedrentan a los presentes- “retírense por favor, señores” – Les dicen a los miembros de la prensa… el resto son delincuentes-.
Los ciudadanos piensan en los narcos. Un hombre de 1.90, encapuchado, sostiene un rifle frente a sus rostros. La analogía –y la sospecha- es inevitable.
Los manifestantes no retroceden, los policías están preocupados justamente. La burbuja está por reventarse; el sentir es claro: el pueblo no está conforme con las decisiones unilaterales, con el caudillismo presidencialista que se respira en la entidad, los hechos que se reclaman fue la gota que derramó el vaso.
Minutos después, la turba se dispersa entre tos, falta de aire y lagrimeos. Los peones duartistas han lanzado gas pimienta. El mensaje del Gobernador es claro: aquí se hace lo que yo quiero, y quiero que se vayan de la puerta de mi Palacio.
Se promete llegar a un acuerdo con los choferes de camiones: habrá jornadas, liquidaciones, recontrataciones; todo lo que la ley laboral ofrece y los conductores exigen –es decir, la autoridad se compromete hacer su trabajo: ganancia absurda-; en la madrugada, el mismo Duarte da la orden de derribar la obra negra del Mausoleo. El pueblo tiene su victoria; el Gobernador, su balde de agua fría.
Sin embargo el ánimo no es de festejo. Los diarios locales –impresos y digitales-, mayoritariamente comprometidos con el gobierno estatal y sus dependencias, parcializan o esconden la noticia: provocaciones de los manifestantes, agresiones de los manifestantes, inexistencia de videos, silencio abrumador, hurras ante la inauguración del ViveBús. Son las redes sociales las que dispersan los hechos, la sociedad se divide entre vitoreos y condenas (la nomina burocrática es muy amplia).
César Duarte ha pasado por el que quizá sea el trago más amargo de su gobierno; ha percibido, quizá lejana mente y entre espejismos, que su voluntad no puede ser absoluta ni dominante; que la aceptación de la ciudadanía a sus múltiples caprichos no se refleja en el servilismo de sus asesores más cercanos; que su modelo de priísmo post-revolucionario ya no tiene cabida, si quiera, en Chihuahua. El rescate de los eventos del viernes está, entonces, en el agujazo que sufrió la DuarteBurbuja. Quedan aún filos para reventarla.
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